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El 13 de agosto de 2017 Netflix cambió las reglas del juego cuando anunció que Shonda Rhimes, la productora más poderosa de la televisión, se incorporaba a sus filas a cambio de un millonario contrato de nueve cifras. El fichaje de la reina de Shondaland - la casa de Anatomía de Grey, Scandal o Cómo defender a un asesino - aceleró la llegada en exclusiva a la plataforma de otros creadores tan influyentes como Ryan Murphy (American Horror Story, Glee) y Kenya Barris (Black-ish). Lo que no trajo consigo el acuerdo, al menos no de forma inmediata, fueron series: en los tres años que han pasado de esa sucinta y revolucionaria nota de prensa no se ha estrenado ni una sola historia surgida de la factoría dirigida por Rhimes. Hasta ahora. La fantasía romántica de Los Bridgerton será la encargada de abrir fuego el próximo día de Navidad.

Sin entrar en spoilers, la serie está ambientada en la competitiva alta sociedad de Londres, donde la mayor preocupación de sus protagonistas es asegurar el linaje de las familias más selectas de Inglaterra y no cabrear ni a la reina, la única figura que puede poner en peligro sus lujosas vidas, ni a Lady Whistledown, la enigmática -y desconocida, ese es uno de los grandes secretos de la serie- cronista con la voz de la legendaria Julie Andrews que destapa todos los secretos que los más cercanos a los “royals” querrían esconder.

Los Bridgerton son una de esas familias que participan en el mismo juego que las puede condenar al ostracismo o elevar a los altares sociales, pero son dos personajes sobre los que está construida (y de los que depende absolutamente) la nueva gran apuesta de Netflix: Daphne Bridgerton, una joven aparentemente ingenua en plena búsqueda de un marido que esté a la altura de las altas expectativas familiares, y el Duque de Hastings, el soltero más deseado y también el más inalcanzable de todos. Un interesado y en principio antirromántico (¡ja!) acuerdo entre ellos es el desencadenante de todo lo que está por venir, que son muchas cosas.

Un fotograma de 'Los Bridgerton'. Netflix

Los seguidores más devotos en la religión del "shondismo" tendrán que esperar todavía unos meses más para encontrarse una historia firmada directamente por ella: Inventing Anna, una fascinante historia basada en hechos reales con Julia Garner (ganadora de dos premios Emmy por Ozark) como una joven alemana que ejecuta una increíble estafa en el corazón de las élites de Nueva York. Chris Van Dusen, un alumno aventajado de Rhimes con una docena de episodios de Scandal a sus espaldas, ha sido el encargado de desarrollar la lujosa adaptación de las novelas de Julia Quinn, una autora estadounidense que se ha hecho de oro con sus visitas a la Inglaterra del Periodo de la Regencia. El resultado se asemeja a un buen regalo de Papá Noel: puede que no fuera exactamente lo que buscabas, pero es muy placentero y satisface necesidades que ni siquieras creías tener. Y, en este caso, las más primarias. Los Bridgerton es un disfrute absoluto a media de los amantes de las historias de tacitas, los romances apasionados y los salseos palaciegos. Si esa fórmula te suena bien, devorarás la serie en un abrir y cerrar de ojos. Sino, difícilmente te hará cambiar de opinión. Y, la verdad, será peor para ti. 

La pandemia ha impedido que estas navidades la adictiva You vuelva a engancharnos sin remedio ni remordimientos (aviso: en nuestro diccionario seriéfilo no hay espacio para expresiones condescendientes como “placer culpable”). Las privilegiadas desventuras sentimentales y sociales de los Bridgerton y las familias que deambulan a su alrededor - con hincapié en los desgraciados Featherington, liderados por Polly Walker, la Atia de Roma - son un sustituto ideal que hace justicia a sus referentes más inmediatos. Los más claros son Gossip Girl, con esos lujosos eventos sociales sobre los que gira cada episodio y la cizañera voz de una narradora que busca azuzar el superficial día a día de los más poderosos, y Downton Abbey, aunque aquí no hay espacio para la reflexión sobre los cambios en las jerarquías sociales de la Inglaterra de los primeros años del siglo XX que escondían los dramas de los Crawley y sus criados. 

La serie juega todas sus cartas a la química de su pareja protagonista, Simon Basset y Daphne Bridgerton. El resultado es explosivo: Regé-Jean Page clava la dimensión torturada y salvaje del duque y Phoebe Dynevor se acaba revelando al final de la temporada como la estrella de la función, tirando de puro carisma en su retrato de una joven heroína que es más interesante cuanto más descubre que es capaz de decir en voz alta lo que piensa y quiere. Su romance recupera uno de los ingredientes estrella de la casa Shondaland: las relaciones a medio camino de lo apasionado y lo - ocasionalmente - tóxico de parejas como Meredith Grey y Derek Sheperd y Olivia Pope con el presidente de Estados Unidos en Anatomía de Grey y Scandal, respectivamente. Es la (deliciosa) trampa de Shonda: puede que en algunos momentos quieras gritar a la pantalla para que los personajes tomen las decisiones adecuadas y hablen de lo que verdaderamente les importante (cuántas grandes series nos hubiéramos perdido si sus protagonistas abordaran sus problemas desde el principio) pero para entonces ya estás atrapado en sus dramas. Vuelve a suceder aquí. 

Phoebe Dynevor y Regé‑Jean Page. Netflix

Si la serie de Netflix regresa con una segunda temporada (hasta el clímax, cuando la serie responde a las dos mayores incógnitas de la serie, teníamos claro que así sería), los guiones necesitan delegar más en sus más que acertados -pero poco aprovechados- secundarios: Simon y Daphne han quemado muchas naves en esta primera temporada y lo tendrán difícil para mantener el interés tan arriba en el futuro. Aunque hay muchos personajes satélite en la ficción de época, la mayoría están poco desarrollados o no mantienen las expectativas provocadas por el arranque de la historia (el hijo mayor de los Bridgerton apenas explota los talentos de Jonathan Bailey, encantador en Crashing, la primera serie como guionista de Phoebe Waller-Bridge y también disponible en Netflix). 

Los Bridgerton tampoco deberían olvidar dos de sus apuestas formales y tonales más importantes. La decisión de contratar a un actor racializado para el papel protagonista (de la que volveremos a hablar de ella muy pronto) es más que interesante, pero Van Hausen debe decidir si la serie va a abordar el lugar de los afroamericanos en la alta social inglesa del siglo XIX - como hace, de forma aislada y algo superficial, en uno de los episodios - o si prefiere ignorar las cuestiones raciales, políticas y sociales en favor de lo que parece ser realmente la serie: un fantasía romántica ambientada en el pasado y que se puede permitir licencias dramáticas. Lo mismo se puede decir de la selección musical. Aunque las versiones instrumentales de éxitos del pop reciente como el Thank You, Next de Ariana Grande funcionan dentro de su propuesta postmoderna, se ven lastradas cuando la serie decide incluir de forma aislada una canción pop llegada de Spotify. 

Cuando Los Bridgerton afile todavía más la fórmula y abrace de lleno la serie que quiere ser, podremos centrarnos en lo que es realmente importante: el escapismo visual, romántico y social que nos permite la última adicción del 2020 seriéfilo. Shonda, me has vuelto a enganchar.



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