Se ha puesto de moda aplaudir los féretros de quienes han muerto violentamente. No me parece ni bien ni mal; simplemente me pregunto ¿por qué se hace?
Supongo, obviamente, que no se trata de un homenaje al autor de la fechoría, sino de un tributo respetuoso a las víctimas, lo hayan sido por violencia de género o por accidente de circulación, pongo por caso. Pero esa llamativa deferencia y ese ensalzamiento masivo y vibrante, ¿no supone una manera de singularizar al autor de la perversa salvajada, de decirle que lo que ha hecho es particularmente importante, que su horrendo crimen merece los honores de la exposición pública?
Por lo dicho hasta aquí, no soy dado a hacer exhibicionismo de las tragedias humanas, menos aún de las de origen criminal, y muchísimo menos si, como nos demuestran las estadísticas, no sirven para reducirlas y sí para pregonarlas con un indeseable y posible efecto-imitación.
Lo expuesto vale para cualquier suceso, pero más todavía para desdichas como la sufrida por seis jóvenes de Alba de Tormes, al accidentarse muy de madrugada el coche en que viajaban. A parte del dolor de familiares, vecinos y población en general, ¿por qué ese aplauso? No cabe que haya sido contra los autores de la tragedia, como en otros casos, dado que lo fueron las propias víctimas, por exceso de ocupantes en el vehículo, velocidad indebida, falta de sujeción de alguno de ellos, consumo de alcohol y drogas, noche en vela…
Como no ha lugar a homenajearles por nada de ello, de ahí la contradicción de los aplausos frente a una inhumación discreta, dolorosa y triste, que quizás hubiese sido lo propio.
Dejo el debate abierto, porque todos los días nos quejamos de accidentes de tráfico y de sus autores, de gente que padece imprudencias propias o ajenas, de personas que conducen sin tener la preparación ni las condiciones para ello… y luego no obramos en consecuencia. Que Dios nos perdone, por consiguiente, ante nuestra tremenda contradicción.