La pasada semana tenía la oportunidad de vivir de primera mano el MIPCOM, el mayor mercado audiovisual del mundo. Una increíble experiencia que debería ser de obligado cumplimiento por parte de los periodistas especializados en televisión para entender cómo funciona realmente la pequeña pantalla.
Hace años que no aparece un formato como La Voz o MasterChef
En aquella especie de FITUR de la televisión de 24.712 metros cuadrados, productoras de todo el mundo buscan comprar y vender formatos y descubrir cuáles son las tendencias en otros países. Formatos chinos, coreanos, turcos, brasileños, americanos, británicos… Ciento de información que procesar en apenas tres días.
Algunos de los productores con los que me crucé me explicaban que desde la irrupción de las plataformas y con las nuevas tecnologías, aquel mercado había perdido fuerza, y que hacía ya unos años que no aparecía un formato que estuviera claro que había que comprar como La Voz o MasterChef.
No obstante, todos coincidían en afirmar que era imprescindible estar allí en Cannes para forjar relaciones, para en el tú a tú, en comidas, cenas y, por supuesto, copas, conseguir un importante acuerdo.
Obviamente también había mucho periodista, aunque lamentablemente sólo tres o cuatro españoles. Y, por supuesto, mucha revista especializada de grandes medios como Variety, The Hollywood Reporter, TBI , World Screen, C21, Produ o TodoTVNews repletas de sobresalientes artículos sobre la industria. Una fantasía para cualquier amante de la televisión.
Ya en el avión de vuelta, devorando alguna que otra de esas revistas, no podía dejar de pensar en la sensación que me traía de tristeza al ver lo alejado que está nuestro sector del de otros países, de lo conservadora que es nuestra televisión y de la falta de riesgo que muchas veces existe en ella. Recordaba las palabras de una profesional española que me expresaba su impotencia por no poderse a aventurar a comprar determinados formatos por el miedo a las futuras críticas que le pudieran acarrear.
¿Se imaginan lo que ocurriría si viéramos en la televisión pública un formato que lleva a un grupo de millenials consumidores de cocaína hasta Colombia para conocer de primera mano el drama detrás de cada raya que se toman? ¿O ese otro programa que hace convivir a familias con el animal que más les gusta comer y al final decidir si volverse vegetarianos o matar a su nuevo mejor amigo?
“Esto hubiera encajado en el antiguo Cuatro”, me decía otro profesional. Y recordaba como en el primer año del Premio Iris de la Crítica se otorgó el premio a #0 por, entre otros motivos, “seguir el ejemplo arriesgado e innovador en los contenidos de Elena Sánchez”.
Contra el propio sentido de la industria
Esa tristeza fue a más cuando este viernes veía lo que estaban dispuestos a hacer en Telecinco, la cadena líder, con tal de no pagar los derechos de un formato hasta el punto de retorcer al máximo la ley. Pero, ¿qué es eso de tener que sentarse con un departamento jurídico para alumbrar un nuevo formato?
Y pensaba que si todo el mundo en el sector funcionara como ellos, la industria, el propio MIPCOM, no tendrían sentido. ¿Para qué pagarle derechos a otros cuando puedes copiarlo todo y encima ganar dinero con ello?
¿Para qué cambiar un plató si la audiencia sigue dándole su apoyo?
Lo peor de todo era que la calidad de esa nueva sección era ínfima, vergonzosa, impropia de una cadena que cada mes arrasa en audiencias. Pero, entonces recordaba que desde hace 13 años Informativos Telecinco lleva sin cambiar de imagen y de plató. ¿Para qué si el público sigue consumiendolos?
Y lo mismo ocurre con la propia televisión. ¿Para qué probar nuevos tipos de realities si ya se sabe que ‘salvamizándolos’ se alcanza el 30% de cuota de pantalla? ¿Para qué van a intentar plantarle cara sus rivales si saben que tienen todas las de perder?
En definitiva, la pescadilla que se muerde la cola. Si el público no es exigente, ¿para qué van a serlo las cadenas? Si la audiencia se conforma con platós low cost, ¿para qué invertir si te arriesgas a que el retorno sea menor?
Y así, aunque el producto que se vea en pantalla deje mucho que desear y se esté trabajando con bajos presupuestos, ¿qué productora se atreve a decirle que no a Mediaset España si cada año el grupo es líder en audiencias? ¿Cómo cuestionar su modelo si en 2018 obtuvo unos beneficios de 200 millones?