Pablo Iglesias ha venido a decir, en el equivalente del lenguaje popular, que Amancio Ortega se meta su dinero por el culo. Su expresión ha sido más fina, que conste. “Una democracia digna no acepta limosnas de millonarios”.
Ya me dirán. El gran pecado del creador de Zara ha sido que, después de cumplir sus obligaciones con su familia y pagar impuestos —un montón, dicho sea de paso— ha destinado 310 millones de euros en regalar aparatos a la sanidad pública en su lucha contra el cáncer.
En vez de eso, podía haber realizado fastuosas orgías de alcohol y sexo, como el vástago del dictador de Guinea Ecuatorial, Theodoro Nguema, y otros hijos de papá, o comprarse coches de oro macizo como la nueva nomenklatura china, o montado carísimas fiestas de cumpleaños, con las Kardhasian y todo.
De haberlo hecho, Unidas Podemos no le habría criticado, como tampoco lo hizo en los anteriores casos. Pero basta que la suya haya sido una actitud social, en favor de otros y no de uno mismo, para que le hayan puesto como chupa de dómine.
Nuestra extrema izquierda autóctona tiene de siempre una inquina a los ricos que practican actividades legales y pagan impuestos que no la manifiestan con igual rotundidez contra narcos exhibicionistas forrados en drogas, que practican el ajuste de cuentas mientras evaden impuestos. Lo suyo viene a ser aquel viejo eslogan de “¡exterminemos a los ricos!”, en vez de acabar con los pobres y extender así y generalizar la riqueza para todos.
En la vecina Portugal, en cambio, gobernada por una coalición de izquierdas equivalente a la nuestra, los ricos son bienvenidos, los impuestos se bajan y se intenta atraer inversiones que crean puestos de trabajo y aumenten el PIB nacional. La multinacional Google, por ejemplo, ha pasado de España para crear en Portugal un centro logístico con 1.300 empleos. Las mayores facilidades fiscales, tanto para las empresas como para los trabajadores no residentes, habrían resultado determinantes para esa decisión.
Si la propuesta de Unidas Podemos llegase a calar en nuestro país, los miles de millones donaciones privadas pueden marcharse a otro sitio o, lo que es peor, gastarse en saraos en vez de ayudar al prójimo, porque parece que entre nosotros el egoísmo causa menos problemas que la generaosidad.