Por las venas de Anthony Quinn corría sangre azteca y europea. Su madre era mexicana de pura cepa, Manuela Oaxaca; su padre, Francisco Quinn, descendía de emigrantes irlandeses. “Mi padre y mi madre lucharon a las órdenes de Pancho Villa. Se conocieron cuando él tenía 16 años y ella 15”, recordaba en una entrevista el actor. 

Nació en Chihuahua el 21 de abril de 1915 y fue bautizado con los nombres de Antonio Rodolfo pero, gracias al cine, le vimos reencarnarse en muchísimos hombres más: un alegre griego que bailaba el sirtaki, el jefe sioux Caballo Loco, un jefe mafioso, un Papa nacido en Ucrania, el líder árabe Auda Ibu Tayi, el pintor Paul Gauguin...

El 21 de abril se cumple un siglo del nacimiento de Anthony Quinn y TCM quiere recordar a esta popular y querida estrella cinematográfica emitiendo durante todo ese día algunos de sus trabajos más famosos. Títulos como El mundo en sus manos, Murieron con las botas puestas, El loco del pelo rojo, Lawrence de Arabia, El don ha muerto o Las sandalias del pescador. Películas en las que demuestra, además de su talento como intérprete, toda su vitalidad y energía.

Anthony Quinn no tuvo una infancia fácil. Su familia se trasladó a Los Angeles poco después de que él naciera. Su padre murió cuando tenía tan solo 9 años y él se vio obligado a abandonar la escuela y ponerse a trabajar. “He hecho todos los oficios del mundo”, solía decir. “He sido camionero, taxista, electricista… Pero valió la pena”. Desde muy niño comenzó también a interesarse por distintas disciplinas artísticas. “Empecé a pintar cuando tenía 5 años. Mandaba cuadros a actores como Douglas Fairbanks o Ramón Novarro y ellos me daban dinero de vez en cuando”.

En 1936 comenzó su carrera como actor. En la película Buffalo Bill, dirigida por Cecil B. DeMille y protagonizada por Gary Cooper, tenía un pequeño papel de indio cheyene. Durante esa época trabajó al lado de actores y actrices como Bing Crosby, Carole Lombard o Mae West y poco a poco su presencia ante las cámaras se fue haciendo más y más importante.

En 1952 le llegó su momento de gloria al intervenir en ¡Viva Zapata! de Elia Kazan, una actuación que le valió el Oscar al mejor actor de reparto. Un premio que volvería a ganar de nuevo en 1956 por su interpretación del pintor Paul Gauguin en El loco del pelo rojo. También fue nominado en 1957 por Viento salvaje, y en 1964 por Zorba, el griego. Pero además de los galardones Anthony Quinn consiguió, a lo largo de su carrera, grandes éxitos de taquilla en películas tan famosas como Los cañones de Navarone, junto a Gregory Peck y David Niven o Lawrence de Arabia, al lado de Peter O'Toole y Omar Sharif. “Si no hubiera hecho nada más en la vida que esta película podría haberme muerto feliz”, afirmaba.

De su amplia filmografía recordaba con mucho cariño un film que rodó en España, Crónica del alba. Valentina, a las órdenes de Antonio José Betancor, basada en la novela de Ramón J. Sender. “Fue la primera vez que rodé una película en castellano. Nunca lo había hecho”. Pero también, como reconocía, le tocó intervenir en malas películas. “Tal vez más de diez, pero no fue mi culpa. Si uno espera el guion ideal, muere de hambre y yo tenía una familia que mantener”, decía.

Anthony Quinn se casó tres veces y tuvo trece hijos. Además de actor fue pintor, escultor y diseñador de joyas. Vivió la vida intensamente, con pasión, exprimiendo cada momento todo lo posible. “Creo que viviré 200 años”, bromeaba. Murió de una insuficiencia respiratoria el 3 de junio de 2001. Ahora, cuando se cumplen cien años de su nacimiento, TCM le quiere recordar en todo su esplendor como actor.