Hay victorias que a la larga son derrotas. Y el Real Valladolid sabe de lo que habla. Entrenadores en la cuerda floja que logran un triunfo que les vale para mantenerse más jornadas en el puesto. Juan Ignacio Martínez (JIM) o Sergio González fueron ejemplo de ellos. El Pucela sumó ayer un nuevo triunfo contra la SD Eibar, que jugó 80 minutos con 10 jugadores, por 3-1 que le sirve para dar oxígeno a Paulo Pezzolano, que tras el ultimátum de esta semana, sigue en pie. Solo el tiempo dirá si estos tres puntos fueron una bocanada de oxígeno o un dulce envenenado para mantener en el banquillo a un técnico que ha demostrado no estar capacitado para lograr el objetivo.

La grada no cree en él y sigue pensando que el proyecto del uruguayo no tiene cabida y, pese a la victoria, volvió a sonar durante cada gol el “Pezzolano dimisión”. El Pucela se queda quinto en una buena jornada para asentarse en el play off.

El partido arrancó con el peor guion posible. Con una alineación que era toda una provocación de Pezzolano sobre los aficionados con jugadores pocos habituales y un sistema extraño. Y el run run del 11 se quedó en nada con lo que venía. Solo duró tres minutos. Los que tardó la SD Éibar en marcar el primero. Bautista se coló entre unos blandos centrales, controló y definió a la perfección sobre Masip. Ahí llegó el cántico de moda “Pezzolano vete ya” o “Pezzolano dimisión”.

Por suerte, el Pucela recibió el mensaje de la grada y sacó un poco de orgullo de un cuerpo que está sin alma. Primero la tuvo Negredo en un córner y luego Sylla marcó en un segundo saque de esquina. Pero el colegiado señaló falta previa.

La locura no tenía fin. Y a los diez minutos, Berrocal se zampó un balón que Sylla ya se iba directo a la portería. Último defensor, control de balón del delantero local…estaba claro. Expulsión. Pezzolano debía demostrar que es un entrenador y cambiar las fichas para superar un 0-1 contra 10. La grada del Fondo Norte aprovechó para sacar una pancarta: “Directiva sin rumbo, equipo a la deriva”. Nunca se dijo tanto en siete palabras.

Mientras Joseba Etxeberria, entrenador del Éibar, cambió el sistema dando un paso atrás, quitando un extremo (Aketxe) y metiendo un central (Venancio). El equipo vasco se encontraba cómodo ante un rival poco profundo, con un jugo horizontal que apenas buscaba huecos ni rompía líneas. Es decir, lo de siempre. Solo Isra Salazar, el canterano intentaba algo diferente, ante la desidia de sus compañeros. La clave del partido estaba en los extremos, precisamente donde no estaba Amath, lesionado.

45 minutos desaprovechados, aunque es cierto que el Pucela mereció algo más por número de ‘uys’ en la grada. Era el momento de ser entrenador y diseñar algo en el vestuario para romper a un equipo con 10 desde el minuto 10.

Sin cambios

No lo vio ver mal el técnico uruguayo que no tocó ni una sola pieza tras el tiempo de descanso. Si algo ha demostrado en su estancia en Valladolid es que es un entrenador de los que espera que el tiempo o las circunstancias hagan el trabajo que él no hace. Falta de lectura e incapacidad para leer los partidos. Nada nuevo.

Pero el fútbol tiene estas cosas. Y cuando el equipo estaba más muerto que nunca. Un mal córner, uno más, fue tocado de tacón por Víctor Meseguer en el primer palo. Minuto 57 y estaba claro que el gol solo podía llegar a balón parado, porque en juego era imposible.  Y en estas estábamos cuando emergió Sylla. Un golazo al estilo del presidente Ronaldo, que en el campo lo hacía mucho mejor que en los despachos. El senegalés se fue del último defensor, regateó al guardameta y embocó a gol. El milagro contra 10 había llegado en tres minutos.

El Eibar pagó caro el meterse tan atrás e Isra Salazar aprovechó el estado de ánimo y la inercia para poner la sentencia cuando menos se lo esperaba la gente. Un 3-1 que dejaba claras las cosas. Se lo había merecido. Y la grada más.

 

 

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