La tecnología permite un gasto energético cada vez más eficiente que se traduce en un menor consumo.

Hace tiempo que las tecnologías que denominamos como ‘inteligentes’ llegaron para instalarse en todos los aspectos de nuestra vida. Para hacerla más fácil y, a veces, más barata.

Incluso los electrodomésticos utilizan ya tecnologías inteligentes. Facilitan su uso, permiten programarlos en remoto y, algo que no vemos a simple vista: aumentan el consumo eficiente. Este factor es muy importante a la hora de reducir el gastos de electricidad, ya que los electrodomésticos suponen el mayor potencial de ahorro en la factura, seguidos de la iluminación.

Aparatos como el frigorífico, que está encendido todos los días del año, las 24 horas del día; o la calefacción en los meses más fríos, pasan factura en los gastos a final de mes. Invertir en dispositivos más eficientes ha demostrado que, a largo plazo, se puede conseguir un ahorro real.

Varios estudios señalan que los hogares españoles ahorran más de 300€ al año gracias a los electrodomésticos eficientes presentes en la mayoría de hogares. En esto han tenido mucho que ver las etiquetas de eficiencia energética, incorporadas desde hace años en todos los electrodomésticos nuevos y que han permitido a los consumidores ir incorporando progresivamente electrodomésticos cada vez más eficientes en sus hogares.

Los consumidores, además de ahorrar en la factura de la luz, son cada vez más conscientes de la huella medioambiental de los hogares, en la que los electrodomésticos son grandes responsables. Así, la preocupación por el medioambiente y el ahorro logrado colocan la eficiencia energética como una de las prioridades a la hora de adquirir un nuevo electrodoméstico.

Los primeros efectos del cambio climático se empiezan a entrever en la subida de precios de los productos básicos, aumento de la pobreza o la caída de sectores como la agricultura y el turismo.

A principios de siglo cientos de expertos ya advertían del impacto económico que el cambio climático tendría sobre la economía. El Informe Stern, publicado en 2006 por el economista Nicholas Stern, concluía que sería necesario invertir el 1% del PIB mundial para, al menos, suavizar estos efectos, o de lo contrario, la economía mundial se vería abocada a la recesión.

Las consecuencias del calentamiento global no son inmediatas, pero a mitad de siglo ya hemos podido empezar a entrever algunos de los efectos más devastadores en grandes sectores como la agricultura o el turismo.

También en la economía de las personas, pues el descenso de la productividad de las cosechas -a causa de las sequías y el aumento de la temperatura- ha provocado la subida de precios de los productos básicos como el arroz o el trigo y, a nivel global, un aumento generalizado de la pobreza.

En la Unión Europea se prevé que las pérdidas económicas alcanzarán el 2% del PIB y, a nivel mundial, podrían llegar al 7% a finales de siglo. Mientras que la recuperación, seguro, será lenta, los desastres naturales extremos como las olas de calor, inundaciones, huracanes o sequías, tendrán graves efectos económicos casi inmediatos en las próximas décadas.