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Es injusto criticar una película comparándola con otra, pero hay en ocasiones que esa comparación se antoja inevitable. Por coincidir en el tiempo, en la temática, en su tratamiento… demasiadas coincidencias para que en la mente de un espectador no se junten Ammonite -que se estrene este lunes en Movistar+- y Retrato de una mujer en llamas. La de Céline Sciamma fue una de las obras con mejores críticas del año pasado tras su paso por el Festival de Cannes de 2019, donde fue una de las obras que más consenso recibió.

Una película que contaba la relación de dos mujeres a finales del siglo XVIII. Ambas, apartadas en un caserón, donde una de ellas tenía la misión de pintar a otra. Una obra construida desde las miradas, los silencios. Donde el erotismo se desprendía de una nuca, de una muñeca. Sciamma conseguía que con un ritmo pausado todo fuera encendiéndose. Recuerdo que alguien del mundo del cine comentó que en el pase de Cannes tuvo ganas de gritar: “Besaros ya”. La directora lograba algo complicado y que normalmente el cine no hace. Quitar de envoltorio, de diálogos impostados y de momentos almibarados una historia de amor y conseguir emocionar y tocar a todo el mundo.

Por eso esta Ammonite llega a rebufo. El filme de Francis Lee -que estaba seleccionada para el festival de Cannes cancelado por la pandemia- llega después de una obra tan redonda que es imposible no acordarse de ella todo el rato. Aquí también son dos mujeres, es el siglo XIX, y en vez de una pintora tenemos a una mujer que busca fósiles en el sur de Inglaterra. Lee también opta por los silencios y las miradas para construir esta relación de amor entre dos mujeres en un momento donde estaba mal visto, pero lo que funcionaba y era fuego en la obra de Sciamma, aquí es gélido.

'Ammonite'. Movistar+

Uno no entra en la relación. No consigue ver la evolución de ese amor. Sí, hay gusto por el detalle, por lo sutil y se agradece la ausencia de subrayados. Pero lo que crece entre ellas no lo ve el espectador. Es imposible conectar porque la relación no crece poco a poco. Parece casi increíble que esa enferma a la que da vida Saoirse Ronan sienta de repente una pasión irrefrenable hacia una Kate Winslet contenida y siempre en su sitio que da vida a un personaje real, la pelontóloga Mary Anning. Es cuando su relación explota cuando Ammonite crece. Cuando las caricias se materializan, cuando el juego de miradas por fin está a punto de estallar cuando Lee consigue meter dentro al espectador. Su último tercio es emocionante, con dos escenas de sexo descarnadas y atípicas.

Es difícil no comparar ambas películas porque en las dos hay elementos que se repite. Las playas, el viento, el sonido de la naturaleza, y el tiempo como enemigo. Las dos relaciones tienen un final marcado. En Retrato de una mujer en llamas era el final del cuadro. Aquí, son las semanas en las que el marido de Ronan desaparece y deja a su esposa al cuidado de Winslet. Un elemento que condiciona ambas relaciones a un destino inevitable.

Hay otro vínculo claro entre las dos obras, y es su referencia al lugar de las mujeres en la Historia. En la obra de Sciamma era en el mundo del arte, y en Ammonite en el de la ciencia. Francis Lee construye sus dos mejores momentos en torno a esta idea, y es una pena que desaproveche este potencial. Son, además, los momentos que abren y cierran el filme. El primero en el que vemos como un fósil llega al Museo Británico arrastrado por hombres trajeados que empujan a la única mejor de la escena, la limpiadora. Allí sustituyen el nombre de su descubridora, el personaje Kate Winslet, por el de un hombre.

En la escena que cierra vemos a Winslet ir al museo a ver su obra. Un paseo por un pasillo lleno de cuadros de hombres. Ninguno de una mujer. Su rostro va pasando por delante del de todos ellos hasta detenerse y gracias a un plano precioso sustituirlo de forma física y metafórica. Un momento hermoso y emocionante que muestra el potencial que había en esta historia. Lee se queda a medias, no consigue lo que Sciamma logró, y eso acaba pesando en su contra.

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