La joya de Jane Campion que hundió el machismo y la obsesión de la prensa por el desnudo de Meg Ryan
La película 'En carne viva' fue la tumba de la carrera de Meg Ryan y Jane Campion, que pasó de ser una autora imprescindible a sufrir para dirigir.
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¿Cómo es posible que una mujer que ha ganado la Palma de Oro, el Oscar, y casi todos los premios posibles haya pasado doce años sin dirigir una película? El caso de Jane Campion es uno de esos ejemplos de los peores vicios de una industria en donde a los hombres se les permitía fallar mientras que las mujeres quedaban sepultadas por sus errores. Más duro aún, se las juzgaba y señalaba cuando no se cumplía lo que se esperaba de ellas. Eso es lo que le pasó a Campion, que ahora es una de las grandes favoritas al Oscar por El poder del perro -ya disponible en Netflix-, pero que durante años ha estado sin levantar un proyecto, y el motivo tiene una fecha concreta.
Aunque su anterior filme, Brigh Star, es de 2009, el punto de inflexión de Campion se fecha en 2003, fecha en la que estrenó su anterior obra En carne viva (In the cut), un thriller con Meg Ryan al que la crítica machacó, casi siempre basándose en argumentos bastante machistas y que centraban todos sus ataques y el foco mediático en que Meg Ryan se desnudaba. Todos los titulares y artículos se centraron en que la princesa de América, la protagonista de las comedias románticas blanditas y que habían perpetuado el prototipo de mujer que sólo busca el hombre perfecto, se había vuelto salvaje.
Críticas como la del Washington Post decían lo siguiente, “Ryan no aporta mucho más que murmullos de incoherencia y desnudez al papel”. Entertainment Weekle destacó que “Meg Ryan se desnuda del todo y pone nervioso al protagonista. En una entrevista en The Guardian, el periodista Andre Anthony llegó a reprender a la actriz diciendo que su personaje "deja caer las mordazas y su ropa interior" y describía de forma sexista al personaje: “vestida con vaqueros y una blusa ceñida, su cuerpo delgado revela una generosidad de escote que te informa que esto no es un romance ligero".
El paso de los años y el cambio provocado por el feminismo hace que, ahora, En carne viva pueda ser considerada como lo que realmente, una joya que en su momento fue incomprendida por poner del revés el sistema patriarcal del cine y adelantarse varios años a lo que estaba por venir. Una revisión del filme -que actualmente no está disponible en ninguna plataforma en España- deja claro que detrás de su apariencia de thriller erótico de los noventa hay mucho más.
Hay una subversión de un género eminentemente machista que, en manos de una maestra como Campion se convierte en un filme sobre el deseo femenino y contra la mirada del cine, que durante años ha sexualizado a la mujer. En el fondo, En carne viva realiza el mismo proceso que Campion ha aplicado al western pero con el thriller de asesinos en serie. Ha cogido dos géneros donde la masculinidad tóxica era ensalzada mientras que la mujer quedaba como comparsa, objeto del deseo o simple víctima.
Sólo hay que fijarse en aquello que todos se fijaron para darse cuenta de que lo que proponía la directora era cambiar las reglas. El desnudo de Ryan no responde a una mirada escópica, de sexualización y que la trate como objeto. De hecho, lo que todo el filme propone es una mirada al placer femenino. Toda la película, y por tanto todas las escenas de sexo, están contadas desde el punto de vista femenino. Esto rompe con cómo los hombres suelen contar las escenas sexuales o presentar el cuerpo de la mujer.
Aquí vemos a Meg Ryan masturbarse, ponerse cachonda, esposar a un hombre o disfrutar del sexo oral que él le practica. La escena se centra en su goce y a él le presenta como un mero proporcionador de papel. “Recuerdo a todos mis polvos por las ganas que él tenía de follar, no por las ganas que yo tenía”, dice el personaje de Jennifer Jason Leigh en un momento dado.
Esto no es más que la plasmación en pantalla de la teoría de la feminista Laura Mulvey, tal como explica de forma más detallada Jason Haggstrom en su ensayo In the Cut: Subverting Visual Pleasure, que destaca cómo ese punto de vista hace que la mirada masculina sólo sea utilizada como provocadora de terror. El hombre que mira, que disfruta mirando a la mujer, que ejecuta su placer escópico provoca inseguridad, miedo y una sensación de peligro. Es así en toda la película y Campion lo plantea desde la primera escena, cuando se ve mirar a un jardinero o al personaje de Kevin Bacon. Cuando mira la mujer, hay placer. Cuando mira el hombre, hay un posible ataque. Y a partir de ese contraste construye la directora el suspense y la tensión.
Como siempre hay una ambigüedad moral en su retrato. La persona con la que obtiene el placer es un policía tóxico, rudo, que tiene conversaciones machistas con sus compañeros de comisaría y que quiere casarse. Ahí entra otro de los elementos que muestran las intenciones del filme. Ella no acepta esas frases, las recrimina (“¿Todos los polis sois homófobos”, les escupe en un momento), y su cara no es el de alguien que tolere estos comentarios.
La critica también obvio que En carne viva era un alegato contra el amor romántico. El personaje de Meg Ryan no quiere tener una relación, pero su hermana sí, porque vive de la ilusión del cuento de hadas que les han contado a pesar de que su padre abandonara a cinco mujeres. Es Ryan la que es consciente de ello, y la historia de cómo su padre pide matrimonio a su madre pasa de cuento de hadas la primera vez que se materializa, a cuento de terror con su madre mutilada en una pesadilla la última vez que se cuenta. No es casualidad que el símbolo que el asesino en serie deja en su víctima sea un anillo que parece de pedida.
Otro ensayo de Steph Green en el medio britanico Indiependent lanza otra capa sobre la película de Jane Campion, la primera en rodarse en las calles de Nueva York tras los atentados de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Un atentado que cambió radicalmente a la sociedad de EEUU, que comenzó a vivir con el miedo bajo la piel. Campion muestra una ciudad que nada tiene que ver con la imagen de postal que suele dar el cine, y mucho más con el estado de paranoia colectiva que vivía una ciudad con estrés postraumático. Demasiada información y demasiada complejidad para una crítica que tenía escrito su artículo sobre el desnudo de Meg Ryan desde antes de ver En carne viva.
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