Crispar es, según la RAE, irritar o exasperar a alguien, de forma que, para ello, debe de haber un sujeto activo productor de la irritación y un sujeto pasivo que se irrita o que sufre de la pretendida contracción repentina y pasajera en sus tejidos.
Cuando alguien se erige en propietario de la patria y único garante del patriotismo, así como certificador exclusivo de patriotas, produce una encrespación en quienes se sienten excluidos o desdeñados por él. Idénticos efectos se producen cuando alguien se autoproclama autenticador de la historia, validador de las libertades y único protagonista de la defensa de los derechos sociales, de modo que, aquellos que no le siguen serán siempre fascistas, facinerosos, embusteros y ladinos rupturistas del patrimonio de la humanidad, lo que, lógicamente, produce una reacción de irritación y contractura en los desdeñados.
No he querido entrar, conscientemente, en la pugna sobre la exhumación del anterior Jefe de Estado, por considerar que esa etapa de nuestra historia estaba cerrada por quienes la vivieron en primer término, que la transición suponía un cambio de régimen en el que las dos Españas se superaban por el perdón y la concordia. El perdón no supone el olvido y la concordia no debe de servir para cambiar la historia, ni para manipularla, ni para no reponer derechos a quienes les correspondan, ni para alabar a quien no se lo mereciere.
Comprendo que la familia, que va sufrir la exhumación de un ser querido, se oponga a ello y utilice, como no podía ser de otro modo, todos los instrumentos legales. Por otra parte, lo que sólo se comprende desde la táctica política, la manipulación y la farsa es la posición de un gobierno que, en su legítimo derecho de promover la exhumación, se empecina en hacerlo urgentemente, en pleno proceso electoral y, lo más grave, sin negociación o conversación alguna con la familia, ni el consenso preciso.
El que genera, sin necesidad, la crispación es aquel que pretende la exhumación, no para evitar que se convierta la tumba en lugar de peregrinación o exaltación del Jefe del Estado, sino para lacerar, dañar a la familia e intentar, rencorosamente, abrir heridas que, con el consenso, el diálogo, la negociación y la tranquilidad de un gobierno en su plena actividad y sin visión electoral, debe de mantener con la familia, con la sociedad y con las fuerzas políticas. No dudo de que se pueda considerar necesario utilizar el Valle de los Caídos de otro modo o evitar que pueda ser considerado el mausoleo de los Franco, pero no creo que ello requiera de la premura o urgencia que impida abrir un diálogo, y la búsqueda de fórmulas por las que se pueda llegar a un consenso y se evite el enfrentamiento.
En este sentido, no podemos dejar de tener en cuenta que, igual que los vencedores de la guerra hicieron barbaridades y no se puede negar, tampoco se puede disimular, por más que se pretenda, que el PSOE y el Frente Popular fueron unos criminales e hicieron todo tipo de salvajadas, así como que la república no era un mar de paz y democracia, sino que era un lago ponzoñoso y asesino en el que la izquierda desarrollaba las denominadas checas como sistema de represión y tortura, asesinando cristianos y adversarios políticos por el sólo hecho de serlo, provocando, alentando y promoviendo la Guerra Civil, convencidos de que la iban a ganar.
Mirar el pasado lo debemos de hacer para evitar su repetición, pero no para cambiar la realidad o zaherir a unos u otros reabriendo heridas, y lo que tenemos que reconocer es que, en ambas Españas, se hicieron salvajadas, que vencieron unos, pero si vencen otros, no hubiera sido muy diferente, que utilizar el pasado para crispar no es la mejor manera de hacer historia, ni de mirar al futuro, un futuro en el que ambos bandos dejen de existir y ganemos TODOS.
Podemos pasarnos la vida con el “y tú más” o superar, como queremos los “perritos sin alma”, lo que sucedió hace 80 años, para recuperar los controles al poder, hacer transparentes nuestros partidos, demostrar que la política es una actividad honorable y dignificante, en la que la conversación, el diálogo y la negociación son el instrumento eficaz para, desde la seriedad, solvencia, rigor y trabajo, hacer grande nuestra patria, la de todos, la única que nos protege, nos cobija y nos da la libertad.