El Patio Herreriano dedica un ciclo de cine a Carl Dreyer
El Museo Patio Herreriano ha programado los días 24, 25 y 26 de abril un ciclo de cine dedicado al director y guionista danés Carl Theodor Dreyer, considerado uno de los mayores directores del cine europeo. Se proyectará a las 19:00 h en el Salón de Actos del Museo.
Serán tres de sus películas las que podrán contemplarse en este ciclo, que presenta el siguiente programa , con entrada gratuita
Martes 24 de abril (19:00 h)
DIES IRAE. (Vredens Dag). 93 minutos. 1943
Miércoles 25 de abril (19:00 h)
LA PALABRA. (Ordet) 120 minutos. 1955
Jueves 26 de abril (19:00 h)
GERTRUD. 111 minutos. 1964
Carl Theodor Dreyer
Carl Theodor Dreyer (Copenhague 3 de febrero de 1889-20 de marzo de 1968) fue un director de cine y guionista danés, considerado uno de los mayores directores del cine europeo.
Muy encerrado en sus ideas y proyectos, pero con preocupaciones políticas esenciales, no fue a ver películas en general. Si bien su carrera duró cincuenta años, desde los años 1910 hasta los años 1960, su concentración, sus métodos tan rigurosos, la idiosincrasia de su estilo y la obstinada devoción por su propio arte hicieron que su producción resultase menos prolífica de lo que hubiese podido esperarse. Prefirió la calidad a la cantidad, lo que le llevó a producir algunos de los mayores clásicos del cine internacional. Su honestidad consigo mismo y su trabajo; así como, su fidelidad a su vocación y gran pasión, el cine como expresión artística, hizo que sólo hiciera las películas que pensaba debía hacer y tal como debía hacerlas. Su perfeccionismo le hizo suspender un rodaje porque las nubes no iban en la dirección esperada o elaborar costosos decorados sólo para que los actores se sintieran más inspirados. Dreyer escribió que su cine buscaba las experiencias íntimas del hombre y trataba de adentrarse en el misterio y en los conflictos interiores de los humanos. Por otra parte, teorizó sobre el color naciente en el cine, sobre la oscuridad como valor, sobre el cine sonoro, sobre el realismo, a la vez necesario y superable, sobre la ausencia de maquillaje como depuración.
Sus padres fueron Josephine Nilsson y Jens Christian Torp. Su madre servía en la granja de Jens Christian Torp, en Suecia. Él la repudió al saber que estaba embarazada, basándose en las diferencias de clase y económicas existentes entre ambos.
Nació, por tanto, como hijo ilegítimo, en Copenhague. Su madre le abandonó de inmediato en Dinamarca, regresando ella a Suecia, a consecuencia de lo cual el niño terminó en un orfanato, aunque pronto, en 1891, fue acogido por la familia Dreyer (su madre biológica murió a los pocos meses de ser adoptado), recibiendo el nombre de su padre de adopción, Carl Theodor Dreyer.
Sus padres adoptivos eran rígidos luteranos y sus enseñanzas probablemente influyeron en la severidad de sus filmes. Desde muy joven le señalaron su privilegiada situación y la idea de que tendría que valerse por sí mismo.
Enseguida Dreyer trabajó como periodista y en este tiempo pudo ir perfilando su vocación de cineasta (su "única pasión", diría luego) al escribir los intertítulos de varias películas de cine mudo y posteriormente al redactar guiones (1912-1918). Luego, en 1936, hizo crítica cinematográfica para luego ser cronista judicial de 1936 a 1941.
Dreyer señaló que los pioneros D. W. Griffith, y antes de este dos suecos, Stiller y sobre todo Victor Sjöström, le influyeron decisivamente. Sus inicios como director, desde 1918, tuvieron un éxito limitado. Pero rodó todos los años en esa década.
La fama le llegó gracias a Du skal ære din hustru (El amo de la casa, 1925). El éxito que cosechó en su país con esa película se transformó en un enorme triunfo en Francia, a donde se trasladó. La Société Genérale des Films le encargó la realización de un largometraje sobre alguna heroína nacional: Juana de Arco, Catalina de Médicis y María Antonieta; por un mero sorteo, salió la primera.
Así que rodó allí una intensa La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d'Arc) —en cuyo montaje trabajó además—, que apareció en las salas en 1928 y fue su primer gran «clásico», aunque no fue un éxito en taquilla. Para Dreyer supuso su verdadero inicio cinematográfico. La película tenía influencias tanto del realismo como del expresionismo cinematográfico, pero sin maquillar a los personajes. Los decorados eran blancos y toda la película estaba rodada a base de primeros planos.
Dreyer no quería ser encasillado como místico, y su siguiente película, rodada esta vez por completo en decorados naturales, trató de una «bruja vampiro» (Vampyr – Der Traum des Allan Grey) (1932). Vampyr es una meditación surrealista sobre el miedo, que hoy se considera maestra. La película era originariamente muda, pero le fueron añadidos diálogos hablados mediante doblaje.
La película fue un fracaso económico, y Dreyer estuvo más de un decenio sin rodar más que documentales, que no apreciaba. En 1943 hace al fin Dies irae (Día de ira), una severa crítica a las creencias en la brujería y sobre todo a su represión brutal mediante el fuego. Con este film Dreyer fijó el estilo que habría de distinguir sus posteriores obras sonoras: composiciones muy cuidadas, cruda fotografía en blanco y negro y tomas muy largas.
Hizo en Suecia Dos personas (1944), con actores impuestos y no deseados, que para él fue fallida, si bien es una historia de interés dramático. Pasó un largo período sin rodar. Su oposición al nazismo, con sus secuelas raciales, le condujeron a un violento rechazo. Para él, la expulsión de tantos artistas y escritores, desde 1933, convirtió una gran cinematografía en puro serrín. Entonces fue perfilando un proyecto sobre la Vida de Jesús, no realizado finalmente, que tenía como una de las metas esenciales mostrar el carácter claramente judío de éste, y mostrar con la mejor bibliografía que su condena fue un asunto del poder romano, que le criminalizó, pero que delegaba poderes locales en asuntos de justicia. Otros dos proyectos, tampoco realizados, fueron Luz de agosto, sobre texto de Faulkner, y Medea, un guión que fue llevado finalmente al cine por Lars Von Trier.
En 1955 rodó Ordet (La palabra), basada en la obra de teatro homónima de Kaj Munk, y que había tenido gran éxito en los países escandinavos (Munk fue asesinado en 1944 como resistente). El proyecto se remontaba a 1920. En ella, combina una fervorosa historia de amor en el medio campesino con un examen acerca del destino. El personaje central, un teólogo enloquecido por sus lecturas de Soren Kierkegaard que se cree Jesús, pone en entredicho la presunta fe religiosa de su familia ante la muerte. Esta película le valió el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia en 1955. En ella, destaca el ritmo pausado, la práctica ausencia de montaje por corte entre escenas, en las que Dreyer deja que los actores entren y salgan de encuadre al estilo del montaje teatral. Es una obra cargada de preocupaciones religiosas, pero asimismo exaltadora de la vida: «pero yo quería su cuerpo», dice el marido cuando ella muere.
Su vida profesional se estabilizó al encargarle la dirección del cine en su país, pero como siempre siguió con sus proyectos, que a veces se prolongaban diez o más años.
La última obra de Dreyer fue Gertrud (1965), basada en la pieza homónima de Söderberg. Si bien es muy distinta a las precedentes, resulta una especie de testamento artístico del autor, en la medida en que trata de una mujer que al separarse de su marido se mantiene fiel a su ideal de amor: amar al otro por encima de todo, incluso, de uno mismo. Ella, con gran vitalidad, no se arrepiente nunca de las elecciones tomadas como dice al final, pasados muchos años.
Dreyer, con cierto halo cristiano, reconoció que mucho de su cine se había preocupado por la intolerancia, como obsesión personal; y contando con la impresión que le causó Intolerancia de Griffith. En Dies irae estaba «la intolerancia de que hicieron gala los cristianos ante todos aquellos que seguían aún atados a las supersticiones y todo lo que aún sobrevivía. Incluso en Gertrud también se siente dicha intolerancia, pero aquí aparece en la propia Gertrud, que nunca aceptará nada que no sienta ella misma y que exige, en cierto modo, que todos se inclinen ante ella».