La llegada de nuevos fármacos supone una evidente mejora para la salud y calidad de vida de los pacientes, pero la innovación farmacéutica también aporta otros beneficios como el ahorro de costes al sistema sanitario.
Apostar por la investigación y el desarrollo de nuevos tratamientos supone invertir en la salud pública. Las razones son simples: los medicamentos innovadores reducen la mortalidad en enfermedades como el cáncer, permiten un mejor control de las patologías crónicas y, a largo plazo, aumentan la esperanza de vida de la población y mejoran su calidad de vida.
En la primera década del siglo XXI la esperanza de vida mundial aumentó dos años y el 75% de ese incremento se debe a los nuevos medicamentos, según el estudio El valor del medicamento desde una perspectiva social, elaborado por la Fundación Weber, dedicada la investigación económica en materia de salud, con el apoyo de Farmaindustria.
La esperanza de vida es un buen indicador de la salud poblacional, pero si observamos otros escenarios vemos cómo la innovación en los tratamientos también ha logrado cercar enfermedades como la malaria, el sarampión o la hepatitis C hasta prácticamente su erradicación y ha permitido controlar otras mortales en enfermedades crónicas, como ha ocurrido con el sida.
Sin embargo, el camino para que los nuevos medicamentos sean accesibles a aquellos que lo necesitan es largo y difícil. Se necesita más de una década para que la investigación, el desarrollo de nuevas moléculas y la llegada al mercado del tratamiento den finalmente sus frutos.
¿Cómo se desarrolla un nuevo medicamento?
Los medicamentos pueden tardar hasta 15 años en llegar al paciente. Un tiempo en el que el éxito de cada fase determinará si el tratamiento dará resultados. La investigación comienza con la identificación de una diana terapéutica, la sustancia asociada al origen de una enfermedad y el descubrimiento de una molécula innovadora que pueda actuar sobre esa diana.
A partir de entonces, se suceden varias etapas de formulación y validación de los compuestos hasta poder llegar a los ensayos clínicos, indispensables para la autorización del medicamento. Si estos llegan a buen término y el fármaco es aprobado, se da paso a su comercialización, que también acarrea una vigilancia continua durante el tiempo que permanezca en el mercado.
La primera etapa, de descubrimiento e investigación de una entidad molecular, requiere entre cinco y seis años. En este tiempo se estudian entre 5.000 y 10.000 compuestos, de los que menos de 300 llegan a la fase clínica, es decir, a la formulación del medicamento. Después, los ensayos clínicos -que ponen a prueba la seguridad, dosis y efectos secundarios del tratamiento en pacientes reales- pueden durar hasta siete años. Son estas fases las que más tiempo requieren y las que más han incrementado su duración en las últimas décadas. Casi el doble si lo comparamos con los años 80, cuando los nuevos fármacos aterrizaban en el mercado tras aproximadamente siete años de desarrollo.
Este incremento en los plazos conlleva un aumento de la inversión que ha ido creciendo de manera constante desde los años 90. La inversión actual se cifra en 2.425 millones de euros para un solo medicamento, 13 veces más que en 1979. Más de la mitad de esta cantidad (57,6%) se destina a la cobertura de los ensayos clínicos, mientras que la investigación recibe un 24,8% y el resto corresponde a procesos de aprobación y tareas de farmacovigilancia.
Aun así, las inversiones millonarias no pueden asegurar resultados. Es más, según un estudio de Farmaindustria, la asociación de empresarios de la industria farmacéutica, la tasa de éxito en los procesos de I+D que emprende la industria farmacéutica es tan solo del 0,6%. En 2015, de 7.262 moléculas en desarrollo, solo 44 llegaron finalmente a convertirse en nuevas medicinas.
¿Cuál es su valor social?
Solo uno de cada cinco nuevos medicamentos comercializados generan ingresos que superan el coste de su investigación. No obstante, la industria farmacéutica es una de las más rentables -elabora el 95% de los medicamentos disponibles en el mundo- y es de vital importancia para la economía, la investigación y la salud poblacional de un país.
El sector farmacéutico español se ha colocado en el séptimo puesto a nivel europeo por volumen de producción, siendo un importante motor de la economía. Su impacto en el ecosistema de investigación o en el empleo también es evidente. La industria farmacéutica ya representa más del 20% de toda la investigación en I+D en España y emplea alrededor de 200.000 personas. En cuanto a los empleos directos que genera, el 94% son contratos fijos.
Por otro lado, la aportación más social de la industria médica recae en una mejora directa de la salud y calidad de vida de los paciente y, de manera indirecta, en un importante ahorro de costes para el sistema sanitario. Algunos estudios señalan que los fármacos innovadores permiten reducir el gasto sanitario por tratamiento hasta en ocho veces con respecto a su coste inicial. Esto se debe, principalmente, a que la mayor eficacia de los nuevos medicamentos permite reducir las consultas médicas, pruebas analíticas u hospitalizaciones, liberando ciertos recursos sanitarios que pueden destinarse a otros ámbitos.
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Se estima que un año adicional de esperanza de vida -gracias a los fármacos innovadores- supone un aumento potencial del 4% del Producto Interior Bruto.
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Los tratamientos innovadores para la artritis han mejorado la productividad de los pacientes y han reducido los períodos de baja laboral un 51%.
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Las campañas europeas de vacunación antigripal evitan más de 1,6 millones de casos de gripe y más de 45.000 hospitalizaciones al año, lo que genera un ahorro de aproximadamente 150 millones de euros.
Evitar enfermedades, reducir el riesgo de sufrirlas o, al menos, retrasar su aparición constituye una significativa reducción de costes para el sistema de salud y demuestra cómo la innovación en medicina resulta rentable a largo plazo. Asimismo, por su valor social, los fármacos innovadores son una inversión necesaria para alcanzar una población sana.