Cuando uno se enfrenta a una nueva serie de Bambú lo hace de una forma especial. Tal vez porque ha regalado a la ficción española grandes joyas y eso hace que se le exija demasiado. Bajo la sombra de sus grandes aliados, Antena 3, este lunes se estrena uno de sus proyectos más ambiciosos: La embajada. Aquí por fin se habla de política y de partidos, algo a lo que no está acostumbrada la ficción española. 

La embajada promete mucho más de lo que realmente es. Lo que podría haber sido un House of cards a la española que apostase por las tramas de corrupción en una embajada española se ha transformado en una telenovela con un piloto poco prometedor. 

La historia está contada a través de los líos de faldas y de camas

El fondo de la historia es bastante atractivo. La serie explora las alianzas, las puñaladas y los amiguismos que pueden surgir en una institución pública. Sin embargo, la historia no está contada a través de la política, sino a través de las relaciones personales entre unos y otros. De los líos de faldas y de camas. 

El principal error de la serie es su casting. Y no porque sea malo, sino porque es repetitivo. Lo que al principio resultaba curioso y gracioso se ha terminado convirtiendo en algo cansino y chirriante. Bambú es conocida por reutilizar a sus actores para numerosos proyectos de ficción. Pero pasa tan poco tiempo entre una serie y otra que ya no desconectamos de los personajes anteriores y no nos creemos al actor por muy bueno que sea.

Amaia Salamanca estuvo en Gran Hotel y en Velvet. En la primera compartió ya escenas con Megan Montaner. A Maxi Iglesias ya le vimos en Velvet. A Alicia Borrachero la vimos en Bajo sospecha junto a Melani Olivares. A Pedro Alonso en esta última y en Gran Hotel. Y así en innumerables ocasiones. 

Por eso tal vez los mejores personajes, o los que más brillan en el despertar de la serie, son los menos usados. Un magnífico Abel Folk que dista mucho del típico protagonista de serie española rompecorazones. Para eso ya está Chino Darín, inquietante y sorprendente en el primer capítulo de la ficción. El peso de la serie se lo lleva una Belén Rueda que por fin consigue un personaje a su altura, alejándose de los proyectos facilones y familiares que Globomedia siempre le ha puesto sobre la mesa. 

La presentación de La embajada es bastante pobre, con escenas sin contenido y mucho relleno que hace de la producción algo completamente previsible. La embajada es una serie luminosa (y no en términos técnicos). Una serie que sobre el papel podría haber sido oscura y retorcida y que ha terminado convirtiéndose en una serie familiar, para todos los públicos y, sobre todo, para todas las señoras.