En el inicio del capítulo de Cuéntame de anoche, se recrea cómo Chicho Ibáñez Serrador ensayaba con la doctora Elena Ochoa lo que sería el programa Hablemos de sexo. Elena tenía que decir delante de la cámara la palabra “pene”, y le costaba horrores pronunciarlo con naturalidad. Chicho le pedía que lo dijese igual que, por ejemplo, pronunciaba “bolígrafo”, pero era una tarea difícil.
Parece un gag, pero hay mucha verdad en esas imágenes. Y es que hasta llegados los años 90 poca gente sabía hablar de sexo, y menos en televisión. Con el Un, dos, tres o Waku Waku a sus espaldas, Chicho sorprendió a todos con un espacio divulgativo en la cadena pública donde se hablaría de penes, vaginas, orgasmos y de lo que correspondiera. Términos que hasta entonces estaban casi vetados en televisión.
Para presentar ese programa, el ganador del Goya de Honor 2019 eligió no a un gran periodista o comunicador, como Mayra Gómez Kemp o Consuelo Berlanga, sino a una desconocida profesora universitaria, Elena Ochoa, que tenía titulación al respecto (un máster cursado en Estados Unidos sobre sexo) además de un gran magnetismo con la cámara, que es lo que interesó a Serrador. Antes que a ella valoró a otras psicólogas, psiquiatras y ginecólogas (quería que fuese una mujer), pero Elena fue quien conquistó a su cámara.
Elena Ochoa era un reflejo de la sociedad española
Sin embargo, Elena tenía un gran pudor, como todos los españoles, y se las veía y deseaba para decir ciertas palabras en voz alta, tal como recreó Cuéntame. “Ay, Chicho, en la ducha he estado diciendo pene, pene, pene, y hoy no voy a poder decir pene delante de una cámara” le dijo en cierta ocasión Elena al director.
Chicho enseñó a toda España, incluida la doctora Ochoa, a hablar de sexo con naturalidad, llamando a las cosas por su nombre. Y al igual que el país, Elena aprendía más sobre sexo en cada entrega, pues el director del formato la llegó a calificar como “el ser de mayor ignorancia en materia sexual que he conocido nunca”. Pero compensaba esto con una gran memoria, que le permitía aprenderse los guiones con gran facilidad.
Hablar de sexo no tuvo una andadura fácil. De hecho, una vez ya se había dado el visto bueno, Elena Ochoa quiso recular porque no podía decir partes del cuerpo como testículos o clítoris (sin chistes ni connotaciones picantes) ante millones de espectadores, pero mientras se buscaba una sustituta cambió de opinión. Lo haría, en parte, como terapia para superar la muerte de su padre, para tener la cabeza en un nuevo proyecto.
Un programa en el que anunciarse era barato
El programa no fue bien recibido, ni por crítica ni por los anunciantes. Fue tachado de frívolo, y emitir un anuncio en sus intermedios era hasta la mitad de económico que hacerlo en otros formatos de la época. Pocos querían que sus productos o servicios se promocionasen en un programa sobre sexo. Un reflejo, sin duda, de cómo era de conservadora la sociedad, en la que el sexo era tabú, no se hablaba de él, no debía existir.
No obstante, Serrador creó escuela, y gracias a él conocimos posteriormente otras sexólogas de la televisión como Olga Bertomeu o Carmen Vijande, que charlaban con Ana Rosa Quintana o Xavier Sardá.