Castillos y fortalezas de Salamanca: Tamames
Durante siglos, la provincia de Salamanca fue campo de batalla entre moros y cristianos, tal y como aún se rememora en algunas zonas del Levante español. La invasión musulmana y la posterior Reconquista convirtieron a los parajes charros en zona de conflicto y, por tanto, lugar estratégico para alzar fortalezas y castillos como vigías y defensas, sobre todo en la Sierra de Francia y sus alrededores. El sexto capítulo de la serie dominical sobre los castillos de Salamanca llega hasta Tamames, un torreón que jugó un papel de centinela contra las invasiones del califa Almanzor sobre el norte de España a finales del siglo X y principios del siglo XI.
Tras la desaparición de los primeros asentamientos tardorromanos, la posterior llegada de visigodos y grupos de colonos repoblaron el originario Tamames y dotaron a la localidad de continuidad demográfica. La primera noticia explícita acerca de un acto de repoblación en el territorio ocupado por la actual provincia de Salamanca data del año 1941, a raíz de la donación que realiza Ramiro II al obispo de León por la que el rey le otorga, según recoge el archivo catedralicio, “en las afueras de Salamanca, al otro lado del río, una vega a lo largo de la aceña que poseéis, junto a la orilla, hasta el molino, de acuerdo con la asignación y los límites que estableció Hermenegildo siguiendo nuestras instrucciones; os confirmamos asimismo en la posesión de una pesquera situada en la misma vega y que vos ocupasteis estando abandonada. A cambio recibimos de vos un villar, situado a esta parte del río, que ocupasteis en el primer momento de la repoblación”.
Es precisamente en este texto donde se alude a los primeros intentos de asentamiento demográfico en la provincia salmantina, tanto en la capital como en lugares estratégicos en la Sierra de Francia y su entorno. El primer núcleo de población se estableció al sur del castillo, junto a un manantial de abundante agua y anteriores edificaciones, en un apacible llano, lo que confirió a este torreón una función menor de fortaleza estratégica, pues este tipo de edificaciones se solían construir sobre montes y colinas para otear el horizonte y poder controlar el avance de los enemigos.
Precisamente la zona de La Huebra albergaba un ínfima entidad durante los primeros siglos medievales y sus fortalezas, como en el caso de Tamames, estaban constituidas por apenas la construcción de un torreón. Edificación con una clara función de control, no primordial en los planes de la Reconquista, pero defensiva, al fin y al cabo, en los años inmediatamente posteriores a la primera invasión musulmana que tuvo lugar en el siglo VIII. En este amplio espacio geográfico entre las Sierras Mayor y Menor se levantaron otras fortalezas como la de Cortos de la Sierra (Mora), Castroverde, Las Veguillas (Peña Gudina), Navagallega (Santa Cruz), Escurial de la Sierra (Pico Cervero), Navarredonda de la Rinconada (La Corona) y Garcibuey (El Gancho).
El origen del castillo de Tamames, de planta cuadrada con más de doce metros de lado y dieciséis de altura, se sitúa entre este siglo VIII y el X. Como recoge Ramón Grande del Brío en su obra ‘Historia de la villa de Tamames’, los relieves en los sillares del doble dintel de la puerta de entrada delatan signos prerrománicos, apareciendo un blasón con escaques que no corresponde a las armas de los Godínez, quienes recibieron el señorío de Tamames en el siglo XIII, por lo que si este noble hubiera mandado construir el castillo, hubiera colocado sus blasones, y no estos prerrománicos. Por lo tanto, don Alfonso Godínez tomó posesión de la localidad ya con la existencia de su torreón.
Tras las acciones repobladoras desarrolladas en el siglo X por el monarca leonés Ramiro II, el califa musulmán Almanzor protagonizó sucesivas incursiones militares, devastando algunas zonas de lo que hoy conocemos como la provincia de Salamanca. Fue ésta la época de mayor protagonismo del castillo de Tamames, inmiscuido como vigía centinela dentro de un constante escenario de batalla a través del campo charro. Así lo atestigua la tradición oral, que ha transmitido de generación en generación las historias de batallas en Campo Santimio, al noroeste del término municipal de Tamames, junto a Sepulcro Hilario, e incluso relatos populares aluden a la derrota del último rey godo, don Rodrigo, camino de Tamames hacia la batalla de Segoyuela.
Sin embargo, con la definitiva repoblación llevada a cabo a finales del siglo XI por el yerno del rey Alfonso VI, Raimundo de Borgoña, el papel estratégico en el tablero militar se fue desvaneciendo y Salamanca perdió su protagonismo como lugar de enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. No obstante, el castillo de Tamames, a pesar de su aparentemente escueta estructura, escondía en el interior de sus muros de dos metros de grosor algunas curiosidades y tesoros nobiliarios. Así, en los tres pisos de esta obra de mampostería de pizarra y esquinada en granito rojo, también con blasones y símbolos prerrománicos, se aprecian incluso señales de dos o tres suelos de madera que recibían luz por ventanas como saeteras fuertemente derramadas hacia dentro a distinta altura.
Tras diversas vicisitudes, el inexorable paso del tiempo y el progreso han convertido a la fortaleza de Tamames, de propiedad particular, en presa de esa bacteria para los monumentos que es la ruina progresiva, a pesar de estar protegido bajo la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español. Así, lo que en su día fue aposento de nobles y caballeros, hoy día se encuentra vacío en su interior, amenazado por desplomes en cualquier momento. Pero su enclave junto al núcleo de población y el libro acceso en sus exteriores pueden ofrecer al visitante una noción de la emocionante época medieval, trasladando su imaginación hacia inverosímiles historia y leyendas que nutren a esta comarca de una singularidad riqueza folclórica, aunque ese asunto queda en la agenda de los recuerdos para su rescate en próximas fechas.