Curiosa y paradójicamente, en una civilización ruidosa y altisonante, donde la industria, el tráfico, lugares de esparcimiento y hasta los hogares son invadidos por máquinas más o menos estridentes, una sociedad donde los ruidos funcionan a distintos niveles, ritmos y velocidades, pero siempre con resonancia; donde todos hablan y pocos escuchan, se producen también los grandes silencios amparados en el lenguaje mudo de los sentimientos.
A menudo son los sentires maltrechos que llenan los espíritus; el miedo a un porvenir desdichado en una sociedad sin asidero. El hijo que por “vivir su vida” rompe el silencio sobrecogido de los padres con un portazo a su espalda .Noches que se descuelgan del alero de los astros, entre el trasiego cobarde de jeringuillas, prendidas también en los brazos jóvenes en una silenciosa y nauseabunda compra venta de la vida y de la carne, siempre en voz baja, a hurtadillas y entre el extraño silencio de la cobardía al acecho en la penumbra de los quicios, las calles, discotecas y locales donde se asienta la torpeza de los malvados.
¡Qué silencio, donde la soledad amarga de los ancianos alejados de una caricia que no suene a caridad!
Son, sin embargo, cada vez menores y más escasos, aquellos silencios místicos de claustros y comunidades, donde hasta la oración se musitaba para no romper el silencio espiritual que hacía posible la comunicación con lo alto.
Es como si en el gran concierto del mundo algo cambiara sobre el pentagrama: aires, movimientos y compases, e hicieran danzar a la humanidad a ritmos premeditadamente funambulescos, intercalando entre fusas y semicorcheas calderones arbitrarios de un compás entero, sin justificación ni medida, haciendo que el concierto que pudo ser hermoso, se convierta por el mal hacer de los hombres, en una barahúnda de estruendos salpicada por esos grandes silencios tantas veces ignorados.
Hoy asistimos al gran silencio ofuscado en los ojos nuevos de los niños torturados, menospreciados, asesinados, violados o, como en esta ocasión, testigos del asesinato de la madre, la abuela y la tía... ¿Por el que fue su padre?
¿Qué razón, ley o justicia puede adentrar en tan atroz silencio para redimirlo? ¿Qué absurda ley es esa que maneja al feminsimo, que en tantos años no es capaz de evitar ni una muerte...? ¡Cuánto silencio mal entendido! Cuántos males son aprovechados por la avaricia disfrazada de ayuda... Cuanto desamor suplantado por el desprecio empapado de silencio que nadie aplaca... Una mujer tortura y mata al pequeño Gabriel, y ni mil años de cárcel a la asesina le devolverán la vida.
Pero aún hemos de asistir a los otros silencios malditos que llenan ya una lista recientemente aumentada por una deportista de élite ganadora para España de medallas y trofeos desde un apellido famoso ”Fernández Ochoa”, que como tantos otros que dedicaron juventud y preparación en el deporte cosechando triunfos y fervores, que no pudieron por ello prevenir su retirada con años aún jóvenes, pero que les apartó de su carrera de éxitos, a la que poco apoco fue relegando el recuerdo, la indiferencia y el olvido hasta aplastarlos contra el suelo tras bajar de las estrellas.
El eco de los aplausos se extinguió; la aureola de la fama bien ganada no valió para darles cobertura económica tras sus días de gloria, y el silencio se agarró al alma sin paliativos, sin recursos, sin futuro estimable para sus hijos y sus recuerdos. Urtain, el primero de la lista que se recuerde, no pudo morir en el ring con dignidad; el hombretón ganador de tantas batallas sobre la lona no pudo soportar el silencio y dio un salto al vacío desde lo mas alto de su casa para quedar sobre la lona de la vida desmadejado. Unos titulares pusieron la lápida sobre sus éxitos.
Una mujer digna de honores y recuerdo no soportó el silencio brutal de la nostalgia y buscó el sosiego sin final de la montaña y allá, después de otros muchos que ya pueblan las estrellas donde residen iluminando al mundo que sigue girando sordo y mudo. Descansen en paz.
¿Por qué no pedir una ley que otorgue bienestar a los que dieron gloria a España y quitar los sueldos y prebendas vitalicias sin mérito político alguno? Si se acaban los aplausos ya se acaba la ganancia, ¿por qué si se acaba el cargo no se acaba el sueldo? ¿No es una ignominia?