Crítica: 'Aftersun', el nostálgico viaje por la memoria de Charlotte Wells en busca del tiempo perdido
Imagina ser los BAFTA y no escoger esta película entre las mejores del año.
En Aftersun, Sophie intenta comprender a su padre, Calum, buscando respuestas en los recuerdos grabados en su memoria y en las cintas de vídeo de unas vacaciones que pasaron juntos dos décadas atrás. Una exploración sobre lo que significa recordar a alguien, pero sobre todo, del proceso de intentar imaginar quién es realmente una persona cuando no la estamos mirando. O cuando no sabíamos dónde teníamos que mirar.
La magnífica ópera prima de Charlotte Wells -cineasta escocesa que ha reconocido haberse inspirado parcialmente en sus propias experiencias-, estructura su película como una colección de recuerdos de la infancia (muchos felices y otros no tanto) a los que regresa Sophie cuando tiene la misma edad que su padre en aquel momento. Y, como ocurre con cualquier recuerdo cuando es recordado, las cosas se ven diferentes en retrospectiva.
A la Sophie adulta le gustaría poder ampliar esos recuerdos más allá del encuadre capturado para ver esos detalles a los que no le dio importancia. Ahora lo ve todo de forma muy diferente, identificando, al mismo tiempo que nosotros, señales de una tormenta que vino después de la calma y no al revés. En ese simple y magistral ejercicio narrativo radica la capacidad de emocionar de Aftersun, porque hacemos el viaje de descubrimiento con su protagonista, leyendo entre líneas unos sentimientos que nunca fueron explicados y para los que no hay ni habrá respuestas definitivas.
La perspectiva de la Sophie adulta (Celia Rowlson-Hall) se percibe con más intensidad en las escenas en las que Calum (Paul Mescal) está solo, en las que como una presencia fantasmal imagina lo que él estaba viviendo y busca una información que quizá nunca encuentre. Su mente navega entre todo lo que su versión niña (Frankie Corio) dejó fuera de plano.
La realidad objetiva es la captada en la cinta de vídeo grabada por Sophie o Callum en aquellas vacaciones, sin embargo, hay un momento en concreto que sirve de testimonio de lo escurridiza y limitada que es "esa verdad". Sophie puede revisitar en video el instante en el que le pregunta a su padre cómo imaginaba que sería su vida cuando tenía once años, pero lo más importante de aquel intercambio ocurrió cuando la cámara dejó de grabar. El espectador es testigo de ese momento íntimo y revelador a través del reflejo de ambos en la pantalla apagada de un televisor, como el símbolo de un recuerdo reconstruido parcialmente.
La película no nos da respuestas, porque quien está reconstruyendo la historia es Sophie mirando al pasado, pero podemos interpretar que la problemática infancia de Calum le ha inspirado para intentar ser el mejor padre que sabe y puede para su hija. Él tuvo que hablar para que alguien recordara su cumpleaños y le diera un regalo de mala gana, y con su hija gasta un dinero que seguramente no tiene. En un viaje o una alfombra que cuenta su historia.
El plano final de Aftersun fusiona las cuatro realidades de la película; el recuerdo, la imagen grabada, quien la mira y el cóctel de sentimientos contradictorios que habita en la cabeza de Sophie. Ese lugar abstracto en el que ve a Callum distante sin saber si está cantando y bailando o lanzando un grito de agonía. Pasa de la rabia y el rencor al deseo de salvarlo para luego (cuando consigue comprenderlo como si se hubiera revelado una polaroid) dejarlo ir.
Aftersun es una triste y hermosa exploración del duelo, de la lucha de Sophie por reconciliar sentimientos complejos y contradictorios hacia su padre, de la lucha por perdonar su decisión y quizá perdonarse a sí misma. Como las olas del mar en esa playa de Turquía, las imágenes de Aftersun seguirán volviendo a nuestra cabeza tiempo después de ver los créditos finales. Ese "último baile" ya es eterno.