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En 2021 un nombre se coló en las conversaciones de todos los corrillos en los festivales de cine. Desde Berlín el nombre de Ryūsuke Hamaguchi empezó a sonar con fuerza debido a su maravillosa La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021), con la que ganó el Oso de Plata del certamen. Era el favorito de la crítica, pero finalmente se quedaba con un segundo puesto. Lo que es una rareza es que Hamaguchi tuviera ya preparada su siguiente obra, Drive my car, para presentar en el Festival de Cannes sólo unos meses después. Allí también logró unanimidad entre la crítica, que rápidamente la colocaron como favorita a la Palma de Oro.

Tampoco pudo ser. Hamaguchi se tenía que conformar con el premio al mejor guion por su impecable adaptación de un relato de Murakami que convertía en una obra apabullante de casi tres horas en la que los títulos de crédito iniciales aparecían a los 45 minutos tras una soberbia introducción a sus personajes y su trama principal, la de un actor y director teatral que encuentra a su pareja manteniendo relaciones sexuales con otra persona. Nunca confesará lo descubierto, y su pareja fallece de forma súbita.

Comienza así un viaje en el que el director japonés despliega su personal poética. Una mirada íntima en la que los personajes van desnudándose gracias a largas escenas llenas de diálogos deslumbrantes. Hamaguchi demuestra también cuáles son los temas que el obsesionan y que no sólo estaban en su anterior película, sino en aquella Happy Hour (2015) en la que en una clase de yoga radiografiaba la relación de cuatro amigas con una habilidad y una sutileza magistral. En Drive my car está el azar, el lenguaje, las pasiones humanas y ese juego entre realidad y ficción que tanto le gusta.

Lo que es verdad y lo que es una verdad interpretada se confundía y mezclaba en todos los fragmentos de La ruleta, especialmente en el sobresaliente tercer relato, donde dos mujeres jugaban a ser viejas conocidas que hacía tiempo que no se veían sin que el espectador tuviera claro si lo que estaba observando era una performance, la realidad o si lo que Hamaguchi nos quería mostrar es que cualquier interacción tiene mucho de actuación. No somos más que actores que interpretamos el papel que nos toca en cada momento.

Aquí esa confusión entre la representación y la vida adquiere una nueva dimensión gracias a Chejov y a su Tío Vania, obra que el protagonista interpretaba, cuya pareja fallecida le sigue dando la réplica gracias a un viejo cassette, y nueva función que prepara como director en una nueva función para la que contrata al amante. Un juego de ficción dentro de la ficción con la que Hamaguchi muestra la vigencia de los clásicos para hablar de nosotros. Las largas escenas de ensayos de Tío Vania, con una de las actrices actuando en lengua de signos, son preciosas y emocionantes, y muestran el dominio narrativo del director y guionista japonés.

Uno de los momentos más hermosos de Drive my car.

Sin embargo cuando la película se eleva y emociona es cuando poco a poco, a fuego lento, se fragua la especial relación entre el protagonista y la persona que conduce el coche que da título al filme. Una chófer de pocas palabras con otro trauma dentro. En los silencios que comparten. En esos viajes de pocas palabras, mientras escuchan las palabras de una muerta que como un fantasma les recita a Chejov, se encontrarán y se sanarán. Drive my car exige mucho al espectador. Es una película pausada, a veces incluso demasiado. Con un ritmo particular, pero en el que uno poco a poco acaba conquistado y hasta arrebatado por la belleza de sus imágenes, como esas dos manos que fuman juntas en un lugar donde antes no estaba permitido.

Una película por la que Hamaguchi se ha convertido en el fenómeno cinéfilo de la temporada. Un fenómeno que no se ha quedado anclado en los festivales internacionales, sino que ha llegado a la crítica de EE.UU., que la aupado como mejor filme del año en muchos premios de las asociaciones de críticos y la han colocado como una de las posibles sorpresas de las nominaciones al Oscar, donde no es sólo la favorita para el premio a la Mejor película internacional, sino que puede colarse en categorías grandes como dirección o guion adaptado.

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