Mucho se ha comentado en redes sociales el bajo nivel de los concursantes de la actual edición de MasterChef. En esta temporada el programa se ha vuelto además especialmente rosa, pues desde la primera emisión nos están vendiendo una carpeta entre Alberto y Luna. La profesora de yoga de origen canario bebe los vientos por su compañero, pero este le da una de cal y una de arena.
La pasada semana el jurado preguntó, de forma sutil, sobre qué opinaba el muchacho de este posible romance, sobre todo, porque también parece sentir interés por otra compañera. “¿Quién es mejor alumna, Ana o Luna?” preguntaba Jordi, de forma pícara, buscando informaciones que poco o nada tienen que ver con el arte en los fogones.
Se pregunta más por sentimientos que por técnicas de cocinado
Y es que, poco a poco, estamos encontrándonos cómo los contenidos de MasterChef 8 se centran más en los amores que en técnicas de cocinado. Carmen Lomana y Antonia Dell’Atte fueron como invitadas a las cocinas hace siete días, y también sacaron el tema amoroso.
Alberto, que no habla mucho, aseguró que con Luna tiene un “amor-odio” pero que lo están arreglando en las cocinas. Un mensaje que Carmen y Antonia reinterpretaron justo después, para darle más salseo al programa. “Me ha dicho que tú le gustas mucho”, le dijeron a Luna, alimentando así esa trama amorosa. Ella se puso a chillar de la emoción. “Es la primera vez que lo dice... En público”, aseguró la aspirante.
Andy e Iván en 'MasterChef'
Andy versus Iván: un duelo competitivo
Para el espectador que de verdad quiere ver un concurso de cocina, y no un reality de citas y ligues, sí puede resultar interesante los enfrentamientos de Andy e Iván, que se la tienen jurada el uno al otro desde hace varias entregas.
Sin duda, Andy es el concursante más competitivo de todos, capaz de empujar a cualquier otro a los pies de los caballos si ello supone su salvación y su permanencia en las cocinas. Todos los concursantes expulsados han coincidido, en las entrevistas que dan a RTVE, que Andy en la casa es de una forma, pero cuando ve una cámara delante se convierte en un desalmado.
Le encanta hacerle la competición más difícil a los demás, es capaz de salvarse y dejar a su equipo expuesto a la expulsión si la ocasión lo requiere, y no duda en alegrarse y sonreír cuando el jurado critica algún plato ajeno. Él se ve ganador, sin lugar a dudas. “Estudio más que nadie, y porque soy más creativo que ninguno de ellos, y tengo las ideas más claras, hilo seguramente más que los demás”, afirma, mucho más convencido de sus virtudes que los demás.
Andy es un lobo con piel de cordero (según lo han definido), pero su forma de actuar, al menos, es propia de un concurso de cocina. Él ha ido allí a cocinar y a ganar, no a salir con un anillo de compromiso en el anular.
Ni un aspirante digno de repesca
No nos olvidemos que nos encontramos ante una edición histórica, pero en el peor de los sentidos. Y no solo porque entre los aspirantes estuviese Saray, una educadora social que, en medio de un enfado, es capaz de servir un ave cruda decorada con tomates cherry solo para cabrear al jurado.
Y es que en la prueba de hace quince días, los concursantes expulsados (incluida Saray, que pidió perdón) regresaban para buscar una nueva oportunidad. Se les encargó diferentes platos, uno a cada uno de ellos, pero ninguno ofreció un trabajo digno de la repesca.
El programa se sacó de la manga una prueba en la que algunos cocineros que se quedaron en el último casting podían convertirse en concursantes de pleno derecho. El afortunado fue Carlos, pero su fichaje tampoco fue gran cosa pues fue expulsado tan solo una semana después.
A pesar de todo esto, hay que destacar que al público le parece muy interesante el programa, a pesar del bajo nivel, o de que se hable más de líos de faldas que de elaboraciones. Y es que los datos hablan por sí solos: semanalmente alcanza una media de 3,7 millones de espectadores, entre la emisión lineal y en diferido.