Crítica: ‘Immaculate’, Sydney Sweeney se corona como reina del grito en un siniestro descenso a los infiernos
La película de terror también está protagonizada por Álvaro Morte y se estrena el 1 de mayo en cines.
Cualquiera en la situación de Cecilia debería tener tan claro como ella el viaje que está a punto de iniciar. Cuando la protagonista de Immaculate deja su vida en Detroit para mudarse a un convento de 500 años de antigüedad en Italia, sabemos que es vocacional de verdad. Porque ni todas las oraciones del mundo la salvarán de lo que allí está a punto de ocurrirle.
Con esta premisa arranca Immaculate, la película que protagoniza Sydney Sweeney y que dirige Michael Mohan (Todo es una mierda). En ella seremos testigos de lo que parece ser una repetición más de los tópicos de las películas de terror protagonizadas por monjas, aunque también de una irónica visión del 'nunsploitation' que tiene el mismo tiempo para asustarnos que para introducir una crítica a la Iglesia como institución.
El personaje interpretado por Sydney Sweeney -una actriz que convierte en oro todo lo que toca- aterriza en el convento y pronto es recibida por el Padre Sal Tedeschi (Álvaro Morte), una persona aparentemente encantadora que se dedique a supervisar al resto de monjas. Él será lo poco cordial y amable que encuentre en ese lugar, donde le dicen como quien no quiere la cosa que “la muerte es parte de la vida cotidiana”.
Rápidamente, Cecilia se acaba haciendo a las costumbres de allí e incluso se hace amiga de la descarada hermana Gwen (Benedetta Porcaroli), que representa quizá al poco aire fresco que deja correr el inhóspito lugar.
Sin embargo, cuando parecía que ya se había acostumbrado, ocurre algo que le proporcionará un poco de entretenimiento a los habitantes del lugar. Resulta que la joven Cecilia está embarazada y tras ser sometida a un inquietante y exhaustivo interrogatorio donde insiste en que no ha faltado a sus votos, acaba siendo venerada. Todos creen que su bebé nacerá de una concepción inmaculada y que Cecilia está embarazada, nada más y nada menos que, del hijo de Dios.
Tras esta impactante revelación -que a la protagonista no le agrada en absoluto-, empiezan a tratar a Cecilia como si fuera un recipiente sagrado, comenzando a adorarla y a envidiarla. Todo ello hasta rozar límites insospechados -y que será mejor no revelar por no hacer spoilers-.
A pesar de la devoción que le tienen, Cecilia acaba sintiéndose como una especie de “útero andante” con unos síntomas de embarazo inusuales. Y también se da cuenta de que los que deberían cuidar de ella y su salud pueden no tener los propósitos más ideales. Se ha convertido en una prisionera, así que decide embarcarse en una misión para descubrir los oscuros secretos del convento y escapar de allí cuanto antes.
Toda esta enredadera es tejida con habilidad y dinamismo por el director Michael Mohan y a partir del guion de Andrew Lobel. Ninguno de los dos pierde el tiempo a la hora de sentar las bases de la historia y situar al espectador en una realidad del horror en la que puede ocurrir lo inimaginable.
El director nos conduce por este laberinto con precisión, conociendo al dedillo el lenguaje del terror y sabiendo bien cómo y dónde introducir los sustos mientras nos inquieta de una forma cada vez más visceral y emocionante. El ritmo del filme es el ideal, porque no se desperdicia ninguno de los recursos, y poco a poco avanzamos hacia la locura más absoluta, terminando por desembocar en un lugar de lo más satisfactorio.
Y aprovechando también para reflexionar sobre algo más profundo como lo es la autonomía de las mujeres, el control que tienen sobre sus cuerpos y de qué manera influye la religión en ambas cosas. Y todo ello sin incluir escenas de agresión explícitas o gratuitas, porque nada de eso hace falta para mostrar todo este viaje de la protagonista.
Junto al dominio de la narrativa y los recursos técnicos y estilísticos, otra de las cosas que destacan en Immaculate es sin duda la interpretación de su reparto principal. Comenzando por Álvaro Morte, que nos encandila y horroriza a partes iguales con la dualidad de su personaje, y terminando por la misma Sydney Sweeney, que se corona a sí misma como reina del grito en una película donde se deja el cuerpo y el alma.
La última escena que nos regala, que incorpora el equilibrio perfecto entre el humor y el terror, es simplemente perfecta. y la guinda que merece un intensísimo y satisfactorio largometraje que se sale de lo común y que sin duda hará disfrutar a los espectadores. Incluso a los que lo pasen peor con el cine del género.