Crítica: 'Bailando por la vida', un encantador y divertido remedio contra el cinismo en tiempos de crisis
Apple TV+ estrena la nueva película de Cooper Raiff, la última revelación del cine indie estadounidense, una dramedia sobre un universitario que vuelve a casa tras terminar sus estudios.
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No pasa nada si todavía no sabes quién es Cooper Raiff, aunque eso está a punto de cambiar. El director, guionista y actor de 25 de años ya está preparando su primera serie y su tercera película. Con sus dos primeros largometrajes, triunfó en los dos festivales más importantes del circuito de cine independiente en Estados Unidos: Shithouse en el SXSW y Bailando por la vida en Sundance, siguiendo los pasos de CODA. Al igual que la última ganadora del Oscar a la Mejor Película, la consagración de una de las voces más prometedoras de su generación se estrenará en todo el mundo en Apple TV+.
Shithouse (una película que solo se ha visto en España en el Americana Film Fest y que alguna plataforma debería rescatar más pronto que tarde) era la historia de un estudiante universitario de primer año, interpretado por el propio director, que es incapaz de disfrutar de su nueva vida porque mentalmente es incapaz de separarse de su familia, aún tocada por muerte de su padre. Su continuación cambia de personajes, pero sus preocupaciones son las mismas: el amor, la familia, la incertidumbre existencial y la gestión de emociones de un hombre joven que está en un momento de transición vital.
Bailando por la vida salta al final de la universidad, cuando un chico de 22 años vuelve a casa de su madre después de terminar sus estudios. Mientras sopesa sus opciones de futuro, Andrew empieza a trabajar como animador en las fiestas de bar mitzva de los compañeros de clase de su hermano pequeño. En una de ellas entabla relación con una mujer llamada Domino (una fantástica Dakota Johnson que sigue reivindicándose después de La hija oscura, El amigo y Suspiria) y su hija Lola, una adolescente que tiene un ligero autismo.
Sobre el papel, la obra de Cooper Raiff tiene muchos ingredientes que despiertan suspicacias en primera instancia. Por momentos, sus películas parecen sacadas directamente del manual de estilo de cierto cine independiente salido de Sundance durante los últimos años. Aunque la sociedad está en crisis, el director prefiere contar pequeñas historias íntimas y personales sobre hombres, blancos y heterosexuales que parecen sentir que la vida les queda grande cuando lo que en realidad tienen son problemas del primer mundo.
Por si no fuera suficiente, Raiff se dirige a sí mismo (reforzando esa idea de que sus personajes son en realidad sus alter ego), contrata a una actriz como Johnson (uno de los mitos eróticos de la última década gracias a la saga Cincuenta sombras de Grey) para dar vida a su interés romántico y se permite el lujo de buscar la trascendencia retratando la experiencia de una adolescente con autismo.
Los cínicos no tienen que buscar muy lejos para encontrar motivos para mirar Bailando por la vida con distancia irónica, pero lo tendrán increíblemente difícil para no caer rendidos ante un encanto y una sensibilidad que resultan simplemente arrolladores. Lo que en otros cineastas podría percibirse como falso o frívolo, aquí parece personal y auténtico.
Si Raiff habla de una adolescente con autismo, es porque tiene una hermana con diversidad funcional. Si esa mezcla de empatía, intimidad y cierto privilegio resulta familiar, es porque se ha criado con el cine de Richard Linklater, Cameron Crowe y Jay Duplass. Y se nota. Su obsesión por las emociones de sus personajes debería ser un motivo de celebración y no de burla en un momento en el que la sociedad dice estar buscando nuevas masculinidades que estén más en contacto con sus emociones.
Durante poco más de 100 minutos asistimos a una historia que deja muy claro hasta qué punto el director y guionista está enamorado de sus personajes y de sus dinámicas. Bailando por la vida podría haberse centrado en la historia de amor (¿y desamor?) entre un “nini” perdido y una joven madre con tendencia al caos, pero a Riff le interesan por igual todas las relaciones de su telaraña de sentimientos y personajes. En cualquier otra película, Joseph (pareja en la ficción de Dakota Johnson, interpretado por Raúl Castillo) sería un capullo. Aquí es una persona tridimensional que invierte las expectativas del protagonista y la propia audiencia.
Ser optimista, romántico y empático es una declaración de intenciones por parte de un director que puede parecer ensimismado. No lo está. Lo personal es universal. Con 25 años y solo dos películas, la nueva promesa del indie estadounidense ya ha establecido una personalidad irresistible y un estilo reconocible. Muchos artistas necesitan toda una carrera para descubrir quién son y lo que quieren contar. Cooper Raiff lo tiene claro desde la casilla de salida.
Ahora es decisión del espectador si quiere refunfuñar ante una mirada risueña en un mundo hostil o si quiere dejarse llevar por la belleza y la alegría de vivir de un cineasta que ha llegado para quedarse. Bienvenido sea.
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