Trajes de charros más o menos discretos, unos puros y otros vestidos sin más. Cada cinco de febrero, pasadas Las Candelas y San Blas, llega la festividad de Santa Águeda, que, si antaño festividad religiosa, hogaño es el desenfreno más festivo al que llegan las aguederas en los respectivos pueblos y ciudades. Peticiones que recuerdan los aguinaldos navideños y fiesta, mucha fiesta aderezada con bastones de alcaldes y misas con la correspondiente procesión. Pero no. Este año no podrá ser -por primera vez ni se sabe desde cuándo- por la pandemia de Covid-19 que llegó hace un año, precisamente, casi a las puertas de Santa Águeda, para cambiar todo de arriba a bajo. Suspendidos todos los actos programados en pueblos y ciudades de esta Comunidad castellano y leonesa, sólo queda el recuerdo de que mejores tiempos volverán.
Las águedas de Miranda del Castañar, con sus trajes y la típica bandera./ Archivo
En el tiempo, Santa Águeda (siglo III), según la tradición religiosa, fue una noble virgen siciliana de gran belleza y riqueza, que rechazó el amor de un cónsul romano, sufriendo por ello un cruel martirio. En arte, suele aparecer representada con los senos cortados sobre una bandeja, la parte más hermosa de su cuerpo, que el gobernador Quinciano (al que se representa aún con un muñeco al que se le prende fuego –es el caso de Santa Marta de Tormes-) no llegó a poseer, para obligarla a renunciar al cristianismo. No se sabe con certeza si murió en la persecución de los cristianos durante el reinado del emperador romano Decio (249-251), o durante el de Diocleciano, 50 años más tarde. Es la Santa Patrona de Malta y de Catania (Italia). La leyenda cuenta que, en varias ocasiones, el simple hecho de llevar su velo (sacado de su tumba de Catania) en procesión detuvo las erupciones volcánicas del cercano Monte Etna, celebrándose su efemérides cada 5 de febrero.
Pero de un tiempo a esta parte, con el hecho de la liberación de la mujer y tomando como ejemplo ‘las águedas’ de Zamarramala (Segovia), que ha pasado a convertirse en una festividad cuyos ritos son considerados de interés turístico y cultural, se han comenzado a celebrar muchos actos de alegría y fiesta entre las mujeres casadas, a las que se llaman ‘águedas’. Raro es el pueblo de la geografía salmantina en el que no existen aguederas, es decir, grupos de mujeres ataviadas con diversos trajes típicos, mantones de manila o un pañuelo multicolor que en otros tiempos era típico de la indumentaria de las mujeres en días de fiesta, que piden aguinaldo, cantan, bailan, comen y preparan alboroto y, sobre todo, reciben a imagen de Zamarramala, el bastón de mando de la Alcaldía, porque como dicen ellas, ‘dueñas por un día’, hasta tal punto tienen 'acorralados' a los hombres que reconocen su mandato por ese día.
Las águedas de Tamames, como una fiesta mayor./ Archivo
A pesar de algunas distinciones peculiares y muy localizadas, como las águedas de Miranda del Castañar o La Alberca, con ritos ancestrales propios como el baile de la bandera o el pendón, esta festividad es la más clara expresión de la generalización de las costumbres. No obstante, como resumen de esta festividad, también se celebra una misa que se ofrece por la Santa mártir, con procesión en algunos municipios, y después, estas mujeres que se hacen llamar las águedas se reúnen para disfrutar de una suculenta comida o cena –dependiendo de cuándo se celebra la misa-, en las que se recuerdan algunas de las coplas que antaño se cantaban por los pueblos, muchas de ellas no exentas de la picaresca.
Procesión de Santa Águeda en La Alberca./ Archivo