Enrique Arias Vega

Enrique Arias Vega

Opinión

Golpe de Estado en Cataluña

7 septiembre, 2017 13:36

Una simple mayoría parlamentaria (que no social) aprobó ayer la Ley del Referéndum, con la que pretende la ruptura de España en poco más de tres semanas. Tan segura está de su éxito, que otra Ley, la de Transitoriedad Jurídica, regula cómo será esa Cataluña independiente e idílica el día después.

Salvando el tiempo, la geografía y la convulsión de la época, lo de ayer me recuerda, qué quieren que les diga, a la Alemania de 1933, un país culto y refinado que cayó en manos de Adolf Hitler, seguramente porque el presidente Von Hindenburg, que lo despreciaba, creyó como gran parte de sus paisanos, que él les traería prosperidad, paz y justicia. Lo primero que hizo el nuevo canciller es declarar a la bandera de su partido representativa del conjunto de Alemania, como sería hoy si la estelada llegase a representar a todos los catalanes.

La bandera de la estrella acuartelada, por cierto, es un invento tan reciente como de 1908 por el autor de la revista La Tralla, Vicenç Albert i Bellester, con plaza dedicada en Barcelona y que solía firmar con el acrónimo Vicime (Visca la Independència de Catalunya i Mori Espanya). Consiste, ya lo saben, en añadir una cruz azul, según su versión, a la senyera cuatribarrada del antiguo Reino de Aragón, bandera oficial de la autonomía de Cataluña desde la primera Generalitat, en 1932.

Pero todo eso es historia, lo mismo que el que la mayoría de alemanes llegasen a apoyar entusiásticamente a un nazismo que al principio les trajo bienestar a costa de judíos, oponentes políticos y otros grupos sociales hasta que acabó con el país y dejó un saldo de 60 millones de muertos en todo el mundo.

El problema hoy todavía no es ése; la cuestión, simplemente, es que se veía venir al menos desde hace una decena de años. Servidor ya publicó un libro recopilatorio de artículos en 2009, que mereció la critica de bastantes y que llevaba el enfático y paradójico título de España y otras impertinencias, y cuyas tesis siguieron luego en un texto de 2014 (Cataluña o la hora de Europa), en el que se leía “Hace 35 años, apenas si había un dos por ciento de separatistas en Cataluña; hoy rondan el 60%. ¿Qué ha pasado?: que se les ha dado barra libre para monopolizar la escuela, los medios de comunicación, el mundo editorial… y recrear así un pasado mítico independentista y la promesa de una Arcadia feliz, libre de la opresión española. ¿A quién no le agrada tan bucólico panorama? Era en aquel tiempo pasado cuando podía haberse puesto coto fácilmente a tanta falsedad y a tanto engaño”.

El otro artículo de 2013 (La balcanización de España), ya se había dicho que “uno da por descontada la inevitable e irreversible —también indeseable— secesión de Cataluña del resto de España. Dicho suceso, por supuesto, inicialmente será perjudicial para todos sus protagonistas, para unos más que para otros, y llevará a una probable disgregación del conjunto del país, al modo de la Rusia post-soviética, al haber perdido el eje vertebrador que supone hoy día Cataluña. Si esta hipótesis llega a suceder, el no haberla previsto antes, el haberla alentado incluso por ignorancia, incompetencia o cobardía, quedará para siempre como estigma de la clase política actual, una de las más egoístas, torpes y banales de la reciente —y a veces atormentada— historia de España”.

Ya ven si el asunto era previsible. Ahora, me temo, ya es demasiado tarde como para evitar una indeseable confrontación y el estallido de una violencia larvada pero evidente.