La Voz se renueva. Por dentro. Por fuera. Por arriba. Por abajo. La tercera edición del programa de Telecinco ha intentado cuidar ciertos detalles que se pasaron por alto en las anteriores temporadas. Se aprecia un gusto mucho más elaborado por la iluminación y la realización que no ha pasado desapercibido.

Pero lo que de verdad ha servido para remodelar el espectáculo ha sido su equipo de coaches. El 50% es nuevo. Laura Pausini y Alejandro Sanz se unieron este lunes a Antonio Orozco y Malú como equipo Y es que la italiana es la verdadera revelación de este tercer año de La Voz.

Pausini ha llevado a la versión española del programa lo que siempre añoré de este formato internacional: la guerra entre coaches. La cantante ha hecho que desee cada intermedio entre canción y canción, cada valoración, cada tirón de pelos. Laura da espectáculo y emoción al programa, algo que siempre eché de menos y vi mucho más patente en versiones de otros países.

Ella es sincera y pisa con descaro el escenario. No le importó decir delante de la cámara que no le gustaba alguno de los concursantes o que la voz le recordaba a David Bisbal. Una sinvergüenza muy bien avenida.

El problema es que este espectáculo italiano ha hecho que deje de hacer caso al verdadero objetivo de este programa: la búsqueda de La Voz. El espectáculo no me lo ofrecen las actuaciones de los candidatos, sino las valoraciones de los coaches. Ellos son los verdaderos ganadores de este formato que les hace mucho más humanos ante el gran público.

Siempre vi un problema en el formato de La Voz, y es que este programa no crea el fenómeno fan por sus concursantes. De una primer vistazo a una segunda actuación pasa un mes de tiempo. Y eso, en tiempo televisivo, es una eternidad. De ahí el problema que tienen muchos de los que han pasado por ese programa, con pocas carreras destacables en el mundo de la música.

El momentazo de la noche fue, sin duda, el de la actuación de las gemelas Alba y María. Dos ex chicas Eurojunior que demostraron que el tiempo pasa por todos. La sorpresa estuvo bien cuidó y jugó en complicidad con el espectador. Lo inesperado y la vivencia del momento al mismo ritmo que en plató le otorga a este programa un plus necesario. Una aprobación con la que deberían jugar en más ocasiones.