Vocaciones en crisis, falta de relevo generacional, despoblación y edades elevadas de media. Factores que favorecen el descenso generalizado en el número de sacerdotes en el conjunto de las once diócesis de Castilla y León, lo que provoca la aglutinación de parroquias, localidades y pedanías en las zonas rurales. La labor pastoral se convierte en una peregrinación pueblo a pueblo y cada presbítero aumente la extensión de kilómetros que recorre, favorecido por una dispersión poblacional en pequeños municipios y comarcas.

En la provincia de Zamora, que suele distinguirse por presentar algunos de los indicadores socioeconómicos más preocupantes de toda España, es fácil entender que cada vez sea más complicado cuadrar la organización del territorio para que la feligresía reciba toda la atención que merece.

En este contexto, sacerdotes como el párroco de San Juan del Rebollar, Teo Nieto, no tienen un segundo que perder, no en vano da cobertura a 43 núcleos de población. Él huye de cualquier dato estadístico y se limita a decir de sí mismo que es “un cura en distintos pueblos de Aliste y consiliario” del Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos.

“Lo importante es trabajar, sintiendo que tenemos que transformar nuestra iglesia, nuestra iglesia diocesana, en este caso. Cuando uno tiene ese sentimiento de pertenencia a algo, valora quién es y qué puede aportar. Y eso es algo que se tiene que hacer en el día a día pero también a largo plazo. Es decir, no podemos vivir en el inmediatismo”, subraya.

“Uno tiene que tener un proyecto personal de vida, en el que encaja ese sentimiento de pertenencia, en este caso, a la Iglesia diocesana. Lo que puedo aportar lo contrasto con una comunidad y, además, lo contrasto con alguien que está más allá, que es Dios, en la oración”, añade.

Teo Nieto aboga por que “sean los propios cristianos quienes aportemos” para que la Iglesia tenga un “buen colchón económico propio”, de manera que “dependa lo mínimo posible de subvenciones o de fundaciones”. “Que tenga esa libertad para poder decir no solo voy a ayudarte, sino que, además, voy a defenderte, voy a ser tu apoyo, voy a ser tu voz cuando tú no la tengas voz y voy a procurar que tú puedas tener voz. Para eso, desgraciadamente, en este mundo, se necesita esa libertad económica”, apostilla.

Montaña Palentina

En el caso de Daniel Becerril, de 36 años, representa el sacerdote más joven de la Diócesis palentina, quien fue ordenado hace cinco años y se le encomendó la labor pastoral en la Montaña Palentina, desde Velilla del Río Carrión y los diversos pequeños pueblos del entorno.

Su joven edad choca con la situación actual, donde el número total cae, al mismo tiempo que sube la edad media de los mismos, al existir un descenso vocacional, no solo en España, sino en el conjunto de Europa frente a otros continentes donde crece el número de fieles, así como de presbíteros y religiosos, apunta a la Agencia Ical.

La tarea discurre por la ruta de los pantanos, de la mano de diez localidades que congregan a 1.500 personas empadronadas, aunque en los meses invernales es mucho más baja. Afirma que los vecinos quieren a la figura del cura y transmiten su agradecimiento, al producirse un trato cercano y directo, nada que ver con el de la ciudad. Se lleva a cabo un contacto más sencillo en las propias casas y se comparte el tiempo, aclara.

Traslada que su vocación nació de su día a día vinculado a la parroquia de San Lazaro, en la capital palentina, lo que le hizo saber que Dios buscaba algo más de Daniel Becerril. “Muchas veces vivo en el coche”, ironiza a la hora de explicar sus día a día y los desplazamiento en la zona de montaña, dado que combina la actividad pastoral con las eucarísticas, la cual se lleva a cabo en dos pueblos, en el caso de las tardes de los sábado, y en otros tres pueblos los domingos. No obstante, estas misas rotan por las localidades, salvo las del domingo, que tienen lugar en Velilla del Río Carrión, Otero de Guardo y Camporredondo, al ser los que más población tienen.

León rural

La provincia de León cuenta con más de 800 entidades parroquiales, muchas de ellas en zonas rurales. Buena parte de los sacerdotes tiene asignado un abultado número de pueblos a su cargo, que en ocasiones supera la veintena. Es el caso de Thierry Rabenkogo Mbourou, natural de Port Gentil (Gabón), donde nació en 1985. Llegó a León en 2007 con una beca para ampliar estudios sin imaginar qué le depararía el futuro. “Ni loco pensé ser sacerdote ni que me iba a quedar en España, ni nada. Llegaba como todo joven que sale de su casa a estudiar. Era mi plan. Los planes de Dios han cambiado mi vida en muchos sentidos”, explica a Ical.

Thierry se desplaza este sábado a la localidad de Valverde de Curueño, donde se celebra la festividad de San Martín. Es uno de los 26 pueblos que tiene asignados entre los cuatro municipios de su competencia, Valdelugueros, La Vecilla, Valdepiélago y Santa Colomba.

En septiembre cumplió dos años en esta misión que tiene asignada por un periodo de seis. Tiene la ayuda de un laico, José Luis, y desde hace menos tiempo también la de un sacerdote de Costa de Marfil, dado que también le han nombrado responsable del área de Pastoral Juvenil de la Diócesis y eso requiere su presencia en la capital en ocasiones.

Reside en La Vecilla y desde ahí se desplaza a las distintas localidades. Afirma que en esta época solamente tienen nueve pueblos “abiertos”, donde cada fin de semana hay misa o una celebración de la palabra. A medida que el tiempo mejora se va atendiendo a más localidades, coincidiendo también con la llegada de los feligreses que pasan los meses de invierno fuera. En pleno verano es cuando están ‘operativos’ los templos de los 26 pueblos y la media de ocho feligreses por celebración, excepto en La Vecilla -puntualiza-, se multiplica, también al abrigo de las fiestas locales.

En invierno no todos los pueblos tienen celebraciones. Se “abren” a medida que mejora el tiempo. “El gran cierre es después de la celebración de los santos. No tienen culto, salvo funerales o fiestas”, detalla. Así ocurre en Valverde, donde este sábado se festeja al patrón pero la iglesia cerrará de nuevo sus puertas hasta la época estival.

Sobre su experiencia en este territorio de la montaña leonesa, tan diferente de su país y en el que ya ha aprendido a convivir con el frío explica que “lo más satisfactorio es estar con la gente, la labor de acompañar y que te consideren como uno más del pueblo; saben que vivo en La Vecilla, no soy el que aterriza”. En base a lo que vive en su Unidad Pastoral cree que el retorno al mundo rural no se puede considerar una realidad “hoy por hoy” y constata una sangría poblacional “entre los que se mueren y los que se van a la ciudad”. “Que viniese sería para teletrabajar o teniendo aquí materia prima, sobre todo en invierno”, reflexiona.

Salamanca

La dispersión geográfica que tienen que tienen que afrontar los sacerdotes en el ámbito rural también afecta a la provincia de Salamanca. Es el caso de Andrés González Buenadicha, joven párroco de hasta 13 municipios, todos ubicados en la comarca de La Armuña, y que, eso sí, ve “una sola comunidad, una unidad”, entre todos su feligreses repartidos entre Gomecello, Cabezabellosa de la Calzada, Pitiegua, Pajares de la Laguna, La Orbada, Pedrosillo el Ralo, Monterrubio, San Cristóbal de la Cuesta, Villares de la Reina, Parada de Rubiales, Espino de la Orbada, Pedroso de la Armuña y Villanueva de los Pavones. “Hay que entender que somos una”, recalca a Ical el pluriempleado presbítero.

González Buenadicha cuenta con la colaboración de un compañero jubilado que le ayuda cada fin de semana, así como la de otros voluntarios laicos. “Mi idea no es bloquear parroquias, sino que todas, de alguna manera, puedan tener una atención, si no es con la eucaristía, es con la celebración de la palabra”, comenta, reconociendo que, de forma habitual no excede las cinco misas por fin de semana, a razón de dos el sábado por la tarde y tres el domingo.

“Voy haciendo rotaciones. Una semana voy a unas comunidades y celebro la eucaristía y, al mismo tiempo, hay laicos que hacen celebraciones de la palabra, en espera de presbítero, con la ayuda de un sacerdote jubilado. Entonces, de alguna manera las 13 comunidades están acompañadas semanalmente”, afirma.

En este sentido, reconoce que, a veces, se ve más como un gestor comunitario que como un párroco, pues debe afrontar “esa función, que no es tan agradable, de programar, sentarse y ajustar horas, comunidades y personas”. Una situación que, según reflexiona, se debe a las decrecientes vocaciones que afectan al seno de la Iglesia.

“Dios siempre ha acompañado a su pueblo de manera cariñosa, amorosa, y con mucha paciencia. Nuestra Iglesia de Salamanca no quiere dejar a nadie fuera, y a veces hay que estar reinventando un poco. Yo creo que estamos en un tiempo en el que hay que repensar mucho la presencia de la Iglesia en cada comunidad, sobre todo en el mundo rural, más envejecido y más despoblado”, añade el sacerdote.

No obstante, admite que se trata de un situación que se puede ir agravando, precisamente, por la pirámide poblacional, invertida en estos momentos, en este punto de Castilla y León. “El rosto de la iglesia siempre será joven, porque Jesucristo es joven, pero, es verdad que, humanamente, tiene un rostro envejecido”, comenta el párroco, como excepción, pues cuenta con solo 45 años cuando la media de los sacerdotes de Salamanca es de 70.

“Pero la media de la gente que participa de la eucaristía dominical es parecida. Y una presencia, en número, también muy pequeña porque ha habido un abandono del mundo rural, especialmente de octubre a mayo. La gente que queda es muy mayor, pero con mucho deseo de Dios y de ser acompañados, de abrir la iglesia de su pueblo y de anunciar la buena noticia del Evangelio”, concluye.