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Antes de que todo llegara, de que la pandemia nos metiera en casa y cambiara nuestro día a día de forma radical, los cines abrían con normalidad y vivían un momento dorado. En 2019 se consiguió una recaudación histórica, y el año comenzaba con buen pie. También el cine español lo demostraba. El 31 de enero de 2020 se estrenaba en salas Adú, la segunda película del director Salvador Calvo tras Los últimos de Filipinas.

Llegaba de la mano de Telecinco Cinema, que apostaba por un título diferente a lo que nos tiene acostumbrados. Tras bastantes comedias y unos cuantos thrillers traían un drama con la inmigración como telón de fondo. Un proyecto que nació en el rodaje de su ópera prima, que tuvo lugar en Gran Canaria, donde el director escuchó decenas de historias de inmigrantes que llegaban en patera a la isla que les pusieron los pelos de punta. Por un lado, el caso de un niño de seis años que había sido engañado para destinarlo a la venta de órganos en el mercado negro. Por otro, un niño somalí de 15 años violado sistemáticamente por su tío, un señor de la guerra, que huyó y consiguió llegar a Canarias prostituyéndose para reunir el dinero necesario para pagar la patera.

Junto a su coguionista Alejandro Hernández decidieron juntar a esos dos personajes en la ficción y crearon esta película de historias cruzadas que trenza la aventura de un niño camerunés de seis años y su hermana que quieren llegar a Europa; la de un activista medioambiental que se enfrenta a la caza furtiva y a los problemas de su hija recién llegada de España; y la de un grupo de guardias civiles que en Melilla se prepara para enfrentarse a los subsaharianos que intentan saltar la valla para llegar a nuestro país buscando un futuro mejor. Tres historias que como mandan los cánones se acabarán cruzando.

Adu

A pesar de lo complicado de la propuesta, el excelente boca a boca hizo que se convirtiera en uno de los pocos éxitos de este año. En poco más de un mes, el tiempo que estuvo en salas antes de que cerraran por el coronavirus, consiguió más de un millón de espectadores y seis millones de euros. Unas cifras excelentes que demostraban que el espectador no sólo quería comedias. Lo que pocos esperaban es que un año después fuera la Academia de Cine la que se acordara de ella convirtiéndola en la más nominada de estos Premios Goya atípicos. 13 candidaturas. Y no sólo las técnicas, que se daban por hecho, sino las más importantes como película, dirección, guion y nominaciones para Álvaro Cervantes como Mejor actor secundario y Adam Nourou, como Mejor actor revelación.

Salva Calvo se muestra pletórico con este reconocimiento que ha sido “una alegría grandísima, pero no sólo para mí, sino para la película, porque yo tengo la teoría de que las películas no son de los directores, sino de un equipo enorme que va desde el primer técnico hasta el que crea los efectos especiales, y que estemos prácticamente todos nominados es una gran satisfacción”. Eso sí, no han podido celebrarlo y la gala tocará verla desde casa por esta tercera ola, algo que le ha dado “mucha pena” pero que es consciente de que no puede ser de otra manera.

Ni que fuéramos 'Titanic', no es tan grande, ha costado 4 millones y la hemos rodado en siete semanas, no hay tanta diferencia con otras películas

Ahora toca el siguiente paso, “ganárselo”, y sabe que ser la más nominada “no te convierte en la favorita ni mucho menos”. A Adú se le ha colocado la etiqueta de ‘la película grande’ de las nominadas, y más en un año donde el resto son filmes más pequeños y sin la mano de una cadena privada de televisión. “Ni que fuéramos Titanic, no es tan grande, ha costado 4 millones y la hemos rodado en siete semanas, no hay tanta diferencia con otras películas. Hombre, si me dices Las niñas, sí que la hay, pero no creo que la haya con otros títulos como Nieva en Benidorm”, explica.

Es cierto que Adú es una película de tamaño medio, y más para Telecinco Cinema, pero también es cierto que este año todo parece más grande de lo que es en realidad. “Si te pones a mirar es una película extraña para ellos, es un cine social, con un tema bastante espinoso y actual, que no tiene ni final feliz. Es una bofetada de realidad, no es el cine que se puede considerar industrial”, subraya Salva Calvo que se muestra muy contento de que este “cine comprometido haya gustado tanto al público”.

Con su segunda película vuelve a demostrar que siempre busca un enfoque social o incluso político que completen sus historias, porque para él hacer una película de acción como tal no me interesa, busco una capa más profunda”. “En Los últimos de Filipinas era retratar el sinsentido de las guerras, y si nos hubiéramos quedado solo con el episodio épico y bélico a mí la película no me hubiera interesado. Hay que buscarle una capa más profunda. Que trascienda”, zanja. Adú lo ha logrado, y le ha llevado a unos Goya que también se han rendido al cine industrial y comprometido con temas sociales.

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