Por trece razones es una ficción que sirve como ejemplo de aquellas que deben quedarse en la primera temporada. Se incorporó a Netflix como una de sus series estrella, con las que se inauguraba la plataforma, y ha terminado siendo una de las peores ficciones de su catálogo.
Este error es muy frecuente ya que muchas producciones que funcionan, aunque tengan un final cerrado, tienden a explotarse con la renovación forzada de nuevos capítulos, lo que convierte al argumento en un sinsentido.
La cuarta temporada convierte al argumento en un sinsentido
Un sinsentido acaparado por la misma trama una y otra vez, a diferencia del personaje en torno al cual giran las desgracias: víctima de abusos sexuales, pensamiento suicidas, culpable de un asesinato, posesión de armas… Un bucle repetitivo.
Basado en la novela de 2007 Por trece razones de Jay Asher, éste es otro de los motivos que han llevado a la ficción a pique. La primera entrega trasladó las páginas de este drama adolescente a la pantalla y, el hecho de que no haya más libros en los que inspirarse, ha provocado la incoherencia de los siguientes episodios.
Sin disponer de más cintas de Hannah por escuchar, al final se decantaron por reexplorar la trama trágica central desde múltiples, demasiados, puntos de vista, lo que convirtió a las posteriores temporadas en una continuación monótona y sin ninguna intriga.
La primera entrega fue todo un éxito entre el público joven, ya que la mayoría se identificaba con alguna de las facetas de la protagonista. Todo comenzó con Hannah Baker, una adolescente que se suicidó tras ser violada y la que nos hizo pensar, a través de su experiencia, las consecuencias del acoso escolar, la agresión sexual y la superficialidad.
Una serie sin su personaje principal
El problema comenzó cuando se decidió continuar el argumento sin su personaje principal, lo que provocó que se creara a ojos del espectador una historia similar, al tratar los mismos temas, pero totalmente diferente y paralela, aprovechando el tirón de la anterior.
La segunda tanda continuó con la investigación acerca de la muerte del personaje interpretado por Katherine Langford. Destapó más detalles sobre lo que le sucedió, pero ninguno de ellos causó efecto ni marcó un antes y un después en la historia. Todo seguía igual.
Por su parte, la parte tres gira en torno al asesinato de Bryce Walker, unos episodios que más que la continuación, parecen un spin-off que sigue la vida de otro de los personajes del elenco.
Y la cuarta y última temporada avanza sin que pase nada relevante, haciendo de su final, un desenlace vacío y sin ningún impacto. Los episodios continúan siguiendo un caso que ya está resuelto para los espectadores, muestran la demacración emocional de los personajes y cómo sienten la necesidad de confesar, pero aun así, se queda en el casi.
Lo único que indica que es el final definitivo de la serie es la graduación de sus protagonistas, sin ningún cierre de las tramas, las que han ido abriendo aleatoriamente para desgracia de sus fans.