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Opinión

El algodón no engaña, Dolores

30 septiembre, 2018 14:42

Una democracia sana precisa unas reglas de juego claras y de riguroso cumplimiento, y una Justicia independiente, sólida, preparada y que imponga el respeto normativo sin tener en cuenta al sujeto pasivo de su actuación.

Que existió, existe y existirá la corrupción y la pobreza son máximas absolutamente indestructibles. A la primera, se la persigue con controles políticos –cada vez se eliminan más, ya hasta se quiere eliminar la segunda lectura constitucional del senado, no para reformarlo, sino para acomodarlo a la acción del gobierno- y con el código penal, que obliga a los partidos, como a las empresas, la implantación de modelos de prevención de delitos –ni uno sólo ha llevado a cabo su compliance- y con la gestión policial, que ha padecido, nada más sentarse el sr. Marlasca, la eliminación del coronel de la Guardia Civil que ha liderado las más importantes actuaciones contra la delincuencia.

La pobreza se está utilizando de forma instrumental utilizando a los voluntarios, sujetos que sosiegan su ansia de caridad con unas horitas entre ellos, para volver luego a su opulenta vida, con asociaciones y fundaciones que se nutren de fondos públicos para hacer su gestión y tener importantes bienes. Han venido a sustituir al cura, al misionero, que daban la vida entre los pobres, entre los necesitados y ahora sienten la mofa, cuando no la persecución, de los políticos de una izquierda mono neuronal que prefiere la trata de personas que les sirvan para aparentar solidaridad, en lugar de apoyar a los que buscan enseñar a tener pan, en lugar de dárselo a los que lo precisan.

La Justicia está compuesta, fundamentalmente, por jueces, fiscales y abogados honrados, trabajadores, humildes, pero sólidos, que realizan su trabajo sin admitir la presión o la manipulación, venga de donde venga, pues en todos los sitios conocemos abogados que utilizan el teléfono para presionar a jueces, a jueces que aceptan relaciones con personas poco recomendables o que hacen uso de la prostitución –masculina o femenina- con la participación de políticos y/o policías, aunque conocer no es tener pruebas, pues, si las tienes y no haces nada, formas parte de la ponzoña.

Tenemos Sentencias, formas de hacer, sensaciones inadecuadas, como observamos connivencias que no parecen aceptables; pero, en ningún caso tenemos pruebas fehacientes, como tuvo nuestra Ministra de Justicia, a la que se le reconoce el delito, se le explica el modo de operar y el uso del mismo, sin que ella no sólo no hiciese nada, sino que se mofó de las víctimas y aplaudió al delincuente.                 Señora Ministra, cuando saltó de fiscal a político, perdió la coraza profesional y se puso en el escrutar del vulgo al que no está acostumbrada, pero es que siendo usted parte del Ministerio Público, se relacionaba con un Juez corrupto y condenado y con policías corruptos; usted pasó de fiscal a delincuente,  pues el juez delincuente y el policía delincuente reconocieron su modo de operar, de inducir al delito, de participar en el delito y de constituir sociedades delictivas y, usted, no actuó, no ejerció de fiscal y, siendo conocedor del delito, no cumplió la obligación de ciudadano de poner los hechos ante el juez y, por tanto, manchó su profesión, por su forma de actuar y mancilló su profesionalidad por su no actuar, resultando que, ahora, deberá de ser objeto de investigación por fiscales y jueces independientes y que no deberán de tener en cuenta que la conocen, ni para bien ni para mal, y juzgarla, para lo que deberá de abandonar la política.

Su amigo Baltasar está condenado y, por tanto, es un delincuente que no alcanzo a comprender cuál es la treta legal que ha utilizado para ser abogado, profesión en la que se exige la inexistencia de antecedentes penales y, si él fuese amigo suyo, la respetaría y procuraría no llevarla a comedores repletos de miembros del hampa.

Que los políticos estén manchados, es algo que hay que combatir; pero, si la mácula es en los profesionales de la Justicia, la persecución debería ser de máxima prioridad y sorprende que no existan jueces y fiscales condenados por corrupción o delito, siendo la única profesión libre de ese estigma. Prefiero alegrarme de ese impoluto actuar que ponerlo en cuestión por la existencia de alguna que otra Dolores.