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El cine tiene la obligación de mirar donde otros no quieren. De rescatar las historias ocultas, las sombras de la historia. No es tiempo de hagiografías, ni de blancos y negros. Hay que buscar los grises. Sólo así aprenderemos de los errores, alejándonos de la simplificación. Hasta los malos malísimos deben ser escuchados y entendidos. Eso lo sabe Andréi Konchalovski, director ruso que comenzó como colaborador de Tarkovski y terminó labrándose una de las carreras más largas y sólidas del cine ruso de las últimas décadas.

A sus 83 años sigue en activo, y no sólo eso sino que sigue metiendo el dedo en la yaga con su nuevo filme, Queridos camaradas, que recrea uno de los sucesos más trágicos y terribles de la época post Stalin en la Unión Soviética y que ha presentado en el Festival de cine de Venecia. Se trata de la masacre de Novocherkassk ocurrida en 1962 bajo el mando de Khrushchev. Allí, los obreros de las fábricas decidieron que había que decir basta. Convocaron una huelga por la subida de los precios de los productos básicos y por las condiciones ínfimas a las que estaban sometidos. Y ahí surge la paradoja, un movimiento obrero quejándose a un régimen que debería protegerles frente a todo. La caída en picado del comunismo y cómo las élites la proclamaban de palabra, pero no de hechos.

Aquella huelga, que debería haber sido escuchada y tomada en cuenta, fue reprimida. No hubo cargas, hubo disparos y una masacre que terminó con 30 obreros muertos en la ciudad de Novocherkassk, de apenas 180.000 habitantes. Una pequeña localidad al sur de Rusia que vivieron en sus carnes la represión y la ira frente a aquellos que se atrevieron a protestar. La respuesta del gobierno y del KBG fue todavía peor. Persiguieron a los instigadores y se aseguraron que nadie que participó o tuvo consciencia del suceso dijera nada. Hasta finales de los años 80 fue un secreto de estado ocultado a todo el mundo. Un secreto a voces que ahora el cine y Konchalovsky ponen en imágenes.

Fotograma de Queridos camaradas.

El realizador pone el punto de vista en una de esas personas que colocaban al partido por encima de las personas, una trabajadora del Ministerio de Interior ruso convencida de que la mejor forma de defender sus ideales era desde dentro. Pero aquella huelga obrera pone en jaque todo lo que cree. No se da cuenta de que los verdaderos obreros eran los que salían a la calle, y que debían haberles escuchado. Cuando la tragedia le toca en primera persona, con una hija que sale a manifestarse y desaparece, su orden de prioridades cambia, y empieza a ver esas sombras.

Lo que hace Konchalovsky es tensar todo, poner al espectador como testigo directo de aquellos hechos y obligarles a mirar. Compone cada plano hasta el más mínimo detalle, provocando una tensión con sólo un encuadre. Todo con un blanco y negro pulcro y maravillosamente fotografiado. Una especie de Missing en la Unión Soviética en la que todo va creciendo mientras se cae un régimen y todo lo que cree la protagonista. Una de las películas que debería estar en el palmarés del próximo sábado.

Konchalovsy aseguró en la rueda de prensa del Festival de Venecia, que su intención fue plasmar la guerra pero sin entrar en trincheras ideológicas, una película sobre la caída de Troya: "Mi relación con cualquier guerra es siempre la misma, ya sea de la antigüedad o las actuales. He hecho esta película como una tragedia griega en la que los eventos políticos influyen en el ser humano". Quizás por ello no quiso entrar en valoraciones políticas actuales ni en posibles interpretaciones sobre su filme y las conexiones con el presente. "Puedes hacer todos los paralelismos que quieras, no depende de mí”, zanjó. Todo queda claro en estos Queridos camaradas, que no ataca al comunismo, sino a aquellos que lo pervierten desde el poder.