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Festival de Cannes, mayo de 1996. Tras haber pasado el ecuador del certamen, una película dinamitó todo. Se trataba de Crash, de David Cronenberg. Una adaptación de la novela de J.G. Ballard sobre personas que se excitaban viendo y teniendo accidentes de coches. Provocadora, incendiaria e irreverente, la película fue tan aplaudida como abucheada. Muchos espectadores abandonaron la proyección ante lo que parte de la crítica, como el gran Ángel Fernández-Santos calificó como “pseudoporno”.

Cronenberg ya tenía la etiqueta de ‘enfant terrible’, pero con Crash se consagró. Como pasa siempre en los festivales, las películas que dividen a la prensa, suelen hacerlo también con el jurado, y el director se quedó con su preciada Palma de Oro, aunque se llevó un Premio Especial del Jurado por su “audacia y originalidad”. Él mismo se encargó años después de quién había sido el responsable de dejarle sin el máximo galardón. No fue otro que el mismísimo Francis Ford Coppola, presidente del jurado y máximo opositor.

“Coppola estaba totalmente en contra. Creo que él fue el principal opositor. Cuando me preguntan por qué obtuvo este Premio Especial del Jurado… bueno, creo que fue un intento del jurado de eludir la negativa de Coppola, porque tenían la posibilidad de crear su propio premio sin la aprobación del presidente del jurado. Y así fue como lo hicieron, pero fue Coppola quien ciertamente estuvo en contra”, contó muchos años después a The Canadian Press.

Tráiler de Crash

No fue el único escollo que Cronenberg se encontró en el camino. Aunque nunca pensó que pudiera levantar la producción del filme, los problemas vinieron después, y todos relacionados con una moral represora y reaccionaria. Crash fue censurada en varios países, y sufrió para poder hacerlo en EEUU, donde hubo una campaña para desprestigiarla y se llegó a parar su distribución por considerarla “peligrosa para el público”, tal como recoge el libro de Martin Barker y Julian Petley, The Crash Controversy: Censorship Campaigns and Film Reception.

La película sí llego a los cines, pero lo hizo con la calificación por edades más restrictiva, la de NC-17 que sólo es superada por las películas pornográficas y que impide la entrada al cine a todos los menores de 17 años. Sólo los adultos que presentaran su DNI podían ver un filme que nació maldito. Las presiones para intentar recuperar las pérdidas de la película, que había costado 10 millones de dólares, hizo que el director se autocensurara y cortara -muy a su pesar- las escenas más polémicas para su estreno en videoclub, donde llegó esta versión que lo bajaba una escala y le daba la calificación R que ya permitía a los menores de 17 años verla acompañados de un adulto.

Fotograma de 'Crash'.

Finalmente, Crash se convirtió en una película de culto y en uno de los títulos más emblemáticos de la filmografía de Cronenberg, tanto que con motivo de su 25 aniversario se estrena restaurada y en calidad 4K en unos cines que agonizan sin estrenos y con las restricciones de horarios. Los amantes del filme podrán repetir, y los que no la conozcan podrán disfrutar con una obra que les volará la cabeza y que cuenta la historia de unos personajes que no son más que marionetas en un mundo caótico e individualista que les devora. La sinforofilia, esa parafilia en la que la excitación sexual gira alrededor de observar o incluso representar un desastre como un incendio o un accidente de tráfico, se convierte en una metáfora de un mundo individualista y desconectado.

Todavía en 2020 las imágenes de Crash son dinamita para las mentes estrechas. La película empieza con una sucesión de escenas sexuales. Cada cual más perturbada. Una mujer que se excita frotando su seno contra un coche. Otra que se masturba tras chocar su automóvil con un desconocido… todo en una espiral que envuelve al espectador. Y va a más. La escena en la que James Spader toca la cicatriz de Rosanna Arquette como si fuera una vagina es de las imágenes más potentes y provocadoras del cine.

25 años después también sigue siendo revolucionaria en su tratamiento de la sexualidad sin cortapisas. Los protagonistas no se definen como heterosexuales, homosexuales y bisexuales, sino que se dejan llevar por el placer y el deseo de cada momento, dando lugar a escenas como el encuentro entre Elias Koteas y James Spader, que se jugó su futuro en un Hollywood todavía muy conservador tras una superproducción como Stargate con una de las obras más arriesgadas que ha dado el cine reciente.

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