Plantas de depuración: donde el agua recibe una nueva vida
El enemigo son las toallitas, pero también los bastoncillos para los oídos, los artículos de higiene personal o, en definitiva, todo lo que no responda a las tres ‘pes’ con las que, con una buena dosis de sorna, denominan los responsables de Canal de Isabel II el “pis, popó y papel higiénico”, las “materias primas mejor recibidas” en la rutina de una planta depuradora de agua.
La tarea de estas instalaciones es necesaria y vital en nuestra sociedad. Es un trabajo que combina la tecnología y la economía circular, en un proceso en el que pocas veces se piensa cuando accionamos la cisterna o cuando abrimos un grifo. El ciclo del agua es algo desconocido, pero fascinante, porque el líquido que sale de nuestras casas recorre un camino que le devuelve una nueva vida de la que todos nos aprovechamos y que el medio ambiente agradece de forma especial. El objetivo es que, al menos, el agua residual regrese a la naturaleza en el mismo estado en el que fue tomada o se derive, tras un tratamiento adicional, a usos que no precisan de agua potable.
Todo eso ocurre en las plantas depuradoras. Canal de Isabel II tiene 157 estaciones depuradoras de aguas residuales (o EDAR) repartidas por la Comunidad de Madrid, con las que dan servicio a toda la población. Una de las más representativas es la de Arroyo Culebro Cuenca Media-Alta, una instalación con capacidad para atender las necesidades de hasta 1.200.000 habitantes. Su emplazamiento le permite recoger y tratar los líquidos de desecho que llegan de parte de los municipios vecinos: Pinto, Getafe, Leganés, Fuenlabrada y Parla.
El líquido es una oportunidad; lo sólido, un problema
El agua residual procedente de estos lugares alcanza la planta a través de las canalizaciones que conectan cada hogar o cada alcantarilla directamente con el centro. Según cuenta José Suárez López, jefe de Área de depuración de las cuencas Tajo y Tajuña, “el líquido que recibimos aquí es una bendición”. Y aunque al primer vistazo cueste creerle, el recorrido por esta ‘factoría’ deja claro el porqué.
Lo cierto es que no hay nada extraordinario entre los residuos, más bien al revés: son los restos de una vida cotidiana y normal que acaba en un contenedor esperando su transporte, que flota en el foso donde llega desde el exterior, o que queda atrapada por alguno de los sistemas de filtrado del proceso. Las cifras en este punto marcan cuánto podemos mejorar aún a la hora de deshacernos de nuestra basura: en 2017 Canal de Isabel II retiró de sus depuradoras 28.433 toneladas de residuos sólidos, lo que equivale a 4,4 kilos por madrileño.
Sin embargo, y pese a lo anodino del inventario, hay algo que todos esos objetos tienen en común: el que nunca deberían haber acabado en ese lugar, sino en un contenedor específico. “Somos la única industria que no elige sus materias primas”, señala Miguel Ángel Gálvez, subdirector de Depuración y Medio Ambiente del Canal de Isabel II, en referencia a lo que no sea líquido o no responda a las mencionadas tres ‘pes’. Y es que, como denuncia, “mucha gente piensa que el inodoro es una papelera y todo eso acaba en esta instalación, absolutamente todo lo se pueda imaginar”. Una mala costumbre que, para más inri, les cuesta a los madrileños más de dos millones de euros al año.
Toallitas: “Biodegradable no significa desechable”
El principal enemigo, como decimos, son las toallitas, compuestas de un material presuntamente biodegradable pero que en un proceso tan corto como este llegan a la planta intactas -”biodegradable no significa desechable”, recuerdan durante la visita-. Eso supone un problema de diversa índole. Primero, porque obstruyen las canalizaciones, ya que tienden a enroscarse unas con otras y en las rejillas y lugares que atraviesan; además, si alcanzan la planta, pueden sobrecargar la maquinaria y averiarla, con el coste económico y funcional que eso supone y el riesgo para los trabajadores.
Así pues, el cuidado del agua no comienza cuando llega al EDAR, sino en casa y en la calle, ya que a una instalación depuradora también llega el agua del alcantarillado, es decir, la que procede del entorno urbano. Piensen en los camiones de regado o, más sencillo aún, en las lluvias que arrastran toda la suciedad que encuentra a su paso. De ahí que no sea raro descubrir en la primera criba objetos voluminosos, envoltorios de todo tipo de productos, botellas, restos de comida, multitud de colillas, o arena, uno de esos invitados inesperadamente indeseables.
El proceso de regeneración resulta apasionante, y más si se compara el líquido que llega con el que se devuelve a la naturaleza: “Una depuradora devuelve el agua, pero el marrón se lo queda”, bromea Gálvez. Para el observador, hay un tópico que acompaña durante la visita: el del olor que, si bien en algunas partes resulta insoportable, en otras es tan neutro que cuesta recordar dónde está uno. Y el primer paso donde comprobarlo es donde comienza el proceso de depuración del agua, la ‘obra de entrada’, un gran foso al que vierten dos grandes aberturas.