Crítica: 'Sex Education' dice adiós con una cuarta temporada tan emotiva como prometieron
La serie juvenil de Netflix se despide el 21 de septiembre haciendo gala del humor y la empatía como sus mejores virtudes.
Cuando se estrenó Sex Education nadie imaginó que iba a ser el éxito que ha sido. Ni siquiera Netflix. Con un cartel de rostros juveniles desconocidos, la imagen típica de pasillo de instituto y uno de los títulos más genéricos de la historia de la ficción, podría decirse que los espectadores decidieron verla solo porque salía Gillian Anderson y enero de 2019 era una época con pocas novedades.
Solo hizo falta que le dieran una oportunidad. Aquella primera temporada conquistó por su naturalidad al hablar sin prejuicios de temas relacionados con la salud y el placer sexual, los conflictos de identidad, el abandono familiar, la presión por la excelencia, la homofobia interiorizada o el aborto, todo mezclado en su justa medida con humor y sobre todo mucha sensibilidad.
Sex Education aprovecha muy bien su altavoz para abordar temas importantes sin ser adoctrinadora. Ha hablado de agresiones sexuales y sus consecuencias emocionales, de bisexualidad, vaginismo, perimenopausia, las duchas anales o la pastilla del día después. Tiene una intención clara de derribar tabúes al hablar abiertamente y sin prejuicios de todos esas cosas que pasan por la cabeza de los adolescentes (y muchos adultos).
[De Moordale a Cavendish: cómo se rodó la temporada final de 'Sex Education']
En las anteriores tres temporadas, sin abandonar nunca su espíritu desenfadado, la serie ha ido madurando su propuesta, ampliando su espectro y añadiendo diversidad a través de nuevos personajes. En esta cuarta temporada ha seguido abriendo ese abanico con personajes que representan situaciones muy interesantes, al tiempo que ha encontrado la manera de recuperar la idea del consultorio sexual de Otis de una forma renovada.
En su cuarta y última entrega Sex Education hay muchos cambios: un nuevo instituto, un bebé y distancia intercontinental, pero en el fondo sigue siendo la misma. Aporta luz a través de nuevos y antiguos personajes y habla de depresión, ansiedad y duelo; conflictos con la religión cuando sientes que sus doctrinas no te aceptan como eres; la soledad de la transición, los efectos secundarios de su medicación, la barrera económica para acceder a su tratamiento; asexualidad o la falta de accesibilidad en los centros educativos son algunos de ellos.
Porque en el universo de la serie no todo gira alrededor del sexo (aunque se agradece que lo retrate siempre de forma positiva, con naturalidad, sin estilizarlo y sin morbo) y se pone el foco en la importancia de la empatía y la comunicación en todas las relaciones afectivas. También, y es una de las principales lecciones de esta temporada, en aprender a decir siempre lo que necesitas sin miedo a que pueda incomodar a los demás.
Mientras se ven los nuevos episodios no hay una sensación de final inminente porque no es ese tipo de serie, pero está a tan buen nivel que es inevitable anticiparse y pensar que la echaremos de menos cuando ya no esté.
Mis momentos favoritos de esta entrega están protagonizados por Aimèe. Es el mejor personaje y todas sus escenas son maravillosas. Adam y su padre también han tenido una evolución interesante, quién lo iba a decir tras la primera temporada; y Maeve y Jean protagonizan la que es quizá mi escena preferida.
Mi preferida hasta ese momento, porque Netflix no ha puesto a nuestra disposición el octavo episodio de la serie. Solo diré que después de lo que me emocioné viendo el sexto, no quiero imaginarme cómo será el último. Parece que no exageraban cuando dijeron que para el final preparáramos los pañuelos. No hay duda de que Sex Education se despedirá por lo alto.