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La censura se convirtió en una práctica habitual durante el franquismo. La dictadura revisaba guiones, hacía correcciones, retocaba escenas, e incluso mutilaba películas extranjeras, que llegaban sin las escenas más polémicas cuando no las prohibía directamente. Cualquier atisbo de crítica a Franco o el régimen eran directamente prohibidos. O propaganda o censura. Ese era el dilema de los cineastas. Con ella se toparon los habituales: Bardem, Berlanga o Buñuel, que tras burlarla -nadie sabe muy bien cómo- con Viridiana, tuvo que sacar las copias de la película hacia Francia para que no las quemaran tras el pase en Cannes y la reacción furiosa del Vaticano.

Pero las ganas de controlar y manipular de Franco llegaron al límite de que prohibió una película falangista como Rojo y Negro, dirigida por Carlos Arévalo, que había rodado la entrada de las tropas de Franco en el desfile por Madrid en 1939 y desde entonces había trabajado en obras propagangísticas y pro dictadura como Harka. Pero aquel director decidió intentar algo diferente y personal en 1942 con una historia sobre una pareja de novios. Ella falangista y él, militante comunista en los días previos a la Guerra Civil.

Aunque Arévalo atizaba a los republicanos, que eran claramente los malos de la función, y a los que retrataba como sanguinarios, también mostraba el arrepentimiento del militante y no le demonizaba, algo que el franquismo no pudo permitir. Una película que también fue provocadora en lo visual, con un barroquismo y un gusto por el riesgo y lo experimental que la convirtieron rápidamente en una rara avis del cine de los 40.

Rojo y Negro pasó la censura previa, e incluso llegó a estrenarse, pero unas semanas después de su llegada a los cines, la historia trágica de estos amantes interpretados por Ismael Merlo y Conchita Montenegro, una estrella que llegó a rodar con Buster Keaton, desapareció de las salas… para siempre. La película se prohibió por la dictadura y sus copias se secuestraron. No quedaba rastro de aquella película que había desatado la ira franquista, a pesar de estar hecha por un falangista. Un título maldito y con toque de culto. Carlos Arévalo, además, pasó de ser uno de los cineastas más prometedores de la industria al ostracismo, y estuvo lejos del cine durante 12 años.

En aquella primavera del año 42, Rojo y Negro desapareció durante décadas, hasta que en los años 90 la Filmoteca Española recuperó una copia en un encuentro casi por azar que recordaba así Mariano Gómez Parrondo, del Departamento de Investigación de la Filmoteca Española años después, en Vía Libre:

“Una mañana, al vaciar Cepicsa, cerca de Callao, estábamos Paco bajando latas de las estanterías, Ramón Rubio, el jefe del Departamento de Recuperación, anotando títulos y yo metiendo envases en sacas o cajas. En estas que Paco lee ‘Rojo y negro’. Yo miré arriba un poco incrédulo, extrañado. Ramón, con los ojos tan abiertos que se le salían de las órbitas, preguntó: ¿Qué has dicho?”. “Rojo y negro; eso pone aquí”. ‘Baja inmediatamente’. Paco baja las latas, nos arremolinamos los tres y releemos las etiquetas. Diez veces. Veinte veces. Ramón, aún sorprendido, separa la primera lata, la abre, despliega con cuidado la bobina, busca la cabecera de principio y lee: ‘Rojo y negro’. ‘¿Os habéis dado cuenta de lo que hemos encontrado?’. Nos miramos. Dentro de nuestra faena, hemos llegado a la Luna. Evidentemente, alguien, jugándose el pescuezo en su momento, ha salvado de la hoguera un duplicado de Rojo y negro. Y nosotros, afortunados mortales, muchos años más tarde lo hemos reencontrado”.

Por fin la película falangista que prohibió el franquismo comenzó a verse en filmotecas y centros culturales, pero fuera de estos círculos muy pocas personas la habían podido disfutar… hasta ahora. La plataforma FlixOlé dedicada al cine español y donde se pueden ver casi todos los clásicos de nuestra historia ha estrenado Rojo y Negro en su versión restaurada en 4K. Un ajuste de cuentas con el pasado y la oportunidad de ver una película que muchos quisieron enterrar.