César Combarros / ICAL
El 23 de junio de 1982, León acogió el estreno de 'Sin abuso de desesperación', una adaptación de tres piezas cortas de Tenneesse Williams que suponía el primer montaje de Teatro Corsario, una compañía vallisoletana de nuevo cuño, liderada entonces y hasta su fallecimiento a finales de 2010 por Fernando Urdiales. Hoy sábado, entre las 20.00 y las 23.00 horas, los corsarios celebran cuatro décadas de andadura “contra viento y marea”, como resume a Ical el actor y dramaturgo Jesús Peña, en una cita en su local de ensayos del barrio Girón, para celebrar el camino recorrido y el que queda por recorrer.
Urdiales, que de la noche a la mañana dejó atrás seis años de ejercicio de la medicina psiquiátrica, bautizó así su compañía en un guiño a los polémicos 'Escritos corsarios' de Pasolini, y haciendo referencia a "una cierta idea de independencia, de aventura y de compromiso", según él mismo confesaba en las bodas de plata de la formación. En aquellos primeros momentos, a su lado estaban profesionales como Luis Miguel García, Javier Semprún o Rosa Manzano, que han permanecido en la compañía desde entonces, y otros que con el paso del tiempo separaron su rumbo del de aquel barco, como Juan Ignacio Miralles ('Licas'), que un lustro después fundó La Ventanita.
Corsario echó a andar con una aproximación al teatro realista y psicológico de la mano de Tennessee Williams, tras la cual llegó el recital de poesía contemporánea ‘Diciéndolo de nuevo’, hasta estrenar en 1983 su adaptación del poema de Lewis Carroll ‘La caza del Snark’, un montaje con más de una veintena de actores donde, por primera vez, irrumpía la metáfora de la búsqueda, un leitmotiv que les ha acompañado durante toda su trayectoria. El “viaje imposible de una tripulación improbable” que Carroll escribió se convirtió en todo un mantra vital para la agrupación. “Nadie ha podido concretar qué es el Snark, ni Carroll ni Corsario. El Snark podría ser tantas cosas… Es algo que queremos hacer pero no sabemos muy bien qué. Ahí se condensaba muy bien lo que fue Corsario en esos primeros años”, rememora Peña.
Él no se encontraba en el núcleo fundacional de la compañía, pero había seguido de cerca sus primeros pasos. Junto a futuras compañeras corsarias como Teresa Lázaro, Jesús Peña experimentaba esos años con un grupo llamado Teatro Sótano en el mismo local que la formación de Urdiales ocuparía tiempo después en Girón. “A algunos de los miembros de Corsario les conocía por su trabajo en el Aula de Teatro de la Universidad, que lideraba Juan Antonio Quintana; en el verano de 1985 me llamaron para hacer una sustitución en ‘Comedias rápidas’, de Jardiel Poncela, y nunca más me alejé de la compañía”, rememora ahora.
A su juicio, la búsqueda que emprendió la compañía esos años se reflejaba en la cantidad de textos diferentes que la agrupación afrontó: “Igual se hacía ‘La caza del Snark’, que en realidad es un poema, que ‘Insultos al público’, una especie de teatro de vanguardia de la mano de Handke, adaptaciones de Cocteau, Artaud o Ian McEwan, o los textos de Poncela, que podrían parecer algo más convencional pero que, en realidad, para Corsario eran todo un descubrimiento. Todas esas cosas tan diversas finalmente acabaron confluyendo en lo que sería la ‘marca de la casa’: el teatro clásico y los títeres para adultos.
"Estábamos tirando redes para ver dónde podíamos encontrar nuestras señas de identidad", valoraba en 2007 Urdiales, que reconocía a Ical que tras los “estrepitosos fracasos” de 'Para terminar con el juicio de Dios’ (1985) e 'Insultos al público’ (1986) comprendieron que “para poder hacer eso, previamente teníamos que conseguir a un público que entendiera por qué lo hacíamos. Dimos marcha atrás, replegamos redes, y con toda humildad afrontamos una línea de intentar explorar el trabajo popular, que no comercial", explicaba entonces.
El descubrimiento del público
Así, con un espectáculo como 'Sobre ruedas' (1987), que rescataba alguna de las primeras piezas cómicas del padre del teatro laico español, Lope de Rueda, Teatro Corsario dio sus primeros pasos en "un proceso muy enriquecedor" que les llevó a la revisión de los clásicos españoles y a ser considerada en la actualidad como una de las mejores compañías del país en esta especialidad. "Entonces yo apenas conocía nada de los grandes autores clásicos, porque mi generación los rechazaba de lleno al considerarlos como un vestigio patrimonial del nacional catolicismo, un prejuicio que aún hoy sigue vigente en muchos círculos", señalaba Urdiales en las bodas de plata de la compañía.
Para Peña, aquel montaje supuso para Corsario “el descubrimiento del público”. “Hasta entonces era difícil saber si se podía vivir del teatro porque no teníamos un público, no iba a ver mayoritariamente ninguno de los montajes de los orígenes de la compañía. Fue cuando empezamos a hacer teatro clásico cuando nos dimos cuenta de que existía un público, y de que nos querían contratar. En ello intervino mucho el destino, uno de los elementos capitales de todo el teatro clásico. Si en sus inicios Teatro Corsario hubiera visto que existía un camino para hacer vanguardia, quizá hoy seguiríamos haciendo a Handke, Artaud o McEwan, pero en su momento vimos que aquello no nos llevaba a ninguna parte”, explica Peña con una sonrisa.
Un año después, en 1988, llega otro de los grandes puntos de giro de la trayectoria de Corsario, ‘Pasión’, un montaje que aún hoy, casi 35 años después de su estreno, se mantiene en repertorio con más fuerza si cabe que cuando comenzaron a representarlo. "Cuando hice 'Pasión' dejé de interesar a mis amigos; algunos pensaban que me había vuelto loco, haciendo teatro para curas y monjas. Además, la crítica de Valladolid nos vapuleó y nos quedamos con las orejas gachas”, rememoraba Urdiales, que señalaba que todo cambió en el mismo verano del 88, cuando comenzaron a representar la obra en el patio del Museo Nacional de Escultura, donde se produjo “una catarsis muy especial” que desembocó en un colosal éxito de público.
“La primera reacción a ‘Pasión’, entre los amigos, compañeros y la crítica, fue de perplejidad. Nos decían: ‘¿Pero qué es esto?’. Lo veían como el colmo de la concesión al sistema. ‘Esto sí que es venderse de una forma total y absoluta’. Pero para Fernando era justo lo contrario, porque él lo que quería era ser rompedor. Siempre intentó romper con cosas que aunque parecían no ser rompedoras, luego se demostró que sí que lo eran. Cuando nadie quería hacer eso, nosotros lo hacíamos. Luego, con el tiempo, ves que se ha convertido en una manifestación cultural de primer orden y dices: ‘Fíjate, al final el tiempo pone a cada uno en su sitio’. Se ha llegado a plantear incluso que ese montaje pueda trascender a la propia compañía y deje de depender solo de nosotros, ya que forma parte de un patrimonio”, argumenta Peña.
La irrupción de los títeres
Mientras continuaban su viaje de la mano de clásicos como Calderón o Lope de Vega (en 1990 afrontaron su primera obra en verso, ‘El gran teatro del mundo’), en 1992 Jesús Peña comenzó a buscar prácticamente a hurtadillas aliados dentro de la propia compañía para intentar dar forma a un espectáculo de títeres, algo que inicialmente no confesó a Fernando Urdiales. “Teníamos una idea pero no sabíamos muy bien lo que podría dar de sí. Queríamos que fuera algo ambicioso, nada de pequeña escala”, recuerda ahora. Tras dos años experimentando en secreto, llegó el momento de mostrarle el trabajo realizado al patrón del barco, que lo acogió de buen grado y alentó el proyecto hasta el estreno en 1994 de ‘La maldición de Poe’, el primer montaje de títeres para adultos de Teatro Corsario.
“Nadie sabía cómo iba a funcionar aquello, y lo que ocurrió cuando se estrenó ya es historia. Empezamos a tener contratos importantes de festivales internacionales y críticas entusiastas, hasta el punto de que una buena parte de la gente que quería contratarnos nos pedía los títeres. Ahí nos metimos en un pequeño problema interno de organización, que luego pudimos compatibilizar sin problema. Es asombroso, pero en ningún momento dejó de poder hacerse una obra porque se estuviera haciendo otra”, explica Peña, responsable de la dirección y dramaturgia de todas las obras de títeres que con la compañía han visto la luz hasta el momento: junto a ‘La maldición de Poe’, ‘Vampyria’ en 1998, ‘Aullidos’ en 2007 y ‘Celestina infernal’ en 2021.
Cuestionado hoy, cuarenta años después de que el barco zarpara, por las señas de identidad de Teatro Corsario, Jesús Peña recalca dos. En primer lugar se refiere a la “aportación a la cultura”. “Por decirlo de alguna manera, nunca nos metemos en tonterías, en cuestiones superficiales ni en proyectos que solo busquen ganar dinero. Todo lo que se hace en Corsario tiene una magnitud cultural importante, bien sea en torno al castellano, que es también una de nuestras señas de identidad (cómo defender la lengua y sus características a lo largo del tiempo) o las aportaciones culturales de los autores del pasado”, señala.
Por otra parte, se refiere a la “constante renovación del mundo de los títeres” que persiguen con cada nuevo estreno en ese formato. “Con cada producción intentamos dar un paso más hacia adelante, alcanzando un nuevo techo. Contradictoriamente nuestros espectáculos de títeres no tienen texto, de modo que con el teatro clásico y con estos montajes abarcamos dos aspectos complementarios: la riqueza del idioma castellano y renunciar al idioma para intentar movernos o avanzar en el teatro visual”, explica.
Camino recorrido y por recorrer
Echando la vista atrás, Peña considera que desde la compañía han contribuido a a profesionalizar el sector y a consolidar las redes y los circuitos escénicos de la Comunidad, que en sus inicios ni siquiera existían. “Durante muchos años estuvimos llevando absolutamente todo con nosotros a los teatros. No había nada, ni siquiera focos. Tú llegabas al teatro, alguien te abría la puerta y todo lo demás era responsabilidad tuya”, recuerda sonriendo. Eran años en los que “la gente que llegaba a Corsario, se quedaba en la compañía”, algo que ha hecho que por sus filas hayan pasado más de sesenta profesionales y se haya convertido en una auténtica cantera de actores y actrices.
Sobre los sueños por cumplir que puedan tener por delante, Peña señala que nunca se plantearon cosas así, si bien en un momento dado sí se les presentó la posibilidad de que Teatro Corsario se convirtiera en “una especie de centro dramático”. “Entonces Urdiales no llegó a un acuerdo, no vio que aquello fuera viable. Supongo que también por una cuestión de independencia, de decir: ‘Si queremos seguir siendo nosotros no nos vamos a meter en ese tinglado’”. “Nuestro sueño era simplemente seguir actuando constantemente, salir de un sitio e ir a otro, y entre medias, ensayar. Eso es lo que tendría que ser y prácticamente lo conseguimos durante un tiempo. Hace ya unos años llegamos a representar en un mes siete obras distintas por toda España; eso es una barbaridad inigualable, que hace recordar lo que podrían ser antaño los cómicos de la legua que iban con su repertorio recorriendo los pueblos”.
Cuestionado por los instantes más duros del recorrido ya caminado, y dejando al margen la profunda tristeza de las despedidas de compañeros como el propio Fernando Urdiales, el actor Paco González, el iluminador Jesús Lázaro o el tramoya Manuel Alonso, entre otros, Peña se refiere a “los momentos en los que las sucesivas crisis nos han hecho pensar que la compañía se iba”. “Eso ha pasado. Hay que tener muy en cuenta que los costes de nuestras producciones casi siempre son muy superiores a los posibles los beneficios. Existen proyectos, compañías, que consiguen una diferencia enorme entre lo que invierten y lo que sacan. En nuestro caso tenemos que mover mucha gente, con unas escenografías que ya nadie hace; los costes son gigantescos y nunca hemos ganado dinero, y como no hemos ganado, más de una vez nos hemos encontrado ante la tesitura de decir: ‘Pero si nos pueden las deudas’”, explica.
“Es importante señalar estas cosas, porque hay quien pueda pensar: ‘Esta gente no para, se mueve por todo el mundo, cómo les pone la crítica… ¡Qué bien les va!’. Pues no. Siempre estamos ahí, en la cuerda floja. Ahora mismo estamos completamente en la cuerda floja. Es imposible saber si la compañía puede continuar con normalidad. Pero como cumplimos cuarenta años puede parecer que es una especie de logro o una prueba del éxito, pero no lo es del éxito económico sino simplemente de la constancia y de decir: ‘Vamos a sobrevivir contra viento y marea’”, concluye Peña, antes de adelantar que tras el estreno el pasado año de ‘Celestina infernal’, ya están pensando en dar forma a un nuevo clásico, que aunque está por definir bien podría ser ‘El alcalde de Zalamea’.