De unos y de otros, de todos
Un ser menudo, con un pequeño bigote, una mirada profunda e infinita; los ojos claros, como su fondo limpio; una persona tranquila que con su conversación trasmite, con mucha paz, una fuerza inmensa, y una tensión, ya superada, de difícil comprensión por el resto de mortales, alguien que ha vivido los extremos de la barbarie del animal que acoge el ser humano y el amor de quien se sabe trascendente y ha mirado cara a cara a la muerte. Su nombre, José Antonio.
Una persona muy tranquila, con unos ojos profundos que te miran a la cara y te escudriñan, sin pedirte permiso, pero que le concedes con una paz inmensa; un hombre con poco pelo, barba canosa y cuidada, voz profunda pero sosegada, cálida y meditada en su expresión, con la tensión, ya superada, de difícil comprensión por quienes no hemos vivido tan cerca de la muerte, no hemos vivido la presión del odio hecho bala y la ideología hecha arma. Su nombre, Alejandro.
Uno y otro, son personas con un corazón profundo, que han sido y son referentes históricos de una España grande, fuerte y con valores, de uno u otro lado, pero de gentes que viven con pasión la vida común, la política, la sociedad que les rodea y para la que buscan lo mejor, aun perdiendo la vida. Gentes que anteponen su tranquilidad, su paz personal, su vida, por intentar alcanzar lo mejor para sus hijos, sus vecinos, sus gentes, su nación, desde la honradez personal, la solvencia y solidez moral, con visiones diferentes, planteamientos distintos, soluciones contradictorias e ideologías dispares, pero con un mínimo común denominador que es el bien de los que les rodean, la voluntad de cambiar las cosas, en la esperanza de demostrar que se pueden alcanzar beneficios no pensados.
Ambos, son seres vivos de una historia reciente que muchos quieren cambiar, desean desmontar, pretenden ocultar y emponzoñan sin sentido, ni razón, en pos de una radicalización absurda que nos devuelve a siglos pasados, a momentos superados, a situaciones que hicieron de nuestros protagonistas hitos históricos que no debemos de repetir. España fue capaz de aunar la grandeza de miras, el corazón potente.
Es importante que los referentes vivos de una historia triste, en lugar de ocultarse, de taparse, de moverse entre los propios, en ser perseguidos aún por los adversos, sean faros a los que seguir en una etapa social y política de personajes inconsistentes, de incompetencias insoportables, de amoralidad absoluta y en la que, como en la sociedad, la política es “coge la pasta y corre” y si no la coges hoy, chilla, para, cuando llegas y te posicionas, hacerlo más y mejor. Vivimos una sociedad ponzoñosa que vive en la ponzoña y que se desarrolla en la misma, ocultando los valores de la honradez, el trabajo, el esfuerzo y la dignidad de las personas.
Del mismo modo que exijo respeto, dignidad y justicia para con las víctimas de ETA, para los que sufrieron en sus carnes el 11-M, la reclamo, con igual fuerza, para los sobrevivientes del atentado del Despacho de Atocha y de igual modo que se debe perseguir a los autores, conocidos o desconocidos de Atocha, debemos hacer lo propio con los terroristas de ETA, del 11-M, etc., y que aquellos que, de uno u otro lado, muestren su comprensión con el asesino sean juzgados por apoyo al terrorismo, por colaboración con banda armada, por delitos contra la humanidad, y no se les deje verter su ponzoña.
Con sangre, sacrificios, luchas y mucha superación de las vísceras que te pedían revancha, laminación del adverso, etc. y con dolor, fuimos capaces de perdonar, de uno y otro lado, y organizar un sistema democrático, con defectos a mejorar, pero que no podemos desmontar, poner en cuestión o perjudicar, no podemos permitir que unas leyes, unos zurriburris de tres al cuartillo, vengan a emponzoñar el pasado, a tergiversar lo sucedido, a lavar la cara de unos u otros, para con ello obtener el dorado, que es lo único que buscan.