En el jardín de las Campos crece un árbol desde hace dos generaciones. Un frutal exuberante que María Teresa Campos sembró y regó con una prolífica e incontestable carrera periodística. De él cuelga una preciada y brillante manzana, símbolo de opulencia.
Es la manzana del apellido Campos. Un apellido convertido en sobrenombre que, con el paso de los años, ha ido degradándose. Sigue siendo sinónimo de poder, de influencia, de linaje y, como reza una canción de Mecano, de rancio abolengo. Sin embargo, aprovecharse de sus bondades también trae sus consecuencias.
Alejandra Rubio y su salto a la fama
Cuando llegó su mayoría de edad en 2018, una exclusiva de Alejandra Rubio en la revista Hola junto a su madre sirvió como premonición de lo que sucedería en un futuro próximo. Tan solo un año después, la joven decidió morder la fruta prohibida y aprovecharse de sus orígenes. Probablemente, lo hizo movida por el arrullo de una serpiente que prometía una vida plagada de lujo y ostentaciones.
Comenzó su andadura mediática por cuenta propia en MtMad, la plataforma de vídeo blogs de Mediaset. En enero de 2020, dio el salto a la televisión de la mano del director Raúl Prieto, amiguísimo de Terelu, como tertuliana de El debate de las tentaciones. Dos meses después, fichó como colaboradora de Viva la vida, magacín en el que, casualmente, también trabajan su madre y su tía, Carmen Borrego.
Aparte de su puesto en el programa de Emma García, que mantiene en la actualidad, Alejandra también pasó sin pena ni gloria por Animales nocturnos, un formato late night conducido por Cristina Tárrega y que no aportó nada más allá de ciertos momentos de surrealismo.
Las críticas a la hija de Terelu Campos
Su biografía profesional, breve, frívola y plagada de contradicciones, ha provocado que Alejandra Rubio sea blanco habitual de las críticas en otros programas de televisión y en las redes sociales. Dejando a un lado los esputos que hayan podido verterse sobre su físico, su forma de vestir y otras cuestiones similares, que no han sido ni serán nunca justificables, su labor profesional y su forma de gestionar su imagen son dos aspectos que debería mejorar.
En lo referente a su aptitud como tertuliana, la hija de Terelu Campos no brilla por sus habilidades comunicativas. No tiene grandes capacidades para la argumentación, tampoco instinto televisivo ni aporta absolutamente nada a las tertulias más allá de algún comentario fútil. Carece del gracejo de otros personajes del medio que tampoco cuentan con preparación o estudios, pero que saben encandilar al espectador a través de su ingenio, su naturalidad o su espontaneidad.
No tiene grandes capacidades para la argumentación, tampoco instinto televisivo ni aporta absolutamente nada
Algo que también lastra a Alejandra Rubio es su actitud. Cuando entra a un plató, se comporta como un ser semidivino, por encima del bien y del mal y de algunos de sus compañeros. Su lenguaje no verbal está dominado por el hieratismo, como si lo que sucediese a su alrededor no fuese con ella. Así lo demuestra cuando es incapaz de intervenir en las conversaciones, porque tampoco se prepara los temas, y prefiere quedarse mirando el móvil mientras pasan los minutos y engrosa su cuenta bancaria.
Narrativamente hablando, Alejandra a veces se convierte en un elemento escenográfico más, aportando lo mismo que si se optase por poner en su silla una maceta de geranios y gitanillas. Sus únicos momentos de gloria llegan cuando se ve mezclada en algún teatrillo provocado por algún conflicto familiar. Ahí Rubio sabe sacarse partido y jugar sus cartas, algo que entretiene al espectador pero que refuerza la identidad de clan que su familia intenta evitar.
El reto de Alejandra Rubio en televisión
Más allá de sus virtudes y defectos como personaje del show business patrio, Alejandra Rubio se enfrenta a un reto mucho mayor. La joven ya ha paladeado el lado dulce de la manzana de las Campos, pero también es cada vez más consciente de su parte amarga. Un áspero retrogusto que le recuerda que está donde está única y exclusivamente por ser hija de quien es. Así pues, no existe argumento racional más allá del morbo mediático y sus conexiones familiares para justificar su presencia en televisión.
Si quisiera cambiarlo todo, Alejandra tiene en su mano los medios para formarse, crecer profesionalmente y cultivarse intelectualmente. Un camino que quizá no sea tan fácil ni tan cómodo como que el de momento ha elegido, pero que le ayudaría a ver el mundo de forma diferente en vez de a través de un filtro de Instagram. Mientras tanto, tendrá que seguir lidiando con el lado negativo de la tentación en la que decidió caer. Una realidad en la que el apellido Campos es sinónimo de nepotismo, le pese a quien le pese.