Vivimos en una sociedad en que la felicidad se premia y donde todo está enfocado a las emociones positivas. Reconocer lo contrario estar triste, enfadado o inseguro está penalizado. La dictadura pseudoprogresista y laicista ahora nos exige ser felices después de habernos vaciado de nuestras creencias religiosas, de habernos convencido de la impostura de su bien y del mal, de convertirnos en veganos, de ser culpables del cambio climático, de que nos invadan los saharianos y subsaharianos, moros y negros, delincuentes o no da igual, nos han convencido de una ideología que género frente a una de sexo y capacidades reales que pone a cada cual en su sitio, nos han deconstruido nuestra historia la más rica y ejemplar de la humanidad, etc. Conseguido esto y más para los superhappy España ya no es ni una ni ninguna, no existe. Incluso algunos se atreven a puntualizarnos que no sabemos votar y que la democracia no existe.
A pesar de todo estamos obligados a ser felices de forma imperativa y paradójica. Es la nueva religión. Tan vacua que no dejan de seducirnos con falsas promesas, con recetas simplonas para resolver problemas complejos como la receta de si quieres puedes que sólo sirve para que algunos duerman tranquilos. Detrás del discurso de la felicidad hay más ideología laica, neocomunista, neoliberal e individualista que nunca. Tanto unos como otros muerden a los individuos como perro al tobillo para llevarse la tajada.
Han conseguido que la sociedad demande una pseudofelicidad inventada por ellos. Una elección como otros que eligen estar tristes siempre con las alforjas vacías. Se nos lanza el mensaje que el que sufre es porque quiere, porque no pone ganas en ser más feliz. Pero de qué queremos llenar las alforjas ante esa pregunta no hay respuesta. Al creernos responsables de nuestra felicidad lo que se consigue es que cada día más existan más fracasados conscientes aunque engañados. Es irreal pretender vivir en un estado de continuo optimismo y alegría aparente que nos aleja de la vida real. De nuestra propia vida llena de contenido y de metas con adversidades que nos ayuden a madurar.
La vida sencilla, la propia, con nuestras aspiraciones, construida por nosotros mismos sin ánimo de perfección o trascendencia es realmente la felicidad. Construirnos a nosotros mismos sin compararnos con mensajes que nos vienen impuestos es importante. Ser conscientes de los ejemplos reales de vida que nos rodean es importante. Mientras trabajamos para nosotros para ser feliz no habrá que esforzarse demasiado. Cualquier éxito propio implementará nuestra autoestima y por ende nuestra felicidad. Si no eres muy feliz tampoco estarás muy triste y nos sobrará tiempo para ayudar y compartir con los demás que es donde está el trasvase verdadero de la felicidad.