En la presente edición de Tu cara me suena, cada semana, el programa homenajea a un departamento que hace posible el espectáculo. Y en la décima de las galas, se mostró los entresijos que conlleva dirigir al público, lo cual no es tarea sencilla, pues son más de medio millar de espectadores allí sentados.
Todos sabemos que en la televisión nada (o no todo) es lo que parece. Si el respetable de Tu cara me suena sale a darlo todo con vítores y aplausos desde el primer minuto es porque primero han estado calentándolo para que suelte. Y es que, como en tantos otros formatos, tienen un animador (en este caso, Mateo Vergara) que logra que la gente se ría sin problemas, que reaccione de forma natural, ya lo esté enfocando una cámara o no. En definitiva, para que se sienta como en casa.
Este público es ¡canela en rama!
El público de Tu cara me suena tiene una función muy participativa en las galas, pues tanto concursantes como jurado les reclaman constantemente. Las anécdotas de Lolita Flores no serían las mismas si todo el estudio no corease “anécdota, anécdota”, por ejemplo.
Uno de los inventos de esta edición, cosecha de Àngel Llàcer, es es decir que cualquier cosa es “canela en rama”, haciendo un gesto con las manos unidas. Una frase que todo el público corea con él cada vez que encarta, y que puede recordar, por ejemplo, a Arturo Valls en Ahora Caigo, cuando busca acabar sus frases en “ía” para que el público responda “cuándo serás mía”.
A nivel audiovisual, el público de Tu cara me suena es un elemento muy importante. Los insertos que se hacen desde realización con la gente aplaudiendo o bailando te hacen meterte de lleno en el programa. Pero casi más interesante son las reacciones de risa en primer plano, cuando el show es divertido y compruebas que en el plató se están desternillando, y te dan pie para que hagas lo mismo desde casa.
A esto le sumamos que, cada vez más, el público se integra en las actuaciones. Y es que cada vez más se cuenta con algunos voluntarios para hacer de figuración en las imitaciones, para lo cual siguen indicaciones de la coreógrafa Miryam Benedited. Lo mismo aparecen sentados levantando sus servilletas junto a Belinda Washington en su emulación de Dalida que bailan alrededor de Gemeliers (los favoritos de esta edición) cuando hicieron de los Jonas Brothers.
La quinta edición, la que lo cambió todo
En las cuatro primeras ediciones del programa, el jurado daba sus votos, y luego, los concursantes, podían dar puntos adicionales a sus compañeros; así, entre ellos, se pactaba que todos ganasen al menos en una ocasión, lo que restaba emoción (y justicia) a las galas. El mejor número de una gala no tenía por qué resultar el ganador.
Desde la quinta temporada se corrigió eso para añadirle emoción, y desde entonces, el ganador salía de un compendio de los votos del jurado y del público presente en plató; este, además, es soberano, y en caso de empate, sus puntos valen más. Ya no estaban allí solo para aplaudir, ahora tenían literalmente voz y voto.
Esto se convirtió, no obstante, en un arma de doble filo. Y es que a veces el público vota más guiado por su afinidad con el concursante o por la trayectoria en el programa que por la imitación en sí. Y lo que para el jurado ha sido la mejor actuación, para el público pudo ser de las peores de la noche, solo porque el imitador no es de sus favoritos.
En general, los participantes se toman con deportividad el criterio del público, aunque hay excepciones. Como por ejemplo, Mario Vaquerizo, que cuando recibe una baja puntuación, se queja, entre comillas, de que en las pausas todo el público le pida hacerse fotos con él, pero luego no le den más puntos.