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El mundo de Wes Anderson no es sólo un mundo de colores pastel, decorados artificiales y estética de viñeta de cómic. El mundo de Wes Anderson es un mundo cercano a una utopía llena de simetrías y con sus propias normas. Allí los personajes son idealistas, soñadores, con valores. Personajes con una inocencia impropia de un mundo cínico como el que vivimos. Si el mundo real es cada vez más oscuro, por qué no crear uno paralelo donde las revueltas sociales se solucionen con partidas de ajedrez y los robos con un menú degustación.

Wes Anderson ha ido creando con el paso de los años su propio universo. Uno tan reconocible que con un sólo fotograma sabe que está viendo una de sus películas. Uno donde todos decimos esa frase hecha de ‘allí me quedaría a vivir’. Lo ha ido haciendo desarrollando un TOC considerable en la puesta en escena. Una depuración estética que ha llegado a su cima en The french dispatch (La crónica francesa), su último filme que ha estrenado en la Sección Oficial del Festival de Cannes.

Una película que lleva un año esperando su estreno, y que por fin se ha podido ver en el mejor marco posible y en el mejor momento. Con la cuarta, o quinta ola del covid a punto de llegar o llegando, las reglas del universo de Anderson han sentado de maravilla. The french dispatch es una obra en la que el director lleva su gusto estético hasta el paroxismo, consiguiendo una sucesión de 'tableaux vivants' que dejan con la boca abierta.

The fench dispatch es la historia -y el nombre- de una revista localizada en un pequeño pueblo inventado de Francia y que bebe mucho de The New Yorker. La película tiene la estructura del último número que se publicará por la muerte del editor de la publicación, y así acudiremos a una sucesión de historias que tendrán la forma de una guía de viajes, tres reportajes y un obituario. Cada una escrita por un periodista de la revista (con los rostros de Owen Wilson, Tilda Swinton, Frances McDormand y Jeffrey Wright).

Lo que ocurre a continuación es Anderson siendo Anderson y desplegando su magia en forma de travellings, planos secuencia, animación, escenas imposibles, y su clásico sentido del humor. Una sucesión de viñetas en las que el director se desata. Los juegos de formato y el cambio del color al blanco y negro -atención al momento en el que un personaje pide a Saoirse Ronan que le diga el color de sus ojos- son una delicia. Anderson homenajea a Tati, a Méliès… a aquellos que construyeron su propio mundo con sus propias normas. Uno mejor que el real. Uno donde incluso los apátridas encuentran su sitio a pesar de ser negros o asiáticos, como muestra el emocionante final de su tercera historia.

Anderson también compone una carta de amor al periodismo. Un periodismo al que le mueven los ideales, las ganas de contar algo -en ese sentido The french dispatch entronca con casi todo su cine, en el que se pone en valor el arte del contador de historias-, de hacerlo desde las entrañas. También se ríe de ciertos dogmas de la profesión, como la objetividad absoluta. Si el mundo de Anderson existiera, el periodismo y los medios de comunicación serían como esta revista donde el jefe extienden la chequera para pagar los viajes por el mundo de una redacción que busca debajo de las piedras las mejores historias.

'The french dispatch'.

Quizás por eso, porque la película es una carta de amor al periodismo, moleste tanto que el director y el equipo no vayan a dar rueda de prensa a los periodistas. El encuentro con la prensa organizado por Cannes es una de las señas de identidad del certamen, y también un riesgo que deben correr. Los creadores deben confrontar su obra con los críticos y escuchar sus preguntas. Salir airosos… o no. Que se lo digan a Lars Von Trier, que perdió su segunda Palma de Oro por Melancolía cuando en una boutade de niño pequeño aseguró que “entendía a Hitler”. Sus opciones se esfumaron a pesar de que, como reconoció años después Olivier Assayas, era la favorita del jurado.

Un feo a una profesión que defiende en su filme y que ensombrece la llegada de su nueva maravilla. La confirmación de que su universo propio está más vivo que nunca y con más historias que contar. Ya sean en forma de guía de viajes, obituario o de reportaje sobre un artista asesino o un joven francés idealista y una revolución naif e inocente. Porque el mundo real también tiene sus reglas, y las de Cannes mandan dar esa rueda de prensa que le ha negado a todo el mundo sin que nadie tenga una explicación oficial. Mal Wes.

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