Por qué 'Chicas malas' sigue siendo un emblema de la cultura pop y un refugio para el colectivo LGTBQ+
La película de culto se estrenó en 2004 y sigue siendo un fenómeno cinematográfico para las personas queer.
El 30 de abril de 2004 se estrenaba en cines Chicas malas, una película que a pesar de no tener una campaña de publicidad excesivamente potente logró consolidarse como un clásico de culto. O, más bien un clásico de culto para el colectivo LGTBQ+, porque incluso los que apenas empezábamos el colegio en ese momento supimos después que habían sido las personas del colectivo las encargadas de encumbrar la joya escrita por Tina Fey y dirigida por Mark Waters.
La película protagonizada por Lindsay Lohan no era abiertamente queer -adjetivo asociado a una identidad de género u orientación sexual diferente a la cisgénero y heterosexual-. De hecho, aunque hubiera querido habría sido complicado que se identificara como tal en ese momento, en parte porque en 2004 el matrimonio igualitario aún no era legal en EE. UU. ni en España. Sin embargo, las personas del colectivo LGTBQ+ se apropiaron de ella sin dudarlo, convirtiéndola en un pequeño refugio ante la abrumadora ausencia de representación que había aún en la televisión y el cine.
A partir de ese año y posteriormente, gran parte de las personas LGTBQ+ acudíamos al largometraje, en parte por su representación a través de Janis y Damian y porque incluía un subtexto fácilmente interpretable como queer. O más bien sencillo de asociar a nuestra realidad porque los que pertenecemos al colectivo acostumbramos a agarrarnos a cualquier mínima referencia como a un clavo ardiendo, en parte porque muchas veces la nada es suficiente con tal de pensar que se puede encontrar un pequeño espacio en pantalla donde verse reflejado.
Las risas que provocaba el excéntrico diálogo siguen resonando a día de hoy y forman parte de la cultura popular. Aunque quizá tienen una carga emocional diferente para todos los espectadores que entran dentro del espectro queer, porque se han llegado a ver reflejados a través de alguno de los personajes o situaciones, ya fuera a través de Cady cuando no logra encajar en el instituto, de una persona a la que acosan por salirse de la heteronormatividad o a través del punto de vista de alguien que aún no se atreve a salir del armario por las posibles consecuencias que eso puede tener.
Al final, Chicas malas logró que sus frases siguieran repitiéndose en cualquier tipo de contexto posible y también algo muy complicado: convertirse en una especie de refugio para este tipo de audiencia sin pretenderlo. Además, ha sobrevivido y sabido envejecer lo suficientemente bien como para tener su propio remake musical, toda una celebración del fenómeno a la que todos están invitados y que aprovecha para abanderarse de una representación más explícitamente diversa y amable con las personas LGTBQ+.
Regina George es un imán
Aunque la protagonista de Chicas malas fuera Cady (Lindsay Lohan), el personaje por el que todos sentimos predilección es Regina George (Rachel McAdams). Es una chica manipuladora e indeseable y, en definitiva, la última persona con la que cualquiera con dos dedos de frente se juntaría en el instituto. Pero hay algo de ella que a todos nos atrae.
Puede que tenga que ver con su necesidad constante de hacernos parecer a todos que es una persona muy segura de sí misma cuando en realidad lo único que siente es una necesidad irrefrenable por guardar una apariencia concreta. Para ella es primordial que todos la teman y la adoren al mismo tiempo y es capaz de renunciar incluso a ser ella misma con tal de conseguirlo.
Es muy posible que gran parte del colectivo LGTBQ+ sintiera algún tipo de atracción por ella en parte por esto y también porque hay diferentes razones que podrían llevarnos a pensar que ella forma parte de este grupo. Entre ellas destaca el hecho de que iniciara el rumor sobre que Janis es lesbiana, algo que muchos relacionan con un posible deseo de desviar las posibles sospechas que pudieran surgir hacia ella misma.
De hecho, esto mismo que antes podía quedarse en un mero subtexto de libre interpretación se expone directamente en la versión musical de 2024, que abraza nuestro delirio colectivo y nos consuela una vez más, reconociendo que todo lo que vimos en la película original no eran alucinaciones. Y añadiendo un valor más reivindicativo y amable al discurso sobre la diversidad que ya formaba parte del legado que forma parte de nosotros.
Personajes en el armario
Aunque Chicas malas no pudiera permitirse ser explícitamente queer y sus personajes tuvieran que disimular su orientación sexual porque se percibiera como malo todo lo ajeno a lo cisheteronormativo, sí que incluía referencias al colectivo. Además, tanto su guionista Tina Fey como muchos de los miembros del reparto original han mostrado su apoyo al colectivo LGTBQ+ e incluso han reconocido abiertamente que forman parte de él -como Jonathan Bennett, que interpretaba a Aaron Samuels, a Daniel Franzese o la misma Lindsay Lohan-.
No obstante, el remake actual da incluso un paso más allá, abanderándose del emblema que supone Chicas malas para el colectivo. De hecho, sus propios actores -algunos de los cuales son personas queer también- han defendido abiertamente la orientación sexual de sus personajes.
Desde Auli’i Cravalho, que dijo que Janis es una lesbiana “ruidosa y orgullosa”, a Jaquel Spivey, que es consciente de su papel en la película, recordando que “durante mucho tiempo, Damian fue el único personaje queer de talla grande que tenían los chicos como yo”. Incluso la propia Reneé Rapp, que interpreta a Regina en la película de 2024 ha dejado muy claro que “Regina es lesbiana, incluso aunque muchas personas no lo interpreten así. Esa siempre ha sido mi interpretación”.
'Chicas malas' es cultura queer
En definitiva, y aunque las interpretaciones puedan ser diferentes dependiendo de la persona, lo cierto es que Chicas malas es una película orgullosamente queer y uno de los pocos lugares que muchas personas encontraron en pantalla y que les permitió sentir que formaban parte de algo.
Todo comienza por el rumor de que una estudiante de North Shore High es lesbiana y, especialmente la película original, se deja ver cómo el hecho de no ser cisheteronormativo te relega al último lugar de la estructura de poder -aunque el remake le consiga dar la vuelta a esta idea-.
Quizá sea esta otra razón por la que todos acudimos a esta película como nuestro lugar feliz, porque ya estamos hartos de ser siempre los machacados de la historia. Y porque ya que lo seguimos siendo, al menos nos gustaría poder escoger que nos hunda la vida alguien como Regina.
Al final, las personas LGTBQ+ seguiremos acudiendo a este largometraje porque lo conocemos y sabemos que es de las pocas realidades alternativas que nos haría plantearnos querer volver al instituto. Y porque puestos a elegir entre la aún escasa representación que existe en pantalla de nuestras diferentes realidades, sigue siendo muy divertido escoger pasar el rato con la historia más mamarracha de todas.
Incluso aunque no hubiera intención de convertirse en una película de culto, agradecemos haber nacido en una línea temporal en la que existe Chicas malas. Porque sus frases y personajes son icónicos, porque nos sigue alegrando la vida y porque nos entusiasma ver cómo se adapta a la era actual con caciones muy pegadizas. Y también porque fue, es y seguirá siendo lo que buscamos cuando lo necesitamos. Gracias por tanto.