Cuando hace un rato he ido a prepararme un café, en un día apagado y que llama a lluvia, una imagen se me ha venido a la cabeza de manera instantánea: la del principio de Patria en la que el personaje de Txato (José Ramón Soroiz) se bebe unos sorbos de café directamente desde la cafetera.
“¿Qué hora es?”, pregunta Bittori algo adormilada sentada en un sillón y arropada con una pequeña manta. “Van a dar las cuatro”, le contesta él. “¿Te hago café?”, le adivina a decir su mujer. “No, no, con lo que tengo voy que chuto”, dice Txato.
Qué sensación de angustia, de dolor, de pena. Y no sólo por él, sino por ella
Unas palabras que prácticamente puedo repetirlas de memoria, mientras un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Qué sensación de angustia, de dolor, de pena. Y no sólo por él, sino por ella.
En ese momento me doy cuenta de que Bittori podríamos haber sido cualquiera. Esa persona que despide a alguien al que quiere sin ser consciente de que ese banal diálogo será el último que tenga.
Esa fue una de las razones por las que muchos periodistas nos rendimos ante el primer capítulo de la serie de HBO y catalogamos a Aitor Gabilondo como un maestro de la emoción. También por la escena del geranio o los distintos puntos de vista con los que nos mostró la muerte de Txato.
Sin embargo, después de aquello siento que la serie se ha ido poco a poco desinflando hasta llegar a un capítulo final que, aunque llega precedido por un sobresaliente séptimo episodio, no despierta en mí tanto interés como esperaba. Y eso es algo que me enfurece. ¿Soy yo por el hype creado o es la serie?
El mal trazo de los personajes
Y entonces recuerdo el artículo que hace unos días escribía el compañero Pere Solà en La Vanguardia en el que daba varias razones por las que no compartía el entusiasmo creado por la serie de HBO España.
Entre otras cuestiones, el periodista argumentaba que parecía que el paso de los episodios parecía un peaje para conocer la resolución de la trama, la mal trazada evolución de algunos de los personajes, o lo poco que suena a euskera la ficción.
Y no podría estar más de acuerdo. ¿No merecía el personaje de Miren que se explicase mejor su metamorfosis de mujer normal a la mayor defensora del terrorismo abertzale? ¿Por qué se eligió otra manera más elaborada para retratar la negativa de Nerea a aceptar la muerte de su padre? ¿Era necesario dedicar un episodio a Gorka en vez de haber ido hablando de su evolución capítulo a capítulo?
Dudas y más dudas que me asaltan y más teniendo en cuenta que tengo la sensación de que desde aquel comienzo, ningún capítulo de la serie ha conseguido generar conversación en los medios como sí han hecho otras series en las últimas semanas.
El viaje de Patria llega este domingo a su fin. Un viaje que, al menos para mí, ha tenido un sabor agridulce tras el enorme impacto que me provocó la novela hace unos años y que espero que sea mitigado por ese abrazo final entre Miren y Bittori. Eso sí, esos sorbos de café me acompañarán de por vida.