Mucho se ha escuchado hablar en los últimos meses de Miguel Ángel Donaire Arcas-Sariot, el joven español admitido en la Universidad de Oxford con tan solo 15 años. Su nombre se suma a una larga lista de niños y adolescentes considerados como menores con altas capacidades. Es el caso también, por ejemplo, del palentino David Montes que, con tan solo 16 años, ya ha dirigido un cortometraje sobre inteligencia artificial y ha diseñado cuatro videojuegos. El último, llamado 'Majoneko', es apto para móviles y ordenadores.
Su camino hasta llegar aquí no ha sido nada fácil y lo peor que recuerda es el trato que recibía por parte de sus compañeros de colegio. “En su día, cuando era pequeño, se metían mucho conmigo”, lamentó. Sin embargo, eso nunca le hizo perder las ganas y la ilusión por seguir luchando en pro de aquello que le apasiona. “Estoy todo el tiempo creando y siempre tengo que tener proyectos en mente porque de lo contrario, me vengo abajo”, reconoció, en una entrevista con Ical, con una sonrisa.
Él sabe bien las dificultades a las que se debe enfrentar una persona con altas capacidades a lo largo de su vida. Un día a día que, lejos de su posible idealización, no tiene nada de sencillo. “En contra de lo que pueda parecer, esta aptitud no siempre facilita la trayectoria escolar de los alumnos que tienen que enfrentarse a la incomprensión de sus compañeros y de un sistema educativo muy limitado”, explicó Cristina Junquera, doctora en Psicología y especialista en Trastornos del Desarrollo.
Lo cierto es que cada vez se habla más de las altas capacidades como una posibilidad de aprendizaje muy superior. Un concepto que ha evolucionado, y mucho, desde los primeros estudios que lo asociaban a un alto rendimiento académico y, más tarde, a un elevado cociente intelectual. Ahora mismo, se define como un potencial a desarrollar y los expertos hablan de una forma de aprender radicalmente distinta que los diferencia del resto de niños de su edad.
Es una condición de la persona. Con eso se nace. La dotación genética juega un papel fundamental pero hay que estimularlo. Su cerebro funciona diferente y eso se nota en la forma de aprender, de sentir o de relacionarse. Interpretan el mundo de forma distinta. Son como un árbol con muchas ramificaciones. Procesan la información de una manera muy rápida y la interconectan. “Ves que tu hijo se comporta de manera distinta o te hace preguntas poco propias de su edad. A veces, aprenden a resolver un problema matemático antes incluso de aprender a escribir”, detalló Samuel Villarrubia como padre y miembro de la Asociación Palentina de Apoyo a las Altas Capacidades.
Sin embargo, no siempre son casos fáciles de identificar y existe el mito de que son personas inteligentes pero se confunde con el alto rendimiento. Por eso, lamentan que el sistema educativo sea “tan cerrado e inflexible”. Eso provoca que muchas veces se queden fuera y que incluso lleguen a suspender o abandonar sus estudios sin que ni siquiera sus propios padres sepan exactamente cómo actuar para ayudarles. Motivos por los que, para ellos, el inminente inicio del curso escolar se presenta como un auténtico reto.
En ese sentido, y conscientes de que una detección precoz puede cambiar el rumbo del alumno, los docentes se convierten en una pieza fundamental a la hora de componer el puzzle. Los tests y las pruebas de cribado en las aulas permiten detectarlo antes de que sea demasiado tarde. Identificarlo puede suponer un antes y un después y arrojar cierta luz a las familias. “Nosotros nos dimos cuenta de que el niño llegaba triste del colegio. Cuando se convierte en algo habitual es porque algo está pasando y lo peor siempre es no saber qué es”, reconoció Villarrubia.
Una vez detectado, se activa un protocolo especial que varía en función de las necesidades del niño y que puede pasar por un enriquecimiento del temario o una agrupación de los contenidos hasta alcanzar cursos superiores. “Lo ideal es combinarlos pero sin perder de vista el aspecto social, afectivo y relacional del menor. De nada sirve atender solo al plano académico si se olvidan las posibles consecuencias psicológicas”, insistió José Manuel Turredo, inspector de Educación. “Cada alumno tiene unos ritmos. La motivación regula la atención y ésta, a su vez, regula el aprendizaje. Si esa cadena no se trabaja desde el primer eslabón, se acaba rompiendo”.
Lo saben bien en el colegio CEIP Padre Claret de Palencia capital donde hace cinco años se implantó un programa de mejora competencial en el que han llegado a estar matriculados 16 estudiantes. “Se trabaja con ellos a través de módulos. Nos centramos, o bien en una competencia concreta, o se abordan de manera simultánea. Se imparten temáticas como la programación, la expresión oral o el trabajo en equipo”, detalló la profesora del centro palentino, Andrea Vaca. Todo con el objetivo de seguir dando pasos hacia un sistema educativo moderno, versátil y preparado para no dejar a nadie por el camino.