¡Menuda sorpresa se van a llevar los que hace ahora dos semanas promovieron un boicot contra HBO por considerar que el cartel de Patria comparaba el dolor de las víctimas de ETA con el de las familias de los terroristas!
Entonces, un simple póster en el que se podía a una mujer llorando abrazando un hombre asesinado por ETA, y en la otra mitad a un terrorista desnudo en el suelo mientras algún policías lo observan indiferentes, provocó todo tipo de comentarios.
De hecho, incluso el autor de la novela, Fernando Aramburu, escribió un post en su blog en el que destacaba que le parecía “un desacierto”. “Atribuyo el cartel a una estrategia de márquetin que no comparto”.
Y añadía. “A diferencia de numerosos opinantes precipitados, he visto los ocho capítulos de la serie. Hay en dichos capítulos una o dos secuencias que me chirrían; pero la trama es en líneas generales próxima a lo que yo narré en mi novela, con una clara línea divisoria entre quien sufre y quien hace sufrir”.
Y así es. Después de poder los dos primeros episodios queda bastante claro que Aitor Gabilondo ha sabido perfectamente no perder de vista del dolor de las víctimas del terrorismo provocando en estos primeros 100 minutos una sensación de desconsuelo constante, ese dolor que te aprisiona el corazón.
Es un dolor que en ocasiones parece estar escondido bajo distintas capas, pero que termina floreciendo en la secuencia menos inesperada. Ese dolor de una mala mirada o del silencio más incómodo. Un relato desgarrador que trata con el máximo cariño a todas esas víctimas y que nos mete en su piel para sentir en primera persona ese sufrimiento.
Un atentado desde todos los puntos de vista
Lo hace repitiendo el atentado que acaba con la vida de Txato todas las veces que son necesarias y desde todos los puntos vista de sus protagonistas, desde el de su mujer Bittori o la de sus hijos Xabier y Nerea, como desde la de aquellos familiares de etarras que también sufren por el dolor que provocan los suyos.
Unas emociones que brotan gracias a que detrás de esta adaptación se encuentra un gran tipo como Aitor Gabilondo, un vasco que vivió en sus carnes este drama y que ya supo diseccionar el sufrimiento que asola a una familia cuando aparece una enfermedad tan dura como el alzheimer en Vivir sin permiso.
Y ahí precisamente está la clave para que la difícil adaptación de Patria funcione: porque detrás de ella está alguien con muchas tablas en este tipo de relatos, alguien con mucho callo en televisión. Y, por supuesto, con unos actores que están inconmesurables, desde las impresionantes Elena Irureta (Bittori) y Ane Gabarain (Miren) a Loreto Mauleón (Arantxa), Eneko Sagardoy (Gorka), Susana Abaitua (Nerea) o Mikel Laskurain (Joxian).
Desde siempre, desde el mundo del cine se ha mirado con cierta superioridad moral a la televisión. Incluso en los últimos tiempos los hay que se han atrevido a hablar de Patria como cine, despreciando a la televisión; o han evitado decir que Escenario 0 es teatro para la televisión.
Patria es televisión. Televisión en mayúsculas. Televisión creada no sólo para un nicho de espectadores sino para el gran público. Televisión para emocionar y remover conciencias. Televisión para no perder de vista nuestro pasado.