Javier Bardem en El buen patrón.

Javier Bardem en El buen patrón.

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Javier Bardem, el mejor actor de la historia del cine español

El actor ofrece otro trabajo descomunal en 'El buen patrón'. Otro más. Nuestro intérprete más importante y completo.

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Elegir al mejor en algo es algo tan subjetivo como injusto. Mejor según quién o qué. Es una hipérbole, está claro. Pero, parece inevitable hacerlo en una vida en la que todo es competición. Nadal juega por ser el mejor del mundo, igual lo hace Pau Gasol. Y luego está la otra comparación, quién es mejor entre ellos. Sin embargo, después de ver El buen patrón, la nueva y brillante comedia de Fernando León de Aranoa, tuve claro que el mejor actor de la historia del cine español se llama Javier Bardem.

El director ha creado una sátira lúcida, brillante e inmisericorde del empresariado español -que por extrensión también es España-. Un guion ácido, fino y mordaz que encuentra en el cuerpo del actor su mejor vehículo. Es imposible imaginar El buen patrón con otro actor. Porque Julio Blanco es, desde ya, un personaje para el recuerdo. Un personaje que Bardem ha cogido y engrandecido gracias a su talento innato.

Bardem desaparece detrás de ese empresario cuñado. Construye un ser despreciable pero carismático, y lo hace hasta dándole una forma de hablar, de comportarse en público y en privado. Hay un detalle que me apasiona del trabajo del actor en El buen patrón, cómo come jamón. Parece una bobada, pero no lo es. Amancio Ortega no come jamón igual que un peón albañil. Ni come el mismo jamón ni lo coge de la misma forma. Un personaje lleno de detalles, de sellos personales. La forma en que se dirige a sus empleados, la falsa bonhomía. Tiene, además, dos escenas que son puro slapsstick, dignas de la mejor comedia sin diálogos en las que con un cambio de rostro o de gesto hace reír a carcajadas. Menuda barbaridad.

Bardem en 'Antes que anochezca'.

Bardem en 'Antes que anochezca'.

Esto es sólo la confirmación de lo que ya sabíamos, que es un actor de un talento descomunal y que encima trabaja y sigue dando el 100%. No paran de decírnoslo los directores internacionales. Todos se pelean por trabajar con él, pero aquí seguimos a lo nuestro. Aquí un sector de la población nunca reconocerá que es uno de los mejores actores del mundo sólo porque se moje políticamente. Esa gente que se baña en una fuente si la selección española gana un Mundial pero que parece que le joden los éxitos de nuestros actores, actrices y cineastas. Deberíamos sacar pecho de Bardem. Soy español, como Javier Bardem.

Muchos dirán que ahí están Fernando Rey, Paco Rabal, Alfredo Landa o Fernando Fernán Gómez. Y puede que sean igual de buenos, y cada uno tendrá sus motivos para decir que son mejores. Bardem tiene algo que es muy difícil ver, y es que parece que transforma su propio cuerpo para dar vida a sus personajes. No hablo de engordar, adelgazar o ponerse cachas, sino de una interpretación física, que hace que cada mínimo detalle corporal ayude a transmitir.

Si en 1992 nos dicen que aquel ‘macho ibérico’ que Bigas Luna descubrió en Jamón Jamón iba a ser el actor que es ahora no nos lo hubiéramos creído. Hay actores marcados por sus facciones, y parecía complicado que Bardem escapara a la etiqueta de chulazo. Pero vaya sí lo hizo. Poco a poco fue evolucionando y agarrando papeles que mostraban otras facetas suyas. Aunque su talento ya había explotado, fue a finales de los 90 cuando descubrimos todo lo que había dentro gracias a dos cambios de registro brutales.

'Biutiful'.

'Biutiful'.

El primero fue Segunda Piel, de Gerardo Vera, un filme que habría que reivindicar y donde Bardem mostró una sensibilidad y una dulzura hasta entonces desconocidas. El siguiente, y fundamental, fue el de Antes que anochezca, de Julian Schnabel. El director vio en él al único actor posible para dar vida al poeta Reinaldo Arenas. Y el mundo implosionó. Bardem regaló una interpretación para la historia y todos pusieron sus ojos en él. Aquel actor de cuerpo grande se convertía en un poeta frágil. Un papel que le dio su primera nominación al Oscar.

Pocos actores españoles han sumado en sus carreras tantos papeles inolvidables -más allá del reconocimiento internacional-. Bardem ha sumado varios más a su mochila. Su Uxbal en Biutiful era un prodigio de contención, un dolor que era capaz de transmitir con una simple mirada. Un Bardem que dejaba su habitual explosión para emocionar desde una austeridad y una honestidad que ponía la piel de gallina. Ahí también su Ramón Sampedro en Mar Adentro, donde consiguió emocionar sólo con la expresividad y la humanidad de su rostro, o su Santa de Los lunes al sol, donde sacó la rabia y la dignidad de la clase obrera española machacada por una crisis eterna.

Y sus villanos. Los mejores. Los que roban la función. Si alguien menciona No es país para viejos nadie se acuerda de nada más que de él. No fue sólo el pelo. Fue su fuerza, su capacidad de dar miedo con una palabra. Cómo paladea sus frases. Qué decir de su Silva en Skyfall. El mejor malo de Bond lo hizo un español. Se sacó de la manga una atracción sexual con el pavisoso agente británico que es historia de la saga. Y suma y sigue hasta llegar a este buen patrón. Qué suerte tenemos de poder vivir en directo sus éxitos. Ojalá que algún día lo celebremos como cuando ganamos el mundial.