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No existe en nuestro diccionario una palabra que traduzca del inglés el fascinante concepto que da nombre a la primera película de Rebecca Hall como directora y que para su estreno español Netflix ha rebautizado como Claroscuro. El sustantivo passing hace referencia a la acción de un miembro de un grupo social discriminado (por cuestiones raciales, identitarias o de orientación sexual) que se hace pasar por miembro de otro. Tradicionalmente, el término se ha utilizado para describir a una persona de color o de orígenes multirraciales que decide integrarse en una mayoría blanca para escapar de las convenciones legales y sociales y la discriminación racial. 

El fenómeno del passing se remonta a los primeros años de la esclavitud en Estados Unidos, pero tuvo un repunte en los felices (según para quién, por supuesto) años 20. A finales de esa década, en 1929, la escritora Nella Larsen publicó una fascinante novela homónima basada en el repunte del passing en la época y en su experiencia como una mujer de orígenes multirraciales. 

Ocho décadas después de la publicación de un libro celebrado por su retrato de la sexualidad, el género y la raza, la actriz de Vicky Cristina Barcelona y The Town. Ciudad de ladrones la tomó como base para su debut detrás de las cámaras. Su conexión era poderosa, aunque no fuera reconocible a simple vista: la madre de Hall, la cantante de ópera Maria Erwing, vivió las consecuencias de que su padre negro se hiciera pasar por blanco

A cambio de 16 millones de dólares, Netflix se hizo con los derechos de una película que se había presentado con éxito en la última edición del Festival de Sundance y que cuenta la historia de dos mujeres negras que pueden pasar por blancas gracias a su tono de piel, pero que han elegido vivir en bandos opuestos de la barrera del color

Las rutinas de Irene Redfield (Tessa Thompson) y Clare Kendry (Ruth Negga) dan un giro de 180 grados una tarde de verano en la que las dos viejas amigas de la infancia se encuentran por casualidad. La nostalgia de la amiga que ha renunciado a vivir su vida como una persona negra abre la puerta a una serie de dudas, envidias y obsesiones que pondrán en peligro la existencia que habían construido con cuidado hasta ese momento. 

“Nada es blanco o negro”, avisa el sugerente póster de Claroscuro. Esos colores son una parte integral en la visión en fondo y forma de la ópera prima de Hall. La británica ha recurrido a una arrebatadora dirección fotografía en blanco y negro del español Eduard Grau, que firma su mejor trabajo en Hollywood desde la bellísima Un hombre soltero para reflejar dos existencias marcadas, precisamente, por esos colores. 

Rebecca Hall, detrás de las cámaras de 'Claroscuro'.

Tampoco es casual el uso del formato de 4/3, que subraya la sensación de que Irene y Clare son dos mujeres reprimidas por el entorno, la sociedad de la época o sus propias familias y que en ningún momento parecen ser dueñas del todo de su propia vida en cuestiones de género, raza, sexo o roles sociales. La bella pero repetitiva composición de jazz que hace el músico Devonté Hynes ayuda a destacar esa sensación de cárcel aparentemente dulce en la que están atrapadas las protagonistas. 

El reencuentro entre las dos viejas amigas (la mejor escena de toda la película, gracias a una puesta en escena milimétrica y el miedo que reflejan sutilmente sus protagonistas) pone las cartas sobre la mesa. Para sorpresa de una Irene que lleva una vida acomodada en el gueto de Harlem, Clare ha decidido renunciar a su pasado y su verdadera identidad porque quiere un estatus social y económico que le resultaría inalcanzable viviendo como una mujer negra. “Teniendo todo en cuenta, el precio a pagar merece la pena”. Los 90 minutos siguientes demuestran que eso no es necesariamente así. 

Las dos mujeres deben asumir las consecuencias de las elecciones que han tomado y su recuperada relación (Clare se convierte en una invitada recurrente de la familia de Irene, convirtiéndose en una persona de confianza del marido que da vida André Holland) es el escenario perfecto para que salgan a la luz todas esas emociones que habían enterrado por su propio bien. 

Ruth Negga y Tessa Thompson.

Los conflictos internos de las protagonistas permiten el lucimiento de dos actrices a las que Hollywood no ha sabido sacar provecho en los últimos años. Han pasado ya cinco años desde su nominación al Oscar por Loving, pero hasta ahora Ruth Negga no había tenido la oportunidad de demostrar su talento. Aquí la irlandesa de orígenes etíopes se mueve por la fina línea que separa la fragilidad del egocentrismo, demandando la atención pública en sus escapadas que se le niega en su vida doméstica (y domesticada) junto a un hombre racista que desconoce sus orígenes. Es una de esas interpretaciones que hacen que la cámara se fije solo en ella cada vez que Clare hace acto de presencia, aunque una nube negra nunca termine de abandonarla en ningún momento. O precisamente por eso. 

Thompson tiene el personaje más cerebral y complejo del relato, una mujer aparentemente satisfecha con su vida que debe hacer frente a unas pulsiones e inseguridades que permanecían ocultas. Desde el encuentro en el que se ve obligada a fingir por primera vez en su vida que no es una mujer negra a los temores que le provocan las amenazadoras incursiones en su vida de su amiga, la actriz hace gala de una composición interna que lo juega todo a sus miradas y reacciones. Es la clase de trabajo que podría pasar desapercibido, pero no debería. 

Después de un 2020 marcado por el movimiento Black Lives Matter, la cosecha cinematográfica de 2021 ha reflejado una sorprendente ausencia de relatos marcados por conflictos raciales. Si el año pasado aspiraban a entrar en los Oscar títulos como Judas y el mesías negro, La madre del blues y Una noche en Miami, este año Claroscuro es el único trabajo que aborda directamente las complejidades raciales en Estados Unidos. Lo hace desde un punto de vista original y sorprendente que revela a Rebecca Hall como una directora a seguir a pesar de que su debut diste de ser perfecto (su guion peca por momentos de obtuso y frío y su ritmo es errático en algunos pasajes). Estaremos pendientes de cuál es su siguiente movimiento detrás de las cámaras. 

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