Fotograma de 'Alex Wheatle’.

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Crítica: ‘Alex Wheatle’, la peor película de ‘Small Axe’ sigue siendo mejor que el 90% de estrenos

El cuarto episodio de la saga antológica de Steve McQueen es el más irregular, pero su propuesta sigue siendo notable e interesante.

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Seamos honestos. La cuarta película de la antología Small Axe, creada por Steve McQueen, es la peor de las cinco que la componen. Pero volvamos a serlo, este Alex Wheatle sigue siendo mejor que el 90% de los estrenos (tanto de cine como de series) que llegan las plataformas y que llenan los catálogos al peso. Quizás el problema de las cinco películas sea el orden escogido para estrenarse. Comenzó con la excelente Mangrove y continuó con una obra maestra, Lovers Rock. Todo lo que ocurriera a partir de ese momento solo podía ir a peor.

Estoy seguro de que si Alex Wheatle hubiera sido el primer episodio de Small Axe todos estaríamos dando palmas, porque sigue siendo una notabilísima apuesta para bucear en el racismo de la sociedad británica contra la comunidad de origen jamaicano. Es verdad que es menos contundente en su denuncia que Mangrove, pero también menos obvia y menos vista. El primer episodio se beneficiaba de una narrativa clásica y del poderío con el que McQueen cuenta un proceso judicial injusto.

Aquí la clave del episodio está en la toma de conciencia de su protagonista, ese Alex Wheatle que es una persona real y que, de hecho, es uno de los miembros del equipo de guionistas de Small Axe. El creador buscaba la historia de una persona de la comunidad que hubiera crecido entre casas de acogida y la prisión, y los compañeros dijeron que Wheatle, escritor de libros para niños, cumplía todos los requisitos.

Fotograma de 'Alex Wheatle'.

Fotograma de 'Alex Wheatle'. Movistar+

McQueen consigue alejarse de todos los males del biopic actual, pero no consigue imprimirle tanta personalidad en su acercamiento como le dio a Lovers Rock. Un capítulo que vuelve a quedarse supeditado a la fuerza de lo que cuenta y denuncia. No cae nunca en el aburrimiento, y el personaje central tiene carisma y encanto, pero le falta punch para esta denuncia de un sistema que quiere borrar la identidad y la herencia cultural de la comunidad negra.

Lo interesante de esta cuarta entrega es que pone la mirada en una persona que al haberse criado en instituciones británicas ha perdido toda su cultura y su identidad. No tiene acento, no conoce nada sobre sus orígenes, y eso le coloca en una tierra de nadie. Alex Wheatle habla de la importancia de inculcar, cuidar y defender esa identidad. Él lo descubrirá en su edad adulta, cuando llegue a Brixton, el mismo sitio donde nació pero donde no se crio. Escuchará su música, hablará con su gente y verá que las instituciones no han querido que él perteneciera a su gente. Han querido, de alguna forma, blanquearle.

Su toma de conciencia a través de la música está contada con gusto, aunque de forma algo atropellada, y se entrelaza con una segunda trama narrativa en la cárcel donde un rastafari se convertirá en su mentor y en la persona que le empuja a tomar la decisión de convertirse en escritor. La toma de conciencia será también política y activista, y McQueen vuelve a reincidir en una idea que ya estaba en Lovers Rock, en el poder de la cultura de crear identidad, pero también de convertirse en arma política.

Un canto a la importancia de nuestra herencia, y de la imposibilidad de encontrar tu sitio en el mundo o de dejar un legado si no comprendemos las raíces y el lugar al que pertenecemos, una idea que no está solo en la comunidad jamaicana de Reino Unido, sino que es un mensaje que se puede exportar a casi todo el mundo.

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