Isabel Coixet estrena en San Sebastián el documental 'El techo amarillo'.

Isabel Coixet estrena en San Sebastián el documental 'El techo amarillo'.

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Isabel Coixet y el reto de retratar el abuso sexual: "No quería revictimización, ni lágrimas, ni morbo"

La directora de 'La libreria' ha estrenado en San Sebastián un documental, 'El techo amarillo', sobre los 20 años de abusos sexuales en una escuela de interpretación en Lleida.

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En 2018 un grupo de nueve mujeres presentaron una denuncia contra dos de sus profesores del Aula de Teatro de Lleida por abusos sexuales ocurridos entre los años 2001 y 2008, cuando eran unas adolescentes. Fue demasiado tarde. Por miedo, por vergüenza, porque tardaron mucho tiempo en entender y digerir lo que había pasado, la denuncia llegó cuando el caso ya había prescrito y se archivó. La vía legal había desaparecido, pero el día que decidieron alzar la voz empezó un camino de sanación.

Cuatro años después de que se hiciera pública la noticia, Isabel Coixet ha rodado El techo amarillo, un impactante documental en el que siete de las nueve víctimas cuentan su historia, desvelan el modus operandi de un abusador en serie que ahora vive en Brasil y comparten con el mundo las terroríficas imágenes domésticas de sus años en unas aulas de teatro que, sin que las autoridades hicieran nada por impedirlo, se habían compartido en la zona de caza de un depredador sexual. 

La directora de La librería Mi vida sin mí vuelve al terreno de la no ficción para hablar de un caso escalofriante sin caer en la trampa del morbo fácil. La catalana cuenta a SERIES & MÁS cómo fue el difícil camino a la pantalla de una terrorífica historia que empezó con la publicación de un explosivo artículo que sacó a la luz casi veinte años de abusos.

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¿Por qué decidiste contar esta historia? 

Leí un artículo de Núria Juanico Llumà y Albert Llimós sobre el caso en el diario Ara. Sabiendo y conociendo muy bien la precariedad con la que se trabaja en los periódicos ahora mismo, me sorprendió la pluralidad de voces, los datos contrastados, los diferentes puntos de vista y el epígrafe que era El techo amarillo y que para mí conecta con la novela El papel pintado amarillo. Me tocó. Hablé con los periodistas. No los conocía, pero conseguí su teléfono y hablé con ellos. Quise hablar con las chicas. Al primero todavía no sabía qué quería hacer con esta historia, si un corto, un mediometraje, una serie… También me planteé hacer una dramatización. 

Cuando hablé con ellas, cambió todo. Me gustaron mucho. Recuerdo haber entrevistado a víctimas diferentes en otras cosas y no encontrar en ellas este viaje de reconstrucción que sí estaba en las protagonistas de El techo amarillo. Son gente que viven en una ciudad pequeña, como es Lleida, y en un ambiente también cerrado, como el mundo del teatro. A pesar de todo lo que les ha pasado, han conseguido reconstruirse. Me resultó muy interesante. En ningún momento me encontré rastro de victimización o de exageración en sus testimonios, todo lo contrario. Todo el rato ellas minizaban muchas cosas que les habían pasado. Decidí que el documental era el mejor formato para contar esta historia. Yo entendía que no lo quisieran hacer.

Una cosa es participar en un artículo en el que no sale de tu cara y otra es contar tu historia con una cámara delante. 

Algunas me preguntaron si podían aparecer en el documental con la cara tapada, pero no me gustaba esa solución. Se lo pensaron y las nueve me dijeron que sí. Empezamos a grabar con las primeras y dos cambiaron de idea. Dos de ellas decidieron que ya no querían hacerlo. Yo les había firmado un papel y les había jurado con sangre que en el momento que quisieran podrían echarse atrás sin tener que darme explicaciones. Tenían diferentes razones: motivos familiares, la exposición no les gustaba, sentían que ya habían pasado página en sus vidas. Seguimos adelante sin las chicas que cambiaron de idea. 

Al principio yo tenía la idea falsa de que iba a ser relativamente fácil. No fue así. Cada cosa fue una pelea. Cuando conseguimos que uno de los chicos nos diera un teléfono Nokia antiguo en el que tenía material interesante, teníamos que ver cómo extraer la información. Todas ellas tenían miles de mensajes de él en el Messenger, pero todo eso desapareció y no fuimos capaces de recuperarlo aunque encontramos a un hacker ético que nos ayudó. Fue imposible. 

Desde el principio que hay una apuesta en El techo amarillo por la importancia del lenguaje para hablar del abuso sexual. Es algo que está presente en la película de diferentes formas. ¿Por qué era eso importante para ti? 

Hay algo muy predecible y poco original en la conducta de un depredador como este. Tiene un modelo de conducta muy claro que se va repitiendo y es algo que me sorprendió y me sigue sorprendiendo incluso después de hacer la película. También era importante hablar de esa cultura del silencio en la que todos sabían que estaban pasando cosas y nadie hacía nada. 

Se ve en un momento del documental cuando hablamos con una de las profesoras del centro. De todas las que habían pasado por ahí hubo muy pocas que accedieran a hablar. La realidad es que él estaba teniendo relaciones con algunas de las profesoras y justo en ese instante, sin que nosotros lo supiéramos antes, nos cuenta que ella fue una de ellas. Yo pensaba en esa posibilidad como en abstracto. Me habían contado que tenía relaciones con otras profesoras, pero me llevé una sorpresa al ver lo franca que era ella. Eso también forma parte de su conducta. Él creaba esta especie de harén para que le fuera más fácil cubrir lo que hacía con las alumnas, que era lo que realmente le interesaba. 

Isabel Coixet le entregó el premio Donostia a Juliette Binoche, su actriz en 'Nadie quiere la noche'.

Isabel Coixet le entregó el premio Donostia a Juliette Binoche, su actriz en 'Nadie quiere la noche'.

Llama la atención que, a pesar de que el grupo de teatro fuera mixto, solo aparezca un antiguo alumno en el documental. 

No quisieron participar porque la mayoría se siguen sintiendo muy culpables. De hecho, cuando ellas hablan de cosas sobre los chicos que las filmaron cuando estaban desnudas, hablamos con los chicos y parecía que sí estaban dispuestos a aparecer en el documental y contar su parte de la historia, pero se echaron atrás. Tenía muchas ganas de hablar con ellos, igual que tenía claro desde el principio que hablaría con él si tuviera oportunidad. No como un acto de fe, tenía una genuina curiosidad por él 

Evidentemente, los periodistas le habían llamado una y otra vez. No hubo manera. También fue difícil convencer para que participaran a profesores que habían estado allí y que se habían ido al ver que pasaban cosas extrañas que no había manera de cambiar. Por decirlo claramente, se rajaron en el último momento cuando ya habíamos hecho una primera toma de contacto sin cámara. Ya nos habían contado la historia, pero cuando llegó el momento de hacerlo a cámara, se inventaron compromisos para no hacerlo: clases, seminarios... Cuidado, hay mucha precariedad en todos los sectores y yo entiendo que la gente necesita curros y pueden tener miedo a perder sus trabajos, pero… no lo sé. Las peores ideas que tienes sobre la naturaleza humana se cumplen. El único chico que sale en El techo amarillo es el único que quiso hablar. 

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En los últimos años a partir del #MeToo ha habido muchos documentales sobre abusos sexuales. Algunos de ellos caen en el mismo morbo que intentan denunciar. ¿Cómo te enfrentaste tú al material para no caer precisamente en eso? 

He visto muchos documentales y sí que había una serie de cosas que no me gustaban, hasta el punto de que lo teníamos escrito en mi oficina. Yo no quería lágrimas, de verdad. Esta cosa de “de repente, se rompe a llorar…”. No. No quería revictimización, no quería detalles morbosos, no vaya a ser que le des ideas a alguien. Tenía muy presentes todas esas trampas para intentar al menos intentar por mi parte, no caer en ellas. Quería contar la historia sin voz en off, esto también lo tenía muy claro. Me gustaba el hilo narrativo de los planos de archivo en los que le vemos a él hablando de lo bonito que es el teatro para que los niños y los adolescentes resistan el acoso escolar y tengan empatía. Todos estos conceptos tan bonitos de Mister Wonderful… La realidad era muy distinta. 

Tú llevas ya 30 años en la industria audiovisual.  La conversación sobre los abusos de poder está en la industria. ¿Crees que el trabajo y la enseñanza en el arte invita de alguna forma a la manipulación, a que aparezcan esas dinámicas de poder peligrosas?

No lo sé. Me pregunto también si estos casos se producen más en las artes que en otros lugares, como puede ser una cadena de supermercados o de comida rápida. Te juro que no lo sé. Yo he dirigido muchas escenas de sexo y de masturbación, y yo nunca le he pedido a un actor que se masturbe de verdad ni que folle de verdad. Es algo que no hace falta, en serio. Sería como pedirle a un tipo que va a matar a alguien en una película que lo mate de verdad.

Hablas de las escenas de sexo que has hecho en la carrera. En la industria últimamente ha aparecido la figura del coordinador de intimidad, un profesional que se encarga de marcas los límites y las coreografías en las escenas de sexo. Tú has dicho que estabas en contra. ¿Por qué, con todo lo que has visto en la industria?

Justamente porque he dirigido escenas de sexo bastante implícito y que daban bien el pego. Yo creo que cada director tiene que encontrar su camino hacia lo que quiere hacer. En mi caso, a mí me parece que es mi responsabilidad que mis actores estén a gusto. Lo que hay que hacer, y eso lo he dicho en alguna clase en escuelas de cine, es escribir muy bien las escenas de sexo. Explicarlo todo de forma muy explícita. No podemos ser tímidos. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Con la mano izquierda le toca el pezón derecho? Pues lo escribimos. Las palabras no son peligrosas. Lo que es peligroso es el “y entonces se tiran a la cama y follan”. Eso es peligroso porque ahí hay un amplio espectro de cosas que pueden pasar en las escenas. 

En las escenas de sexo hay que ser absolutamente explícito. Esto es lo que la cámara tiene que ver, esto es lo que el espectador tiene que ver. Esto es una responsabilidad del director. Si hay directores que no se sienten cómodos, pues que no hagan una escena de sexo. A mí me dicen que tengo rodar la masacre de Treblinka y no sabría hacerlo, pero follar, sinceramente, lo he hecho. Sé cómo se hace. He visto a gente hacerlo. Lo puedo dirigir perfectamente y ser siempre muy consciente de lo que está pasando. 

Creo que la solución sería escribir bien las escenas y hablar bien las cosas. Cuando oí que existía esta figura hace años, mi reacción fue preguntarme si nos habíamos vuelto gilipollas.

Isabel Coixet, directora de 'El techo amarillo'

Yo siempre he pensado que en estas cosas cuanta menos gente haya, mejor, pero si el director o el actor está más cómodo de otra forma, es libre de hacerlo así. Hay muchas maneras de fingir las cosas y no es tan difícil, sinceramente. Esta cosa americana… hace cuatro años Google empezó a poner los despachos cerrados y ahora han dejado de hacerlo, cuando todo el mundo había empezado a hacerlo. “Es mejor así, para que así no se produzca…”. No seamos gilipollas. 

Cuidado, si un actor o una actriz, evidentemente esa figura estará ahí. Yo personalmente no lo necesito, porque si hay algo con lo que he tenido cuidado, porque es mi curro, es en las escenas de sexo. Es mi responsabilidad que mis actores estén bien, entiendan lo que yo quiero y entiendan los puntos de vista de cámara. Si hay un actor al que se le está poniendo dura, pues le ponemos un cojín. Hay muchas cosas que se pueden hacer sin caer en eso. No sé, a mi me sobraría per, repito, si hay alguien con el que trabajo que se sentirá mejor si usamos un coordinador de intimidad, pues adelante. De todas formas, creo que la solución sería escribir bien las escenas y hablar bien las cosas. Cuando oí que existía esta figura hace años, mi reacción fue preguntarme si nos habíamos vuelto gilipollas.