Algunas películas nos ayudan a entendernos mejor como sociedad. Es el caso de Flee, la historia de un refugiado afgano y homosexual que acepta compartir sus extraordinarias vivencias con un viejo compañero de instituto en Copenhague siempre y cuando éste respete una única condición: su imagen no puede aparecer en ningún momento. Ante un desafío que parecía insalvable, al director danés Jonas Poher Rasmussen se le ocurrió una idea que entierra para siempre la noción de que la animación y el documental son géneros cinematográficos, cuando en realidad no son más que otro tipo de herramientas para contar historias. El resultado es una de las películas más importantes de los últimos años, algo que se ha reconocido allá por donde ha pasado.
Flee es la primera producción que está nominada al Oscar en tres categorías distintas creadas sobre el papel para reconocer tres tipos de películas diferentes: Mejor Película de Animación, Mejor Película Documental y Mejor Película Internacional. En manos de Jonas y su viejo amigo Amin, el protagonista de este devastador y universal relato, estamos hablando de lo mismo: cine en estado puro.
La primera vez que se cruzaron los caminos del director y el sujeto de este documental que acaba de llegar a los cines españoles se remonta a la adolescencia de ambos. Jonas tenía 15 años cuando un adolescente afgano llegó sin su familia a una tranquila ciudad danesa. Todos los días se encontraban en la parada del autobús. Jonas llegaba de su casa, Amin de una casa de acogida. Se hicieron amigos a pesar de que el joven refugiado nunca le contó a nadie de su nuevo círculo cómo o por qué había llegado al país nórdico.
Casi 25 años después de ese primer encuentro, Jonas es un documentalista con tres películas y varios cortometrajes a sus espaldas. Su amistad con Amin, ahora un hombre adulto que mantiene una relación sentimental con vistas de futuro con otro hombre danés, ha avanzado hasta tal punto por primera vez su amigo está dispuesto a destapar unas heridas que nunca llegaron a cicatrizar.
“Amin quería reconciliarse con su pasado, ya que todos los traumas asociados a su infancia estaban creando distancia entre todos los que formaban parte de su vida, y el hecho de no poder compartir todo su ser se había convertido en una carga para Amin. Pero también quería compartir su historia para que la gente entendiera lo que significa huir para salvar la vida”, explica Rasmussen sobre el proceso interno que llevó al refugiado a estar dispuesto a compartir su pasado por primera vez casi tres décadas después de su llegada a Dinamarca.
Para el director, su objetivo como documentalista es establecer conexiones honestas y reales en un entorno de confianza que le ayuden a llegar a historias más íntimas. “Intento comprender sus matices y sus complejidades, incluidos los lados vulnerables o desagradables, e incluso las facetas más inhumanas de sus vidas”. En el caso de su viejo amigo tenía donde elegir: la desaparición de su padre, la separación de su familia, el tráfico de seres humanos, la persecución de las autoridades rusas o la mentira como único camino para ser aceptado como refugiado son algunos de los traumas que Amin ha enterrado durante años.
“En el proceso de contar estas historias íntimas, siempre intento explorar nuevas formas y enfoques para compartir la narración. Busco formas de retorcer el formato de la película, para que encaje con la historia que se cuenta. He trabajado con recreaciones teatrales y con híbridos de ficción y documental”. Con Flee se vio obligado a adentrarse en nuevos caminos para poder contar el viaje emocional que necesitaba hacer llegar al mundo: la animación. “Mi objetivo es crear una narrativa convincente y atractiva para dar a los testimonios que tan generosos han sido conmigo la plataforma que merecen”, explica el director. “La animación hizo que Amin se sintiera cómodo para contar su historia, pudiendo utilizar su voz real en la película, pero manteniendo el anonimato”.
Un año después de su triunfal estreno en el Festival de Sundance, el mismo certamen acogió la premiere mundial de otro documental en el que su sujeto protagonista no quería aparecer en imagen: My Old School. Curiosamente, su director Jono McLeod también fue compañero en el instituto del misterioso sujeto sobre el que gira el mediático escándalo de un hombre de 30 años en Escocia que se hizo pasar por un adolescente. El escocés optó por contratar a un actor (Alan Cumming) para que sincronice los labios con el testimonio del fascinante personaje protagonista. En Flee el director juega sus cartas utilizando las infinitas posibilidades que tiene la técnica de la animación, capaz de recrear de forma económica, imaginativa y dramáticamente impactante el relato de Amin.
“Quería que estos episodios, y estas experiencias, cobraran vida a través de escenas en lugar de cabezas parlantes. La animación lleva este tipo de narración a otro nivel en cuanto a las posibilidades creativas para contar su vida anterior”, argumenta el cineasta. La mayor parte de Flee emplea la animación convencional en color y en dos dimensiones para mostrar sucesos reales del pasado de Amín. Para los eventos más traumáticos de su pasado, desde la devastadora huida de Moscú siendo víctimas del tráfico de personas a la repentina desaparición de su padre, Rasmussen recurre a una puesta en escena gris, abstracta y gráfica que intenta capturar las consecuencias de esos momentos en la mente y los recuerdos de su sujeto protagonista.
El objetivo de Amin y Jones era hacer llegar a la gente el trauma que se produce antes de que los refugiados lleguen a un nuevo país. En uno de los momentos más emocionantes del documental, aquel es capaz de verbalizar todo eso que han construido juntos hasta entonces gracias a su impactante testamento: “La mayoría ni siquiera puede hacerse una idea de que supone huir, de cuanto afecta en tu relación con otras personas, de lo mucho que te destruye”. Gracias a Amin y a Jonas, ahora es algo más fácil ponerse en la piel de los millones de personas que se ven obligados a abandonar cada año su país de origen en busca de un nuevo hogar.
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