Opinión

La percepción del tiempo

25 abril, 2017 23:27

Cada sociedad y persona entiende lo que quiere entender. Vivimos un presente difícil de interpretar, nos ha tocado vivir un momento extraño e injusto para la mayor parte de los seres humanos. El mundo es tan incierto como el futuro. Hoy es más que nunca necesario concentrarse en el trabajo, para buscar más que nunca la belleza y la bondad. Los hechos en cualquier parte del mundo, en el día a día, acompañan poco.

Hace ya años que leí por primera vez a Schopenhauer, costo leer todas sus obras porque la mayoría no se editaban en nuestro país, y se encontraban al alcance de pocos en bibliotecas universitarias. Con seguridad ha sido más lectura de escritores e historiadores que de filósofos, al menos durante el siglo XX; aunque hoy en día con el devenir de los acontecimientos, y el nivel de la cultura que nos rodea lo desconozco. Que haya sido bien o mal leído es secundario, como también que lo leído fuera el texto o su leyenda. Aun hoy el nombre de Schopenhauer es más el de un conglomerado de anécdotas que el mastodonte erudito y excesivo que late desde "Sobre la cuádruple raíz del príncipio de la razón suficiente" a "El mundo como voluntad y representación". De Arthur Schopenhauer todo el mundo ha leído párrafos sueltos e ingeniosos tomados, sobre todo de "Parerga und Paralipomena". Y, bajo, esa extraña popularidad, sigue latiendo como un pensador hosco, difícil y, en lo más hondo ignorado. Puede que esa fascinación de los literatos por Schopenhauer esté ligada al fino olfato del misántropo alemán sobre la oscura percepción del tiempo, porque de esa efímera textura está hecha la escritura misma. El espejo de lo efímero que trata de dibujar sólo líneas sobre arenas movedizas.

El tiempo es la transitoriedad de todas las cosas y en él y por medio de él, se da simplemente la forma en la cual la nulidad de su aspiración se le revela a la voluntad de vivir, que es, en cuanto cosa en sí, imperecedera... El tiempo es aquello en función de lo cual cada cosa, en cada momento, se trueca en nada en nuestras manos; aquello en función de lo cual pierde cualquier verdadero valor. Lo efímero del tiempo, la nihilidad primigenía que hace que sólo el "fue" - que no es - perservere, pone a los humanos eternamente al borde del abismo. Porque "nuestra existencia no tiene base alguna ni fundamento sobre los cuales reposar que no sea el fugaz presente". ¿Cómo confrontar esa nadería que la muerte pone en nuestras conciencias? "Ningún individuo está capacitado para continuar eternamente con su existencia: con la muerte desaparece. Más con ella no perdemos nada. De hecho la existencia individual tiene en su base algo totalmente distinto, de lo cual es expresión. Y este algo no conoce el tiempo, y aun menos pues, supervivencia, ni fines".

No es fácil tener una visión objetiva del pasado, porque lo realmente ocurrido en el presente tiñe el recuerdo del pasado, incrementando el error del recuerdo, reinterpretando a la luz del presente. Vivimos un presente que nos hace proclives al olvido por la abundancia que recibimos de información en la palma de la mano, a través de los móviles. Y una de las cosas que más inciden en el olvido es la multitarea. No estamos diseñados para hacer varias cosas a la vez, y esto nos hace proclives al olvido, y facilita una falta de atención que nos puede llevar a despistes serios con sus consecuencias, a olvidarnos del contexto de la realidad que nos rodea en un plano superior. Cuando contextualizamos o enfocamos las cosas de forma errónea, es fácil que tomemos decisiones equivocadas. En general, el contexto nos influye más de lo que creemos. En las decisiones equivocadas también nos influye el exceso de confianza en nosotros mismos, o la falta de reconocimiento de nuestros propios límites. A menudo tratamos de salvar la existencia con una sobrecarga de información que alimenta la ilusión de que tenemos el control.

Y cuando reflexionamos un poco parece que siempre caemos en un magistral ensayo sociológico propio sobre la deriva de la sociedad actual. Parece que tenemos en una visión anticipada de lo inminente, aunque no nos mostramos más que un mundo en acelerado y desorientado proceso de transformación. En realidad no somos conscientes de que  el mundo se construye y es transformado por seres humanos no por héroes, o por personas que ignoran que pueden ser héroes, no por las personas que los alinean y dirigen. Seres humanos solitarios, maduros, sosegados, pacientes, sumidos en la rutina, medio ascetas, medio vulgares, con el talento escondido, y el complejo a flor de sus silencios. Personas de vidas monótonas, desprovistos de carisma y pasados de moda, obstinados, meticulosos y grises. Ni siquiera es preciso conocer sus nombres. Pero casi todos provistos de un poder desconocido, casi traumatúrgico, para transformar la realidad. Seres humanos capaces de amar y dormir para que al día siguiente no muera nadie, que desconocen su verdadero poder...