Pensamiento único y censura
Una ola de corrección política invade el mundo y ha anidado especialmente en España.
Ya no hay pues libertad de pensamiento y, por consiguiente, de expresión: la esencia de las mismas es que cualquiera puede decir lo que le venga en gana, aunque sea una tontería, una insensatez o un particular punto de vista, sin que ello le comporte consecuencias negativas. Y eso ya no es así.
Para valorar a alguien hoy día no se hace cuestión de su competencia personal, de sus conocimientos o de su currículum, sino de que sea políticamente correcto, ya se trate de temas de sexualidad, sanidad, climatología, migraciones, religión, historia,… De lo que fuere. De no serlo, puedes perder tu puesto docente, no estrenar o publicar tu obra artística y hasta conseguir un veto para ser Comisario de la UE, como le sucedió en su día a Roco Buttiglione y luego a varios políticos más.
Ya sé que quienes han elevado sus propios prejuicios a categoría moral universal lo hacen queriendo velar por nosotros. Es el mismo argumento del que se han servido sucesivamente la Inquisición, el fascismo y otros totalitarismos que tuvieron la alevosa ventaja, eso sí, de hacerlo con violencia.
Ahora, por suerte, no se practica una violencia, digamos, clásica. Tampoco sería algo políticamente correcto, claro. Basta para ello con la intimidación, el acoso, el ostracismo, la difamación…
Muchos pensarán que exagero, que soy un facha o que se me han cruzado los cables en un mal momento, porque ellos, inmersos en los valores ideológicos dominantes, no ven esas limitaciones de conducta para nada. Sorprendentemente, o no, son los mismos argumentos que han usado siempre los sometidos a la censura, ya fuere nazi, yihadista o cesaropapista, felices ellos al comulgar con los mismos principios que se les imponían.
En ésas estamos. Conozco a muchas personas que no se atreven a decir lo que piensan, no ya por miedo a represalias mayores, que también, sino al simple rechazo social, a la pérdida de estima en el colegio o en la vecindad o, simplemente, a ser expulsados de su grupo de WhatsApp.
Si alguien no me cree (por descontado que está en su derecho a hacerlo), que pregunte a sus conocidos cuál es su opinión sobre algunas de las cuestiones aceptadas hoy día como dogmas sociales y notará en muchos de ellos el recelo, la suspicacia, la simulación y hasta un miedo disfrazado de hipocresía en sus respuestas.
Al tanto, pues, con lo que sucede.